El periodismo no es una profesión fácil, por mucho que muchos se crean que periodista puede ser cualquiera. Hasta los hay que presumen de haberlo sido alguna vez, cuando un periodista raramente puede decir que en su vida haya sido médico, ingeniero, militar…
Aclarar que por periodismo entiendo tanto lo que hacen los que trabajan en medios de comunicación como los que ejercen desde entidades, departamentos o agencias de comunicación. La materia prima es la misma: información. Luego hay otros condimentos.
Cuando intento definirlo para que cualquiera me entienda, suelo decir que periodismo es ver algo, entenderlo y contárselo a alguien de manera que también lo entienda. Esto puede ser más antiguo que cualquier otra cosa y profesión en este mundo. Ese ‘algo’ que se ve y se cuenta puede ir de lo más simple -un suceso cualquiera en la calle- a lo más complejo -explicar la descarbonización o cómo funciona la inteligencia artificial. La aptitud diferencial del periodista -sea de carrera, simplemente de oficio, o las dos cosas- es la capacidad de desgranar lo esencial y convertirlo en una historia que a su receptor -el público– le resulte útil, le parezca interesante y le aporte conocimiento. La conocida triple función del periodismo: informar, formar y entretener, pero supeditadas las dos últimas a la primera. Si no informa, no sirve para nada.
Hay periodistas especializados en ciencia, tecnología, economía, derecho y un largo etcétera de materias. En realidad, la especialización la dan los años, el bagaje, los contactos, manejar las fuentes informativas… Muchos, no sé si la mayoría, no eligieron la especialidad cuando empezaron a trabajar en un medio, cayeron ahí donde pudieron y con el tiempo terminaron por dominar el terreno en el que se mueven. Pero ya cuando empezaron tuvieron que aplicar la regla básica, por defecto, de cualquier profesional de la información: estudiar lo que tenían entre manos, intentar comprenderlo y contarlo de la manera más clara, rigurosa y atractiva posible. Por eso, no es cierto que un periodista que desarrolle su carrera en un sector muchos años no pueda pasar a otro. Se trataría de volver a empezar el proceso, pero haciendo el trabajo que nadie como él sabe hacer.
Sí, pero hemos empezado diciendo que no es una profesión fácil. Y todo se complica. Hoy tenemos, por un lado, una realidad extremadamente compleja, volátil y difícil de procesar, más aún por la velocidad a la que cambia. Por otro, una profesión precaria -nunca fue boyante-, atenazada por la falta de medios y de tiempo, y dominada por la necesidad imperiosa de impactar, que es la que determinan unas empresas periodísticas en situación de economía de guerra. Esta ecuación no es sana, en general, para quien tiene la misión de ofrecer buena información. Pero es fatal, sobre todo, para los que tienen que informar sobre hechos o conceptos que no se entienden a la primera.
Porque el objeto de la información no siempre es el hombre que muerde al perro o quién marcó el gol. La sociedad demanda -y necesita- información sobre qué son y qué significan aspectos como la transición ecológica, las energías renovables, la robótica, la propiedad industrial, las redes 5G, el vehículo eléctrico… por no hablar de las diferentes vertientes informativas de la pandemia que vivimos: los sistemas sanitarios, las propiedades de las vacunas, el virus y sus variantes, las curvas epidemiológicas… No son temas que se presten al veni vidi vici (en este caso, sustituyan el vici por nuntiare, aunque no suene tan redondo). Requieren comprensión, contraste, rigor, y por lo tanto, tiempo y dedicación. No se llevan bien con la urgencia por publicar ni con la presión por el titular impactante. Y si se difunden sin masticar, indigestan, esto es, corren el riesgo de, en vez de informar, confundir.
Pues eso está pasando en este tiempo. No algunas veces, no todas, diría que demasiadas. Asistimos en los medios de comunicación generalistas a informaciones muy llamativas, sí, pero más bien superficiales sobre cuestiones que son trascendentales y que necesitan más maduración. Por poner un ejemplo, nos dicen, y es verdad, que España tiene una gran oportunidad con las energías renovables, y en concreto con el hidrógeno, por la cantidad de sol y viento que tenemos. Pero habría que contar también que para que ese hidrógeno se transforme en energía útil y limpia, hacen falta mucha tecnología, muchas inversiones y muchas empresas que se pongan a trabajar en el asunto. Y no se siempre se aporta ese matiz. Parece que lo tenemos ya. ¿Pues por qué no empezamos a usarlo? Se preguntará más de uno.
Por poner otro ejemplo, cuando se habla sobre el futuro de los trabajos. Es cierto, eso aseguran los expertos y los no tanto, que van a desaparecer profesiones y muchas de las que ejercerán los estudiantes de hoy, ni siquiera existen todavía. Bien, pero se publica y se emite de todo al respecto, cualquier estudio, cualquier pronóstico, se difunden previsiones a veces interesadas, se expone a veces con suma ligereza un asunto que es crucial o se apela a la frivolidad antes que a la fiabilidad. Tampoco se aporta contexto, no estaría mal recordar lo que pasó en otras revoluciones industriales. Y claro, es posible que muchos niños y adolescentes de hoy, qué decir de sus padres o los mismos profesores, anden hechos un lío y sin saber a qué atenerse. También se lee y se oye muy a menudo que hay empresas en España que no encuentran trabajadores para cubrir puestos cualificados. Y hay verdad en ello. Pero también la hay en tantos profesionales españoles muy preparados que se han tenido que ir al extranjero o que directamente prefieren no trabajar por lo que aquí les pagan.
No voy a poner enlaces para no señalar, cualquier búsqueda permite encontrar ejemplos con relativa facilidad. También sobre otros muchos temas relacionados con la ciencia, la tecnología, el cambio climático… pero incluso en ámbitos más digamos terrenales como la política, la cultura o el deporte. La velocidad, la presión y, ojo, los formatos de las pantallas cada vez más pequeños, fomentan la instantaneidad y la simplificación, que no son amigas precisamente de la precisión. Hay cosas de las que se puede y se debe informar al momento, pero hay otras que requieren pausa y elaboración.
Cuidado, ya digo que afortunadamente no es siempre el caso, y siguen publicándose y emitiéndose trabajos de indudable calidad y enorme mérito. Secciones y programas de ciencia, tecnología o salud elaboradas por periodistas que no son científicos ni informáticos ni médicos, pero que saben interpretar esas áreas de conocimiento para generar contenidos interesantes y a la vez relevantes. Lo que pasa es que los algoritmos -los matemáticos y los empresariales, que también se dan- a menudo no distinguen unos productos de otros, y nos presentan en el mismo plano lo que es una información bien armada y lo que resulta ser poco más que un titular oportunista.
En fin, el periodismo tiene la misión de contar las cosas de manera que sea fácil entenderlas, por muy intrincadas y complejas que sean. Por eso, nunca puede ser fácil. Y si lo es o lo parece, conviene desconfiar de lo que produzca. Pero justo es también decir que para que el periodista pueda hacer bien ese trabajo difícil, habrá que facilitarle las condiciones -medios, tiempo, laborales…- que le permitan desarrollarlo con su mejor criterio y profesionalidad.
Y entonces, reto a cualquiera que se crea que es o puede ser periodista.