No es que fuéramos allí por navidades, lo que pasa es que, igual que aquí en España, en otros muchos lugares adelantan la iluminación un mes. Y como aquí, un viernes por la noche era imposible encontrar sitio para cenar. Ni para uno. Por lo demás, le seguimos debiendo una visita al país, pero antes preferimos rendir su justo tiempo a esta ciudad, que se nos había revelado muchos años antes en un paso fugaz.
¿Pero dónde estamos? El problema es que cualquier pista que demos puede ser demasiado evidente y terminar con el juego. Digamos, por empezar con algo, que aquí se habla mucho de la sopa de guisantes, pero no porque sea un plato típico, de hecho, no recuerdo haberla visto en las cartas de los restaurantes ni por supuesto haberla comido, no ya aquí, sino en ninguna otra parte en mi vida.
Pero quizás, entre lo mucho característico de este sitio, lo más puede ser su doble vida. Sí, ha sido escenario de dobles vidas célebres, pero ella misma se presta a esa dualidad. Hay una ciudad, impresionante, que ves nada más llegar; y otra que descubres una vez estás allí. Y parece que no tengan nada que ver, pero después comprendes que siempre convivieron y se llevaron bien. Porque en realidad no dejan de ser la misma con sus dos vidas.
No es de extrañar entonces que sea prolija en verdades y en mentiras, en hechos y fantasías. Personajes históricos y otros de pura ficción que sin embargo nos parecen reales y casi no se distinguen de los primeros. Y claro, muchas historias, cuentos, leyendas… y mucho rumor y chismorreo. Lo que desdice, curiosamente, al que dijo que “todo conocimiento deriva, en última instancia, de la experiencia sensible, siendo ésta la única fuente de conocimiento”, que resulta que era de aquí. O lo diría para despistar.
Y sin querer decir, creo que ya estamos diciendo demasiado. Sí apuntar que por aquí se ven mendigos durmiendo bajo mantas con un grueso libro de cabecera, grandes monumentos y homenajes a sus escritores, pasajes que podrían ser, además de urbanos, de una novela real o imaginaria, quien sabe si la que escribamos algún día. Y dijo otro ilustre que la historia de este país no la han escrito los gobiernos, las leyes ni los tratados, sino la personas que intentaron vivir su vida cada día. O su vida y la otra, apostillo yo. Ah, ¿pero he dicho país? Ya estamos otra vez con los líos identitarios…
Por todo ello y por más, si me preguntan cuál es la ciudad más literaria que he conocido, seguramente diga que esta.
Y esa noche de viernes, después de casi quedarme sin cenar, subiendo por una empinada curva -de las muchas, otra pista-, me encontré este solitario y elegante árbol. Con el que, además de proponer el juego, aprovecho para desearos una Feliz Navidad. Aquí, allí y donde estéis.
P.D. Como veo que va a ser demasiado fácil, el juego esta vez va a consistir en acertar la ciudad y además decir uno de los sobrenombres con que se la conoce -tiene varios. Y como siempre, para el primero que acierte, tendremos premio, a ser posible, representativo del lugar.