Llegamos con esta a la décima edición de los microrrelatos a quemarropa. Ya saben, esos que escribimos en menos de 100 palabras a partir de una frase dada, a veces ciertamente traicionera. Y casi siempre, muy apretados de tiempo. También cumplimos dos años cultivando este género, ya que fue en abril de 2020 cuando nos atrevimos con el primero. Por lo tanto, podemos decir que este es uno de esos hábitos surgidos durante la pandemia -exactamente, durante el más duro confinamiento- y se ha quedado. Y no tenemos intención de dejarlo, así que casi lo hemos normalizado. Pues vamos con la décima tanda, y para hacerle honor, esta vez son diez microrrelatos, a saber:
Diferencias de parecer
A mí me parecen manchas de rotulador, aunque mi socio juraría que no. Son diferencias de parecer. Aún me asegura que aquella inversión, para la que le confié los ahorros de mi vida, fue una acertada y valiente decisión. Yo diría que me arruinó. Cuando salí de la cárcel tras aquello y me recibió en su nueva casa, era la mía. También se quedó con mi empresa, pero según él, fue una amistosa cesión. Nunca estamos de acuerdo. Ahora, yo opino que le sienta bien esa zeta colorada pintada en el pecho. Y me mira horrorizado, se piensa que es una herida mortal.
Diversidad familiar
La abrazaré con cuidado para no romperla durante la cena, no vaya a ser que mamá me lance otra mirada asesina. Tan frágil y delicada, pero tan estilosa y cautivadora, lo que nos contraría un poco es que no hable ni pruebe bocado. La verdad es que no le importa lo más mínimo y así nosotros tocamos a más. En realidad, debo felicitarme de lo bien que mi familia ha aceptado que me haya echado una novia de porcelana japonesa. Y mi madre es la que más cariño le ha tomado. Seguramente será, pienso, porque ella lleva años casada con un jarrón chino.
Hasta aquí…
“Tengo que cocinar un poco peor o lo arruinaré todo”, decía mi madre y yo no entendía por qué. Pero con el tiempo comprendí. Hice un impecable informe para mi jefe, y ya me los pidió a diario. Saqué una estupenda foto en una boda, y me convertí en el fotógrafo de todos los bodorrios. Escribí una sentida dedicatoria para un funeral, y me erigieron panegirista oficial de muertos. Hasta que dije basta. El día que mi cuñado se precipitó al pantano y le oía pedir auxilio… me negué a ser el socorrista de la familia. Un buen elogio sí le dediqué.
La parte contratante
Dándole vueltas al último contrato, encontró una cláusula que, así leída, le escamó: ‘disponibilidad permanente a consideración del jefe’. Pero de eso no habían hablado nada durante la negociación con el intermediario oficial, que es verdad que había sido demasiado apresurada, centrada exclusivamente en si cumplía los requisitos. Trató de llamar a su abogado, a su asesor, a la gestoría, y nadie respondía, ¿acaso habrían borrado su número? Así que sólo le quedaba litigar con la parte contratante, menudo trance. Es lo que tiene cambiar de destino con tanta urgencia. Pero si Dios te llama así de repente…
Fichaje
En el congelador hay Manolo para rato. Su potencia, velocidad y talento siguen intactos, como cuando tenía 26. Cierto que ahora tiene 87, pero es el revulsivo que nos queda para salvar la temporada. Y triunfará, estoy seguro. Lo complicado será recordarle que ya no juega en el Barcelona, ese club ni existe, explicarle que la Champions se disputa en el metaverso y que los balones son algoritmos que hay que programar partido a partido. Por lo demás, cuando salga de la cámara y despierte con la nueva camiseta, verá que el fútbol no ha cambiado tanto. Lo que se ha puesto imposible son los fichajes…
Experimento dudoso
Ayer empezó a dibujarle en el brazo izquierdo la línea precisa que deberá trazar el bisturí. Una operación sencilla para implantarle el chip. Muy agradecido le está el doctor a su paciente. Ha sido el único voluntario para este histórico experimento, a pesar de todas las llamadas que se hicieron en prensa y radio. No esperaba semejante fracaso. Qué poco seduce hoy, por lo que se ve, el don de la memoria infalible. Incluso teme la reacción de su vecino al despertar, cuando sea capaz de recordar exactamente cómo llegó hasta aquí.
Maniobras bélicas (I want you)
No había flecha que le pudiera hacer daño.Ni bala ni cañón. Pero yo sólo quería herirla suavemente, que por un minuto sintiera una punzada intensa o un visible ronchón en la piel. Después, nada: volvería a su vida pacífica y familiar, que yo celebraba sinceramente, por más que me estallara cada foto de cuento feliz que dejaba puesta, como una bomba de profundidad. El día señalado, siempre cargaba esa de Bob Dylan y desplegaba mi arsenal de música y palabras. Apuntaba, tan lejos ya de su radar, y aunque nunca recibiera respuesta ni señal, sabría que había acertado de pleno. Un leve impacto, sin huella colateral.
Una buena oferta
¿Qué tal mil euros? Hombre, me parecería una miseria si fuera para un puesto de comisario político, asesor de intrigas, conspirador retribuido, correveidile de despachos… Pero para todo eso yo no valgo. Teniendo en cuenta que soy doctor en astrofísica, con un máster en inteligencia artificial y el título de piloto de aeronaves, hablo ocho idiomas, tengo experiencia de doce años, seis de ellos dirigiendo equipos en diferentes países… Honradamente, no puedo pedir mucho más de esto que me ofrecen. Y si no, pues habérmelo pensado antes de venir a buscarme la vida y trabajar a este planeta tan extraño.
Despechado
Su reflejo la espera, impaciente, todas las noches antes de acostarse. La ve lavarse los ojos, cepillarse los dientes, desnudarse sin advertir su atenta presencia. La ha visto crecer y formarse su cuerpo. Lo disfruta durante esos minutos sublimes que ella, a su vez, dedica a admirarse de su sobrevenida belleza. Luego, como siempre, apagará la luz y le abandonará sin siquiera dedicarle una palabra o gota de aliento. Despechado, a la mañana siguiente le deparará la peor de sus miradas. La hará sentirse vulgar y repulsiva. Así, se asegurará de que otro día más volverá pronto y sola a casa.
Liberación
Ahogado en la laguna de sus recuerdos, sin corriente que le llevara y le alejara de allí, prefirió dejarse sumergir en los huecos más hondos, renegar de la superficie para dormirse en sus profundidades, con la esperanza quizás de que hallaría una escapatoria digna y terminaría navegando feliz en el océano de sus olvidos.