Debates de otro mundo

Aquellos humeantes debates de La Clave, que recordamos estos días por la muerte de José Luis Balbín, siempre te dejaban algo. Podían tratar sobre el momento político, la OTAN, el divorcio o la brujería. Ahí se juntaban unos señores y señoras que sabían del tema, que se respetaban y, sobre todo, hablaban muy clarito. Al final, uno se sentía más documentado y se formaba su opinión. No era el único programa de debate en aquella única televisión de España. Su Turno, que dirigía y presentaba Jesús Hermida, quizás era más ligero y vistoso en su formato, pero también abordaba cuestiones arduas en ocasiones y, a la vez que divertía, instruía.

Luego hubo más televisiones, con ellas más programas más o menos de este formato, más serios o más folclóricos, mientras empezaron a proliferar las tertulias radiofónicas, primero políticas y después de cualquier temática. Hasta nuestros días, en que las redes sociales, que empezaron siendo como un patio de vecinos, hoy son una ONU virtual en la que se manifiesta todo el mundo sin tapujos, a cara descubierta unos y pertrechados bajo identidades dudosas o inexistentes otros. Y nadie se corta un pelo, aunque no tenga ni idea. El resultado es que hoy vemos, oímos, leemos y decimos mucho más. Y sabemos mucho menos.

El reciente Digital News Report, del que se han hecho eco casi todos los medios, nos da pistas buenas y otras confusas. Entre las primeras, que casi el 40% de los españoles pasa de las noticias, porcentaje ni mayor ni menor que el que se da en otros países de nuestro entorno, pero que es para mirárselo. Es decir, esos cuatro de cada diez ciudadanos españoles se reconocen desinformados. A ellos habría que añadir -eso no lo detalla el informe- los que se creen informados y no lo están. Porque se fían del algoritmo -el 62% dice informarse por las redes sociales -o porque sólo acuden a informarse de lo que y por quien les interesa.

Y entonces nos preguntamos qué es lo que está pasando. En nuestra sociedad y en otras que nos rodean. Cuando tratamos de explicarnos unos resultados electorales, cuando nos muestran los de tal o cual encuesta o cuando nos escandalizamos con las legiones de partidarios de ciertas ideas o tendencias que creíamos desfasadas. De un signo o de otro y no sólo políticas, también religiosas, identitarias o vinculadas a cualquier sentimiento que lleve el sufijo fobia.

¿Qué deberíamos mirarnos? Lo primero, lo que nadie parece querer mirar: qué se ha hecho con toda esa gente -tres millones en España según la Fundación BBVA– que ha sido desahuciada del que llamáramos estado del bienestar y sin perspectivas de que llegar un día a recuperar aquel estatus. Muchos de ellos ya no se creen nada, no ya de lo que les digan los políticos, sino de lo que les cuenten los medios de comunicación. Ante cualquier opción que se les presente, muchos optarán por la más radical y destructiva. Y entre las informaciones, la más estridente, aunque sea medio o enteramente falsa, y además la viralizarán.

¿Y qué deberían mirarse los medios de comunicación? El informe destaca que las informaciones que provocan mayor rechazo entre la gente son las relativas a la pandemia, a la guerra en Ucrania o las subidas de precios. Claro, son las que copan la actualidad en este tiempo. ¿Y qué hacemos, dejar de informar de ello? No, claro. Pero sí es verdad que a lo mejor deberíamos matizar los enfoques. Sin ser un negacionista ni un escéptico, yo fui uno de los que se quejaron en su día de que, durante la larga post crisis que siguió al confinamiento, casi siempre -y en todos los medios- se ponía más énfasis en los peores datos, en los peores presagios o las restricciones más severas que vendrían. Por ejemplo, cuando los casos se disparaban en cualquiera de las olas, los titulares subían al top de las webs; cuando se estabilizaban o bajaban, descendían puestos y hasta había que buscar esas informaciones. Algo parecido está sucediendo con la guerra -que es difícil que no arroje noticias negativas una tras otra- o las consecuencias de la inflación o la crisis energética. Cuando la luz aguante un mes entero sin subir, dejará de ser noticia.

No vamos a decir que todos los medios sin excepción -los hay que sí- estén recurriendo descaradamente al clickbait (para los no iniciados, poner titulares en forma de cebo para que la gente se sienta tentada a hacer clic). Pero siempre ha sucedido, en el periodismo y en la vida, que lo negativo llama más la atención, la mala noticia vende más que la buena. Y ahora la lucha por las audiencias es más feroz que nunca, la presión de las empresas editoras más insoportable, los grupos de presión mucho más tenaces. Y si una noticia, como muchas veces pasa, ofrece distintos ángulos y perspectivas, para el titular -que no lo elige el periodista que elabora la información- se busca el menos amable, vamos a decirlo así. Porque presumiblemente lo leerá más gente. Sí, pero ahora mucha de esa gente se ha hastiado y dice que le afecta a su estado de ánimo. Y ya no quieren saber nada de las noticias.

Lo que no veo que analice el citado informe -por cierto, coordinado por la Universidad de Oxford y realizado en España por la Universidad de Navarra– ni ningún otro es la cantidad de información que la gente recibe ahora en comparación, por ejemplo, con los tiempos en los que se emitía La Clave -del 76 al 85 en TVE, justo los años de la Transición española. Cuántos espacios informativos de todo tipo y formato había y cuántos hay ahora, no sólo en las televisiones, también en las radios, y habría que comparar también la prensa. Cuántos analistas políticos, económicos, o deportivos teníamos antes y ahora, y qué decir de los tertulianos. Y un detalle incomparable: entonces no había internet y hoy estamos todo el día con la web puesta, en el ordenador y en el móvil. En definitiva: cuántas horas de información consumíamos al día hace 40 años -¿una, dos…?- y cuántas consumimos hoy -¿10, 15…? ¿Es más sano… o es para saturarse?

Sea como sea, vivimos en medio de un problema y los medios de comunicación tienen el suyo, pero en realidad, todos tenemos algo que mirarnos. Podremos tener la tentación de decir, como aquel, que “los madrileños que votan tal no son Einstein” o, como aquel otro, que “Colombia ha votado mal”. Otros podrán decir lo que sea de Andalucía o de Francia, de lo de Melilla o del Supremo de Estados Unidos… Pero más bien deberíamos preguntarnos por qué y qué está pasando. Porque si es verdad que la historia, vista con perspectiva, viene a demostrar que el mundo avanza dando dos pasos adelante y uno atrás, ahora todo parece indicar que estamos justo en ese. Y lo estamos dando todos.  

Ahora los ves, y parece que aquellos debates eran de otro mundo La clave – Programa de actualidad y debate en RTVE Play

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