Si no fuera por la ciencia… En medio de todo este ruido estridente en el que vivimos, esta semana hemos conocido que han descubierto el que puede ser el mayor depredador que se haya visto en Europa… hace 125 millones de años. Le han bautizado espino-saurio, y resultó ser una especie de dinosaurio carnívoro, al estilo del celebérrimo tiranosaurio, pero este con cabeza de cocodrilo. Medía diez metros de altura, aunque se cree que hubo especies que superaron los 18 metros. Afortunadamente lo conocemos por sus fósiles, porque miedito da hasta imaginar que se nos apareciera por sorpresa en mitad de un tranquilo día de campo, y me da que no se conformaría con la honesta tortilla que sin duda le hubiéramos entregado.
Como nada ya es casualidad en esta vida, tampoco podría extrañarnos que esta noticia salga a la luz justo en la semana del estreno de la nueva superproducción jurásica. Y casual también será la nutrida presencia estos días en los medios de científicos, paleontólogos y paleoantropólogos, en algunos casos en entrevistas tan deliciosas e instructivas como esta María Martinón-Torres: «Me emociono al tocar los fósiles de Atapuerca: son cosas, pero son humanos» | Opinión (elmundo.es), si bien pareciera que al medio en cuestión le diera vergüenza haber publicado ¡por fin! algo tan bueno, dado lo escondida que está en su versión web, aparte, claro, de que el contenido está bajo suscripción.
Pero hablamos de depredadores, y parece ser que este fue el mayor de nuestro continente… hace 125 millones de años. Porque bien que hoy el espino-saurio no existe y nos queda recrearlo a partir de sus huesos. Pero de depredadores sabemos muy bien en Europa, en el mundo, en España… Y no necesitan medir 10 metros. Da igual su envergadura física, porque sus brazos y sus zarpas tienen un alcance ilimitado, llegan absoluta e invariablemente hasta donde se propongan. Y sus fauces serán menos evidentes, pero infinitamente más eficaces cuando se trata de triturar, seccionar y deglutir lo que se cruce con su apetencia, por otro lado, difícil de saciar.
Está claro que no hablamos de lobos ni de osos, y si preguntamos a los cuatro vientos quién es hoy el gran depredador de Europa, la respuesta será Putin, poco menos que por unanimidad. Y poco habrá que discutir porque los hechos y el daño infinito están ahí. Pero hay muchas otras formas de depredación, a lo mejor no tan explícitas ni de efectos tan dolorosamente patentes como los que el sátrapa ruso está deparando. Quiero decir, no hace falta necesariamente hablar de guerra y muerte para constatar que hay especies que hacen de la caza su modo de vida, y no por estricta necesidad de sobrevivir. Benditos tigres, tiburones y caimanes…
No hace falta ser muy ingenioso para deducir que la propia política es un ejercicio continuo de depredación, en el que todo vale no ya para ganar las elecciones cada cuatro años, sino para escalar un punto en las encuestas del mes que viene. Y si la oportunidad de darle una buena dentellada al adversario cuenta más que preservar la estabilidad, dejar que la economía marche y que vengan inversiones o simplemente no alterar aún más a la gente, pues muchos asumen que bien hecho porque es lo que hay que hacer. Y si el barco no avanza porque cada uno rema para su lado, pues lo que sea antes que dar su remo a torcer. Total, al timonel progresista o conservador le da igual mientras calcule que puede seguir mirando a los demás de frente, y a los remeros de la derecha a la que le cabe todo o de las 17 izquierdas unidas sólo les importa que caiga al agua el timonel para lanzarse a ocupar su lugar. ¿Hablo de España? Bueno, y de otros países, supongo…
Pero los depredadores de esta etapa de la era cuaternaria pueden ser muy sutiles y no menos devastadores. Los de la política en realidad son muy rudos y previsibles, los verdaderamente implacables son los de la selva económica y financiera. Precisos, concretos, a veces les basta con una mordedura bien dada y a tiempo. Sólo tienen un punto débil: cuando les priva el ego. Cuando sienten que ya no les basta con todo lo que han amasado y el imperio que han creado, y anhelan protagonismo. Entonces termina pasándoles como a los políticos. De hecho, los hay que se pasan a la política, y a veces ese ha sido el principio de su ruina. Más agradecido es hacerse presidente de un club de fútbol. Si las cosas le salen bien, el beneficio redunda en sus negocios. Si van torcidas, lo usan como paraguas, ahí les den todas mientras siguen urdiendo sus cacerías empresariales con el foco mediático puesto en el entrenador en la picota o el fichaje que salió rana.
Y luego podemos hablar de los medios de comunicación. Este sí que es un paisaje jurásico, o mejor una llanura del Serengeti frondosa y abundante en fauna. Cuidado, casi ningún medio ni periodista hoy puede ser considerado un depredador, aun cuando aspire o tal vez presuma de ello. Los que pisan esos campos son principalmente herbívoros, es decir, probables presas, y si acaso algún que otro necrófago, no vamos a ser tan indecorosos como para llamarlos hienas. ¿Y quiénes son los grandes predadores de este ecosistema? Los hay y muchos, pero vienen de otras praderas a encontrar suculenta caza en esta. ¿Que ponga un ejemplo? Pues adivinen: ¿qué banco es ese que hoy sale en todos los sitios y está en todas partes? Sí, ese que ahora es el de muchos clientes que antes teníamos otro banco, que era de Madrid y se lo zampó otro de Barcelona, para más señas (a mí eso en realidad me da igual, lo que no me da igual son otras cosas). Ese que lo patrocina todo, lo organiza todo, el evento, el estudio, la noticia, branded y no branded, haga lo que haga siempre tiene visibilidad, haga lo que haga siempre sale bien retratado y con la foto perfectamente puesta. Hay otros, operadores, energéticas, tecnológicas… pero el que va ganando la liga de los depredadores mediáticos es ese banco que fue y sigue llamándose caja.
¿He hablado de Liga? Pues sí, las páginas de deportes también están llenas de grandes cazadores. Miren el fútbol. Esos superpredadores que se lo están comiendo bocado a bocado, con la particularidad de que están fagocitando a los de su propia especie, empezando por los más débiles. Los clubs grandes devoran a los modestos, las grandes ligas descapitalizan a las de países menos centrales, ahora las quieren expulsar de la Champions porque ya no dan el nivel. Y ponen sus teles, sus horarios, ahora imponen a sus propios comentaristas LaLiga escogerá los narradores, comentaristas y analistas de los partidos (sport.es). A la gente la están echando; cada vez menos lo pagan porque ya no pueden; los niños, como les privan de verlo, se dan a otras cosas. Saben, pero nunca reconocerán, que su voracidad ilimitada acabará con toda la despensa y con todo el mercado. Saben de Madrid a Qatar pasando por París, que terminarán ellos solos en su solar con su pelota y no les quedará más que devorarse a sí mismos. Pero saben que para entonces ya estarán decidiendo marcharse en busca de nuevas tierras fértiles que arrasar.
Estos son sólo algunos ejemplos de depredadores de ese tiempo. Total, que uno no vivió hace 125 millones y, por lo tanto, no tuvo la oportunidad ni el riesgo de convivir con el espino-saurio ni con otras especies de la época. Pero tiene la impresión de que, de haber sido así y haber sobrevivido hasta hoy, más bien los echaría de menos. Aquellos sí eran depredadores. Feos, terribles, pero honrados.