A veces, sólo te queda una sonrisa. Es lo único que puedes anhelar, recibir o esperar. En que te puedes amparar.
A veces te sientes solo en el mundo. En la calle, en tu propia casa. Frente a la pantalla esperando respuestas que nunca llegan.
Puede que no lo comprendas, pero es que a menudo ni a ti mismo te comprendes. Quieres hacerlo y resolverlo todo, quitártelo de en medio en un arrebato. Entonces, no sabes por dónde empezar.
Y vienen y vienen las dudas.
Te dices que has hecho grandes esfuerzos por mejorar, pero te paras a pensar y tienes la impresión de que o no han sido tantos o no han servido de mucho. De tanto querer encontrarte, estás perdido.
Pero te queda una sonrisa…
A veces sientes la presión, lo que pasa es que quizás no sabes que a menudo eres tú mismo quien pone la carga sobre ti.
A veces reconoces que para alcanzar un éxito necesitas muchos fracasos, el problema es cuando das más importancia o pones por delante todo lo que salió mal.
La exigencia existe, pero la peor es la que uno se impone. Llega un momento en que no sabes por qué, para quién, sólo que no puedes fallar o más bien no fallarte.
Y vienen y vienen las desazones.
Dices que no has dejado de valorarte, pero hace tiempo que te cuesta. Nunca buscaste ni viviste de los halagos, pero hace ya un tiempo que añoras si acaso una caricia de aliento.
Sin embargo, tienes una sonrisa…
A veces te parece difícil lo que antes era sumamente fácil. Y dudas si seguir haciendo lo que siempre te distinguió, lo que te hizo reconocible y hasta único e intransferible.
A veces hasta escribir empieza a parecerte una tortura. Te plantas ante la hoja y no eres capaz de arrancar. O cuando llevas apenas unas líneas, decides que no te convence y destruyes el documento.
Tienes la sensación de que hablas y no se te oye, de que nadie va a leer lo que has puesto con todas tus ganas, intentando dar lo mejor de ti. No se enteran, simplemente, porque piensas que ya no mereces que te presten atención.
Y vienen y vienen los vacíos.
Tal vez pretendas que te escuche todo el mundo, pero tu voz no dé más de sí.
Por lo menos, vislumbras una sonrisa…
A veces crees que volverás a ser aquel corredor de fondo. Cuando ya no estés cansado y dejen de dolerte las piernas.
A veces quieres sentirte valiente, dispuesto a afrontar cualquier prueba. Nunca te salvas de dudar cuando se aproxima el momento, siempre fue así y lo sabes. Pero cada vez estás menos seguro de superarlo.
Antes no te detenía ni un diluvio ni la peor tormenta, ahora cualquier excusa te sirve para posponer el intento, quién sabe si pronto para abandonar.
Y vienen y vienen las incertidumbres.
En realidad, tienes miedo, no lo niegues. No son tus fuerzas, es tu cabeza la que te invita a renunciar.
Salvo que aparezca una sonrisa…
A veces sientes que te acabas. En seguida te lo quitas de la mente, motivos tienes para sentirte vigente. Lo que pasa es que esa sensación se repite y sus visitas tienden día a día a ser más recurrentes.
A veces piensas que te pones demasiados frentes y barreras. Que siembras de obstáculos todas tus posibles salidas. Te propones eliminarlos de un plumazo, dices que no se puede vivir así, pero a la primera tropiezas de nuevo. Y ya vuelves a asumirlos como normales.
Te preocupas o te agobias por lo que antes te importaba o te interesaba. Te asusta cualquier llamada o cualquier aviso, te encoges con cualquier noticia poco alentadora, de esas que cada vez, eso te parece, llegan con más frecuencia.
Y vienen y vienen las aprensiones.
Así sigues con todo, sin atreverte ni compadecerte. Antes no sabías volar, ahora te da pánico.
Pero tengo una sonrisa.
Esa no me va a dejar de acompañar.
Cuando más perdido estoy, busco y siempre la encuentro.
En días como estos, la siento más que nunca.
Entonces se me pasa todo este rollo que estoy contando en un día gris.
Y se van y se van…