Grandes y menores

La cultura puede albergar ideas políticas, pero no es política. Ésta puede nutrirse o adornarse de referencias culturales, pero no es cultura. Poner en el mismo encuadre a un escritor, cineasta, pintor… con un político, no se sostiene. Menos aún si hablamos de la clase política actual. Un político puede ensalzar, menoscabar o incluso pretender utilizar a una figura de la esfera cultural. Allá quien le crea si una cosa o la otra. Pero lo que no conseguirá es ningunearla. Porque para eso hay que estar a nivel superior o igual. Lo que está por encima de uno y le saca varios cuerpos de ventaja, no lo puede ningunear. Ninguno es él. O sea, nadie.

Un escritor puede escribir de política o incluir alusiones políticas en sus escritos, pero no es un político. Juzgarle primordialmente por sus ideas es quedarse en la cáscara. Podrá ser de izquierdas o de derechas, liberal o anarquista, lo que él quiera, pero encasillarlo y defender que sólo los que piensen en la misma línea pueden leerle o seguirle, es desconocer lo que es la literatura y el arte en general. Puedes ser cristiano católico y derretirte ante la Pietá vaticana de Miguel Ángel. Pero puedes no serlo y también. Se puede tener en cuenta el trasfondo histórico y su forma de pensar a la hora de estudiar la obra del escritor, es recomendable tenerlo presente según le estamos leyendo. Pero asignarle a un bando, a un frente, limitar su interés a un público específico y determinado, vedárselo a otro, es pretender partir al autor por la mitad. Y no hay nadie con derecho ni con capacidad de hacer eso. Que cada uno se ocupe si quiere de partirse a sí mismo el espinazo, pero que deje en paz el del creador y los que aprecian, admiran o rechazan sus creaciones.

Sí hay escritores que se han dedicado a la política real, eso es otra cuestión. Pero ni siquiera la obra entera de éstos puede valorarse en función de esa actividad, que en muchos casos fue puntual. El en su día aspirante a la presidencia de Perú recibió años después el Nobel, y fue el de Literatura, luego se le concedió por su obra literaria, no por su afortunada o desafortunada carrera política ni por las ideas que, por otro lado, no ha tenido después reparo en expresar públicamente. Está en su derecho, como empezábamos diciendo. Pero ello no debería condicionar la opinión que se tenga de su amplia creación y trayectoria literaria. Es más: podrá no gustarte la persona, pero sí sus libros. O viceversa…

Es que la literatura siempre ha sido verdadera, mientras que la política de hoy es pura pose. Tanto ridículo hace el que intenta reclutar al escritor o al artista para su causa como el que pretende ningunearlo, que insisto, no puede. Cuando llega el momento de reconocerle, homenajearle, o de despedirle, se nota muy bien quién lo hace sinceramente agradecido o conmovido, y quién para que le vean en el centro de la escena, dejándose empujar por la corriente a favor. También en los sentidos mensajes, leídos o escritos, se nota quién no se ha leído un libro del autor en cuestión, pero también en los omitidos se ve quién se los leyó a lo mejor todos, pero no cree bien visto manifestarlo, lo siente, pero mejor no en público. Que a ver qué dirán…

Como resultado, la literatura sigue fomentando la sabiduría, mientras la política ventajista alimenta la ignorancia. El que lee mucho tiene perspectiva, sentido crítico y hasta más posibilidades de escribir decentemente, no digo ya una novela, simplemente un correo electrónico. El que sólo sigue a los políticos en ese periódico o en esa radio en la que ponen a unos y a los otros como a él le gusta que los pongan, sólo aprende a repetir sus soflamas. Y ese es uno de los grandes peligros. Que hay muchos, cada vez más ciudadanos, incluso con estudios, que son incapaces de armar más discurso que la letanía cerrada y sin matices que oyen -más que escuchan- a sus adorados líderes emborrachados de razón.

Y así, tal escritor, cineasta, actor o cantante es un rojo, facha, maricón, independista, feminazi… Por supuesto, ni plantearse leer ni ver una película, comprar un disco… Negados de por vida porque alguien les ha dicho que lo que hace esa gente no es recomendable ni puro ni decente. Y si se mueren, pues le mandan de homenaje un insulto para que se vayan a gusto. Claro, sin tener repajolera idea. El que dijo “ha muerto un fascista” refiriéndose al autor de La Colmena, desde luego no andaba muy informado. Y claro, también en vida. Quien reniega por anti catalán del autor de Plany al Mar o Paraules d’amor… muy catalán no parece, la verdad.

Y cuando nos hemos enterado de que tres partidos políticos han vetado en el Ayuntamiento de Madrid la elección de Almudena Grandes como hija predilecta de la ciudad o darle su nombre a una biblioteca pública, cabe pensar que quien sea simpatizante o votante de esos partidos, a lo mejor va y quema sus libros. Quién sabe si un día leyó El corazón helado, Malena… o Las edades… y hasta le gustaron. Nada, a quemarlos. A decir vedad, si es de una de esas tres formaciones, no tendrá la menor duda. Si lo es de las otras dos, puede que ahora esté con el corazón, además de helado, partido. Como algunos -no afirmo que todos- de sus líderes. Que sí, pero mejor no. Que si digo tal, me pueden decir cual y si voy, mejor me quedo en casa o tengo que poner el Belén… Menudo marrón les has dejado, Almudena.

Pero ya se sabe lo que impera hoy, no en la literatura, sí en la política y en sus enfervorecidos seguidores. Que con el tiempo han comprendido que el odio es un arma superior a la alegría, los gestos de rabia y desaliento más útiles, más feroces que las sonrisas. Dicho sea dándole perversamente la vuelta a una frase… de Almudena Grandes. La verdadera es justo al revés.

Está claro que siempre hubo y habrá Grandes y menores. Y esta maldita semana lo hemos vuelto a constatar.

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