Nuevo ciclismo, nuevo Tour

Estábamos avisados. Viene un nuevo ciclismo. En el pasado Tour de Francia lo comprobamos durante una primera semana antológica. En este, ha durado toda la carrera. Hacía años, muchos, que nos disfrutábamos un Tour vibrante, divertido y por momentos salvaje. Se lo debemos fundamentalmente a los nuevos ciclistas que se anunciaban, unos ya estaban aquí y otros van llegando. En esta ocasión, en concreto, a tres monumentales: Jonas Vingegaard, Tadej Pogacar y Wout Van Aert. Bueno, ¿pero el Tour no se lo han disputado los dos primeros? Sí, pero el tercero, el belga, ha dado un recital desde el primer día hasta la contrarreloj de hoy y a ver mañana. Y posiblemente ha tenido más influencia de lo que parece en el resultado final. Pocos se acuerdan ahora de la etapa de Arenberg, la del pavés, cuando rescató a un Vingegaard que venía un minuto retrasado para dejarlo en la meta a apenas 13 segundos del entonces tirano Pogacar. Después vino lo que vino, pero ¿hubiera sido lo mismo…?

Era un sin duda Tour prometedor, con un recorrido que completaba las fases de desescalada después de aquel recogidito de 2020, que parecía haber sido diseñado expresamente para las circunstancias de la pandemia y resulta que no, que lo habían presentado meses antes de declararse. Si el año pasado ya desconfinaron las cimas emblemáticas de los Pirineos, este han destapado por fin lo mejor de los Alpes, volvían después de años el Galibier o Alpe d’Huez. Y de nuevo traspasaba las fronteras, con salida en Dinamarca e incursión en Suiza. Las etapas de gran montaña, cortitas, lo que vuelve a confirmarse que es un acierto. Lo que salió regular fue el periplo danés: primero, la contrarreloj pasada por agua, y después, el famoso puente sobre el mar con el que metieron tanto miedo que al final los corredores tuvieron más de eso que vergüenza. Digamos que la ruleta rusa que suele ser el Tour los primeros días, este año fue más benigna, aunque el pobre Primoz Roglic no opinará lo mismo. Esta vez la mayor criba de las etapas iniciales vino por los casos de covid, que empezaron cebándose con el equipo de Pogacar, pero siguieron y han terminado mortificando al Movistar, por si no acumulaba patologías previas durante toda la carrera.

Digamos que el Tour 2022 se inauguró en Dinamarca, pero realmente empezó en Francia. Y ya vimos el nuevo ciclismo, ese que no especula y no le teme al futuro, que en este deporte es levantarse al día siguiente de una etapa extenuante. “andamos como si estuviéramos ya en la tercera semana y aún no hemos pasado los Alpes ni los Pirineos”, se dolía Luis León Sánchez después de su tercer puesto en Megéve. Y fueron pasando cosas incluso donde antes no pasaba nada. Las exhibiciones de Van Aert en Calais y la citada en el pavés. Los primeros avisos de Pogacar, ¿demasiado generoso en el esfuerzo? ¿Necesitaba realmente aquel sprint agónico para imponerse en aquella última rampa imposible de la Super Planche…? Nunca sabremos si pagó precio por aquello. Por las cumbres del Galibier respondió imperial a todos los ataques del Jumbo, pero llegaron las rampas abruptas del Granon y allí Vingegaard le abrió el maillot en canal.

Sabíamos que el esloveno no había pronunciado su última palabra, es más, que aún tenía mucho que decir. Pero al nuevo líder no puso soltarlo en Alpe d’Huez, tampoco en el Monte Jalabert (ah, ¿y por qué el Granon no se llama Monte Chozas?) y llegando a los Pirineos ya se intuía que el rumbo de este Tour no pasaría por los ataques furibundos de Tadej, que llegarían, sino por la consistencia del líder. Si no colapsaba, llegaría a París. Quedará para el recuerdo ese descenso del Col de Spandelles (¿lo llamarán Monte de la Concordia?) Me acordé del pobre Beloki cuando esa rueda delantera hizo bailar a Vingegaard sobre el alambre; me acordé de Luis Ocaña cerca de allí, en el Col de Menté, solo que esta vez no llovía con furia, y si se hubiera levantado el conquense, Merckx no le hubiera esperado y mucho menos se habrían dado la mano. El ciclismo es el deporte que más tienta al destino, coquetea con él y no siempre esquiva sus embestidas. Vimos lo que pasó en Hautacam (¿Y por qué no Monte Ochoa?), otra vez el tremendo Van Aert y por segunda vez el pecho desnudo de Pogacar, herido ya definitivamente. Pero lo vimos sabiendo que podía haber sido otra cosa completamente diferente. Al final, Jonas no tuvo un día malo, ni uno hubo de pasar dentro de la ballena.

