El presidente de Iberdrola ha pedido disculpas, pero tenía razón: somos tontos. En tono coloquial, vino a decirnos que su compañía ha obtenido beneficios récord en plena crisis energética, él ha ganado 13 millones de euros contando la retribución variable por los excelentes resultados, y encima los 10 millones de españoles a los que les suben cada mes el recibo de la luz, porque poca posibilidad tienen de optar por otra tarifa, es que son tontos. ¿Comprenden la ecuación y quién es el listo?
En otro país, Francia sin ir muy lejos, le habrían cortado la cabeza -figuradamente, que nadie quiere que vuelva Robespierre. Pero el clamor generado hubiera sido tal que su propio consejo de administración hubiera terminado instándole a marcharse. Eso es decapitación, en términos empresariales. Aquí, no. Ha pedido disculpas y los medios casi están dando más cobertura a este hecho que a sus iniciales declaraciones “coloquiales”, flanqueado por un risueño presidente de Volkswagen, menuda escenita también. Y la gente, tan tranquila.
Iberdrola da mucha importancia a la comunicación. En 2019, último dato que nos consta, duplicó su inversión publicitaria en prensa, lo hizo más que ninguna otra gran compañía en España, en un momento de estancamiento general del gasto en publicidad. Una somera búsqueda nos muestra los premios, distinciones y elogios que obtiene en los medios: paradigma de empresa sostenible, la energética del futuro, entre las mejores para trabajar… Su presidente le otorga una importancia capital: cambia de dircom más o menos cada seis meses, y se sabe que en algún caso ha argumentado al cesarlos que él, su figura, no salía lo suficiente en los papeles. ¿Pero cuánto quiere salir?
A las políticas y estrategias de comunicación de estas empresas, como de partidos políticos e instituciones, ayuda mucho el hecho de que aquí nos lo creemos todo. La España mansa no quiere complicaciones, y contrastar algunas informaciones dirigidas -o patrocinadas- es un trabajo difícil, pesado, mejor que lo hagan otros y luego no hacerles caso. Así, la mayoría de la gente se creyó, por ejemplo, que El Corte Inglés mantuvo íntegros los salarios de sus empleados en ERTE por la pandemia, que los bancos ya se vuelcan en reforzar la atención a las personas mayores o que Florentino Pérez gana menos que Vinicius. Leyeron el titular en algún medio y no hubo más que decir.
Hace un par de semanas, por error, por estrategia o por lo que fuera, la cadena de supermercados Lidl publicó en su cuenta de Twitter el siguiente mensaje: kljashdlkjbflkJSHsdqw987º2as. Y sin saber lo que era, 24.000 usuarios de la red social dijeron que les gustaba. Luego resultó ser, o hicieron que fuera -o quién sabe- un anuncio de comida para gatos. Sus responsables de comunicación, marketing o reputación digital sabrán lo que hicieron o no, cómo y por qué, pero lo cierto es que la cosa les funcionó muy bien.
Pero sin saber lo que era realmente, a muchos ya les gustó. Porque les pareció original, porque evidentemente llamó la atención, o simplemente porque son incondicionales de la marca. Pues no nos engañemos, todos los días escuchamos a líderes políticos o empresariales decir cosas no muy diferentes de kljashdlkjbflkJSHsdqw987º2as. E indefectiblemente se las ensalzamos si somos partidarios o se las censuramos si somos detractores. Como las bancadas en el parlamento que aplauden a su portavoz de turno hasta cuando se equivocan notoriamente. O los incondicionales en los mítines. Como en el cuento de Andersen, aquí nadie sale a decirles lo que un niño vería: que están intelectualmente desnudos. Y que además nos están tomando el pelo.
Sí, somos muy tontos. Tragamos con todo. La España domesticada consiente y mira a otro lado, “yo no quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Cueste lo que cueste, a quien le cueste y aun si me cuesta a mí. El señor le da dos palmaditas, “muy bien, chaval” y piensa “ahora no, pero ya te apretaré un poco más las tuercas en cuanto tenga ocasión”. Y el manso asumirá. Las energéticas seguirán financiando grandes especiales en los medios sobre el reto de la sostenibilidad mientras vacían embalses o envenenan un poco más los mares. Los bancos liderando la transformación digital y la economía social mientras cierran más oficinas y reducen personal de atención al cliente. Los gobiernos pregonando la recuperación de la economía y el empleo que uno no ve en su calle ni en todo el barrio, los presidentes autonómicos presumiendo de mayor gasto público cuando lo recortan, de bajadas de impuestos que nadie nota pero sí, si lo han dicho será verdad. Aquí estamos los palmeros para darles más fuelle.
El presidente de Iberdrola nos lo ha dicho a la cara, coloquialmente, aunque luego haya pedido disculpas. Y nos quedamos tal cual. Él, tranquilo, no le falta quien le defienda. Y no sólo poderosos. Los tontos también salimos en su defensa.
En España pasamos de los que desprecian sin más a los grandes grupos a los que, como paletos, se creen la publicidad y no ven más que el lado positivo. Pero en otros países de Europa, como dices, saben poner a esta gente en su sitio y allí un gran jefe de una corporación que insulta a miles de clientes no merece la confianza de una empresa que tenga un mínimo de responsabilidad social. Las eléctricas, Iberduero (Iberdrola), son el ejemplo más claro de abuso de la propiedad pública del agua con cuentas nunca auditadas rigurosamente por las que muy probablemente seguiremos pagando amortizaciones de centrales ya amortizadas desde hace décadas. Y que se forran siempre (expresión de Feijoó) con un mercado trucado en el que todos somos ‘tontos’. En este aspecto España no da el nivel de país exigente con la responsabilidad de sus grandes empresas.