Llamados anticipadamente a las urnas, los electores portugueses han castigado precisamente a los que les han importunado para ir a votar cuando no tocaba. Esto es, a los partidos -de derechas y de izquierdas- que habían bloqueado iniciativas legislativas que entendían trascendentales para el país. Y le han otorgado la mayoría absoluta al que promovía dichas iniciativas y no pudo sacarlas adelante. ¿Sucedería lo mismo en España? Los antecedentes recientes no nos lo aseguran, más bien al contrario. El presidente reelecto de Portugal, tras su rotundo éxito del domingo pasado, ha manifestado que “mayoría absoluta no significa poder absoluto”. ¿Diría y, sobre todo, ejercería lo mismo un presidente español investido con la mitad más uno de la cámara? Déjenme que lo dude mucho. Ni nacional ni regional ni en su comunidad de vecinos.
Decimos y se nos dice que lo que hemos presenciado esta semana en el parlamento español no nos lo merecemos los españoles. No sólo el grotesco, inenarrable espectáculo de la votación. También el proceso de negociaciones, marcado por indecentes intereses partidistas -tacticismo, lo llamamos- que anteponían su postura en la foto a la convalidación o no de una reforma laboral que habían pactado y diseñado los que tenían que pactarla y diseñarla. Los partidos políticos poco tenían que añadir al asunto, más allá de emponzoñar el debate, como sólo ellos saben hacer. Y así han hecho.
Sin embargo, no he visto a ningún político, del signo que sea, salir a pedir perdón por el episodio ni decir eso de que no nos lo merecemos. Tal vez porque equivaldría a reconocer que no nos merecemos a ellos. Unos expresan su triunfalismo por haberla sacado adelante de puro rebote. Otros patalean apelando al pucherazo, la prevaricación, el atropello democrático, el árbitro y lo que se ponga por medio. Y qué decir de esos partidos que querían que se aprobara, pero sin que se les viera votarla a favor y han estado a punto de mandarla al garete ¿Alguno de todos estos, aunque sea tímida, discretamente, ha sugerido mirárselo un poco…?
¿Quién debería exigirles que se lo miren? Claro, la ciudadanía. ¿Saliendo a la calle, montando un pollo? Puede, pero, básicamente, no votándolos cuando corresponda. Que cada uno deje de elegir a aquellos que le han defraudado. Pero déjenme, otra vez, que tenga mis dudas. Por ejemplo, ¿cuántos trabajadores asalariados, afectados o interesados por la reforma, vieron a las bancadas de la derecha abrazarse y dar botes durante los efímeros segundos que se declaró derogada, como si acabaran de ganar la Champions en el último minuto? ¿Cuántos de esos trabajadores votan a alguno de esos partidos, habitual o sistemáticamente? ¿Van a dejar de votarlos en las próximas elecciones? Que respondan ellos, que sabrán mejor que yo lo que van a hacer.
En general, en asuntos políticos, en España se hace muy poca pedagogía. Ninguna desde la clase política, insuficiente desde los medios de comunicación. Ni se apela a la ética, el respeto o la integridad ni se ofrece perspectiva completa de los hechos, la memoria es frágil y no se aportan todos los datos -o se obvian- para contrarrestar mentiras y engaños. Así, mucha ciudadanía ha blanqueado y asumido como normales una serie -no, un sinfín- de comportamientos que no serían aceptados en cualquier otro sistema organizativo o entramado social, desde un mercado en el que compiten empresas hasta el mismo patio de vecinos. Entonces, sucede que muchas actuaciones que merecerían escarnio -o despido fulminante-, aquí quedan automáticamente amortizadas. Supongo que estará sucediendo también en otros países, pero parece que no en Portugal.
Es como cuando escuchas a Toni Nadal – el tío y exentrenador de Rafa, el que sí nos une- y te parece que no es de este mundo. Entre otras cosas, comprendes por qué este señor nunca podría dedicarse a la política en España. Los que serían sus colegas -de partidos rivales, pero también del suyo propio- lo ningunearían, no aspiraría ni a unas primarias. Y si llegara a algo más, lo descalificarían por antiguo, trasnochado o, por qué no, buenista, cuando no inepto, falso humilde o ensoñador. Lo peor es que mucha ciudadanía y, por lo tanto, muchos electores, también. Dice Toni Nadal que ‘sólo los fanáticos o los muy tontos no tienen dudas’. El político nunca las tiene y además no se las puede permitir. Si las muestra, se lo penalizarán. Y él lo sabe.
El político en general vive en su mundo, atado a su estructura de poder y atento a prioridades que no atienden a la realidad para la que se le encomienda trabajar. Y como no tiene quien le avise de quién es, dónde está y el papel que está haciendo, ahí sigue instalado. Mientras no haya -y los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad- quien les ponga en su sitio, seguirán con su juego táctico, sus maniobras y su discurso recitado de carrerilla, a piñón fijo. Ya encontrarán quien justifique sus fechorías o sus errores y quien aplauda sus sandeces. Literalmente: no hay más que ver cualquier sesión parlamentaria. Y literalmente, en el sentido que también se acepta actualmente: no hay más que leer la prensa afín a cada uno. Es lo que tenemos. Pero mientras tanta sociedad lo refrende, mal remedio tiene la cosa.
A todo esto, ¿cómo va el AVE a Lisboa? Que no, que es sólo para unos días. Además, parece que la prioridad conexión ferroviaria a alta velocidad de los portugueses no es Madrid en estos momentos, si no Galicia. A diez horas de la Carrera de San Jerónimo, viven posiblemente más tranquilos y más cómodos.
Estoy de acuerdo con muchos de sus argumentos pero hay uno en particular que, por repetido, siempre me llama la atención porque carece de sentido. Pensar que los políticos españoles vienen de Marte o son una casta especial que nada tiene que ver con los honrados ciudadanos españoles permite dormir mejor a algunos pero no es una realidad comprobable, ahora que por lo visto existen varias realidades. Por pura lógica los políticos son como nosotros, como es España, para lo bueno y para lo malo. Son un refeljo del país que hemos heredado y luego modificado mal. Políticamente somos torpes, nos falta honradez y más de un hervor ciudadano y a algunos partidos más que a otros.