Hemos centrado hasta ahora la crónica en estos tres ciclistas, que han capitalizado lo mejor del mejor Tour ¿de este siglo? Pero no vamos a olvidarnos de un dignísimo Gerraint Thomas, que se ha ganado a pulso su tercer podio (ya pisó el primer y el segundo escalón). También es justo reseñar a Nairo Quintana, del que sinceramente no esperábamos ya estas prestaciones. Tampoco de Romain Bardet, otro veterano que ha dado la talla. De los nuestros, el encomiable Luisle, con 38 tacos, el único que se salva de la quema, de eso luego hablamos, quizás junto con Carlos Verona. El ya viejo ciclismo resiste, aun sabiendo que tiene la guerra absolutamente perdida.

Claro, además de caras, también ha habido cruces. La principal, la de Roglic, que sigue acumulando desgracias en una carrera que decididamente se le niega, y encima esta vez tampoco le ha servido para preparar la Vuelta a España, como irónicamente dijo después de ganar el Dauphiné. Todo indica que no podrá estar en Utrecht. A otro de los nuevos ciclistas, Daniel Felipe Martínez, le hubiéramos visto más si una enfermedad no le hubiera mermado en los Alpes, y a lo mejor estaríamos hablando ahora de otras cosas… o de más cosas todavía. Nos quedamos esta vez sin Mathieu Van der Poel, uno de los grandes animadores de la pasada edición, que venía fundido después de sus demostraciones en el Giro y en las clásicas de primavera.

Por lo demás, una mención al equipo Jumbo-Visma. Aunque se llama así desde 2018, cuando la cadena neerlandesa de supermercados empezó a patrocinarlo, a muchos les sonará por otros patrocinadores que tuvo, como Rabobank, Buckler, Superconfex… Pero más allá, este equipo nació en 1984 de la escisión del histórico Ti-Raleigh (la otra pata fue el Panasonic). Por él han pasado grandísimos corredores, sobre todo rodadores, sprinters y clasicómanos, pero no tantos ganadores de grandes, apenas Denis Menchov y Primoz Roglic con sus tres últimas Vueltas. Este es su primer Tour de Francia, de ahí la emoción que se veía en todos sus corredores y el staff, después de dos años de haberlo rozado. Si contáramos los años de Ti-Raleigh, sí encontraríamos otro ganador del Tour, pero tendríamos que remontarnos a Joop Zoetemelk en 1980.

Es que los tiempos y el ciclismo están cambiando. Una victoria de etapa francesa in extremis, ninguna italiana y ninguna española, solo que eso ya lleva cuatro años sin pasar. Porque la mala noticia es que este nuevo ciclismo no parece que vaya a pasar por España. Cuando se retiró Alberto Contador, decíamos que las dos grandes promesas eran Marc Soler y Enric Mas. El catalán, que reclamaba galones en el Movistar, ha terminado conformándose con ser un gregario de lujo en el UAE. Al mallorquín no vamos a tener la crueldad de juzgarle sólo por este desgraciado Tour en el que ha ido de mal en peor -y cada día tenía una excusa nueva-, pero parece claro que esta nueva generación le ha pasado por encima y aquí ni siquiera ha podido estar con la suya.

El problema del ciclismo español no es ya que no haya ciclistas, es que no hay equipos. Esperamos ahora a los Ayuso, Rodríguez, López… que van a ser muy buenos, pero ¿dónde van a correr? Y sobre todo, ¿para quién van a correr? Nuestra única bandera es el Movistar, que este año anda pendiente de la UCI, y no por los casos de covid, sino porque la Unión Ciclista Internacional podría bajarle de categoría y su principal esperanza de sumar los puntos que necesita como agua es… Alejandro Valverde a sus 42 años. ¿Mantendrá Telefónica el patrocinio de un equipo apartado de las grandes citas del calendario? No olvidemos que rescató al equipo de Navarra en un momento también muy difícil, pero…

En fin, no ensombrezcamos el semblante, que hemos empezado celebrando este Tour extraordinario que estamos terminando de disfrutar. Cuando termine, además de recordarlo y volver a ver los vídeos, lo mejor que nos pasará será esperar al próximo, para el que ya tenemos no pocas preguntas: ¿hasta dónde va a llegar Vingegaard, vista la progresión del año pasado a este? ¿Cambiará Pogacar su forma de correr, más calculadora, visto que le han faltado energías al final? ¿Veremos a Van Aert liderar un equipo, difícil que sea el Jumbo, y planteándose la general? ¿Tendremos a Remco Evenepoel listo y preparado para luchar por una grande? ¿A Egan Bernal plenamente recuperado, que todo indica milagrosamente que sí? ¿Qué otros nuevos ciclistas aparecerán en escena, ese Pidcock? Porque seguro que vienen más… Y con esta mentalidad. El de antes, años 80 o 90, era un ciclismo en el que los primeros de la general se sacaban segundos en la montaña y minutos en las largas contrarreloj. El de ahora es un ciclismo en el que las cronos se deciden por segundos y a las metas en alto llegan de uno en uno, separados por largos trechos. Y si aquel ya nos gustaba, este nos emociona. Y nos ilusiona. Ahora tenemos la Vuelta a España, el Mundial, el Giro de Lombardía, llegará el invierno, la París-Niza, Milán-San Remo, las clásicas de primavera, el Giro… y ya queda menos para el Tour 2023. Lo esperamos… ¡Larga vida al nuevo ciclismo!

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