Reikiavik, 1986. Madrid, 2022. Entonces, un presidente de Estados Unidos republicano y el secretario general del Partido Comunista de la URSS. Ahora, un presidente de Estados Unidos demócrata y un elenco de jefes de Estado y primeros ministros, mayoritariamente europeos, progresistas y conservadores, sólidos unos, en la picota otros.
En aquella se atisbó esperanza. Después de esta, cunde el miedo. Distensión era la palabra entonces y rearme es ahora.
El mundo se rearma y todos salen contentos en la foto.
Después se fueron a cenar.
El ruso, ni estaba ni se le esperaba. Aquella era una cumbre entre las dos partes. En esta, más entusiastas o más escépticos, todos se pronunciaban del mismo lado.
El ruso sigue contento, él solo, en su foto.
El mundo se rearma y los siglos de gloria e infamia, pintados por maestros felices y por maestros amargados, son fieles testigos desde las frías paredes.
Puede que mudos, pero no sordos ni ciegos testigos.
No vi a ninguno de esos notables posar frente a Saturno.
De vuelta a su Casa Blanca o a su Moncloa, a su Palacio Chigi o a su Downing Street, cada uno se reencontrará con las viejas miserias y otras nuevas que les traerán.
Recordarán lo felices que fueron en aquellas nobles salas. Recién pactado el rearme.
Al ruso no se le esperaba porque no había sido invitado. Pero estaba muy presente. No en vano, él fue el gran protagonista, el artífice de una cumbre que, sin él en mente de todos, hubiera pasado desapercibida, más allá de la afluencia de coches, personal y delegaciones diplomáticas. Hubieran venido, sí, pero menos de la mitad. Se hubiera informado, sí, pero no más de una ritual foto de familia, algún discurso de trámite y titulares para la galería.
Al ruso no se le esperaba esta vez, aunque pasaron tiempo esperándole.
El mundo se rearma porque dicen que es necesario para asegurar la paz.
Los países van a incrementar sus presupuestos en defensa, a razón de 90.000 millones para alcanzar el 2% de sus PIB.
Es la nueva prioridad, la que sustituye a las otras prioridades que nos dijeron que eran urgentes, decisivas en innegociables.
Que ahora pasan a un segundo plano.
Pasen los cañones, que espere el planeta.
El ruso se va a cenar solo, pero no parece que le importe demasiado.
Se siente acompañado por las encuestas, las suyas, que disparan su popularidad.
En las nuestras, la OTAN que ni existía ahora está más viva que nunca.
Dijimos que no y votamos que sí, ahora decimos que sí… y qué se yo qué votaríamos.
¿Y dónde están aquellas canciones, quién le cantará ahora…?
El mundo se rearma porque lleva ya tiempo girando hacia atrás.
Y parece que no nos damos cuenta.
Rusia tiene sueños imperiales y eso es algo que nadie salvo ellos puede evitar. En base a esos delirios Rusia inventa una causa de guerra, agrede a un país vecino y los más cercanos tiemblan. La OTAN malvivía justamente ignorada por gran parte de sus socios hasta que Rusia nos ha mostrado que puede no sólo ser útil sino imprescindible para que muchos países puedan sobrevivir sin ser agredidos por las fantasías rusas.
El futuro es desconocido pero el mundo ha cambiado a peor y el principal culpable es el dictador ruso. Ante el miedo elemental a ser invadidos y bombardeados todos los demás miedos de los países pasan a segundo plano. Los lamentos no detienen las bombas. La experiencia de la historia nos demuestra que a veces solo el temor de quien desea atacar impide la guerra y la muerte de más inocentes.