Recordarlo ahora tiene que ver desde luego con el otoño. Y quizás más con el tradicional día de Todos los Santos que con Halloween. Más con la noche de las hogueras inglesa del 5 de noviembre que con la parafernalia gore importada de Estados Unidos. De don Juan a Guy Fawkes. Es que el romanticismo del siglo XIX se inspiró mucho en personajes como estos. Y los new romantic de principios de los 80 hicieron música y video clips evocando aquellas historias.
En realidad, el movimiento musical de los nuevos románticos fue tan breve e intenso como un cruce de caminos. La mayoría de aquellos grupos venían de una u otra parte, pasaron por ahí -o vieron que había una fiesta en el Blitz, aquel club de Londres donde se daban cita- y se apuntaron. Vivieron el momento, dejaron su impronta y después siguieron cada uno su camino. Quizás sólo de Visage pueda decirse que nacieron y murieron por y para la causa.
¿Fuiste new romantic? En todo caso, ya digo, sería por muy poco tiempo. Pero no te olvidas. Porque difícilmente se olvidan los episodios breves que nos parecieron sublimes. Lo que pasa es que la memoria a veces nos engaña y creemos que duró más. O que todo fue. Por ejemplo, Spandau Ballet. Su rompedor primer disco, Journeys to Glory, fue rápidamente catalogado como uno de los buques insignia del género, y a saber lo que ellos pensaban cuando grabaron, por ejemplo, Reformation. En el segundo, Diamond, ya se lo creyeron, pero se pasaron de romantics y pincharon hueso. El tercero, True, ya iba por otros derroteros, y fue su mayor éxito. ¿Te hiciste muy de ellos con ese? Entonces fuiste fan de Spandau, pero no new romantic. Y luego hubo otros muchos grupos a los que hoy se les considera, y tampoco.
¿Cómo te vestías? Porque una cosa era vestir a la moda y otra como los románticos del siglo XX. Al menos, intentar parecerse, dentro de las posibilidades de cada uno. En realidad, aparte de las referencias históricas, la estética de estos grupos derivaba principalmente del glam, igual que mucha de su música. Y claro, David Bowie era el gran referente. Él lo sabía, solía frecuentar el Blitz. Y les lanzó un guiño con Ashes to Ashes, en cuyo video clip, por cierto, sale Steve Strange, el alma y “cara” de Visage. En España, nos vendieron a Mecano cuando su primer disco, pero luego se vio que eran otra cosa. Quien mejor encarnó aquella imagen y el tipo de personalidad pudo ser Tino Casal. Y la canción new romantic española por excelencia, uno diría que Lobo-hombre en París… aunque llegó un poco después, en 1984.
Nos aventuraríamos a asegurar que el romanticismo es una cuestión de actitud. En literatura, en música y en la vida. ‘El que nunca pierde la esperanza’, definió Scott Fitzgerald al romántico. Stendhal se puso muy malo cuando visitó la iglesia de la Santa Croce en Florencia, y sin quererlo dio nombre al síndrome que ataca al que se ve abrumado por una belleza tan excelsa que no es capaz de procesar. Antes de aquello, James Boswell había asociado el término romántico a aquello que no se puede expresar con palabras.
En realidad es complejo, como la propia definición. El movimiento cultural del siglo XIX viene de tres: romantic, en inglés, acuñado por el citado Boswell, significaba sentimental, amoroso, pero también pintoresco; romantique, en francés, se refería a lo novelesco y enlaza con lo épico; y del alemán, romantisch identificaba a los seguidores del filósofo Schlegel, opuesto a las teorías clásicas y ferviente promotor del individualismo. De todo ello se compone el romanticismo, de Byron a Víctor Hugo, de Espronceda al Duque de Rivas. La música de nuestros ochenta hizo por recrear aquellas atmósferas y aquellos temas y sus autores por investirse de aquella impronta. Lo sensacional fue cómo consiguieron conectar aquella estética, al fin y al cabo decimonónica, con la música de sintetizadores y baterías electrónicas.
Entonces me dices que tu tema preferido era The Model (o Das Modell). Sí, cualquiera lo pondría en la lista de éxitos del género, yo también. Pero resulta que era un tema anterior, de cuando ni Kraftwerk ni nadie sabían que aquello iba existir. Un dj de una emisora inglesa lo rescató, lo puso en su programa y preguntó a los oyentes: ¿a qué os suena esto? Y todo el mundo coincidió en que aquello era puro new romantic. Los de la banda alemana, que llevaban diez años haciendo música electrónica -o synthpop o como lo quieran llamar- no fueron tontos, tuvieron el detalle de reeditar la canción en single. Y todos nos la compramos.
El romanticismo del XIX surgió como contestación intelectual al neoclasicismo que, contra todo su sentido, había desembocado en la Revolución Francesa. El new romantic, de la confusión y descontento social de los años 70, principalmente en el Reino Unido, que había servido de caldo de cultivo al punk, pero ya estaban más que hartos de ese ruido. Ambos movimientos, en siglos distintos, optaron ante todo por la evasión. Y fueron fugaces. Más evidente en el caso del fenómeno musical, pero es que a esas alturas del XX las cosas pasaban ya mucho más rápido.
Y puede decirse que ambos surgieron por generación espontánea. En pleno auge neoclasicista en España, José Cadalso escribió las Noches Lúgubres, pero él ni llegó a vivir los hechos que fueron el germen del romanticismo. Lo mismo sucede con Fausto, que Goethe tenía ya escrita en 1773, aunque es verdad que la estuvo retocando hasta que se publicó a principios del XIX, ya sí, en plena efervescencia romántica. En la música, lo de Kraftwerk ya está contado. Pero es que, lo mismo que Spandau Ballet con su primer disco, OMD habían obtenido un fabuloso éxito con Enola Gay, lo que les valió ser señalados como punta de lanza de los new romantic, y entonces ya se marcaron un álbum puro romanticismo que albergaba un Juana de Arco. En su caso, sí acertaron de pleno.
Luego, están los que pasaron por ahí. Marc Almond se había unido a un teclista excepcional, David Ball, para formar Soft Cell, tomó dos temas de los años cincuenta y los adaptó magistralmente al sonido de la nueva época. Con Tainted Love y la cara B de ese single, aparte de petar las pistas de baile, subió a la cumbre del newromanticismo, y ni él mismo a lo mejor sabía si lo era. Dos años después, vinieron a actuar a Madrid y no la cantaron. Ultravox -Hay que ver lo mal que ha envejecido el nombre de este grupo- fueron, lo mismo que Bowie, inspiradores y referentes de esos chicos nuevos del Blitz, pero también decidieron darse un paseo por aquellos parajes musicales, y eligieron nada menos que Viena para la incursión.
Y como corresponde a lo que evoca el propio romanticismo, su existencia fue intensa, sublime, pero efímera. Como vinieron, como pasaron, se fueron marchando. En general, el tercer álbum de casi todos ellos, si lo hubo, ya tenía poco que ver. Incluso los hay, como Depeche Mode, que niegan haber pertenecido jamás a ese movimiento. Con los escritores del XIX sucedió algo parecido. Stendhal pasó de Rojo y Negro a La Cartuja de Parma. Balzac, de La Piel de Zapa a Papá Goriot. En cambio, Víctor Hugo sí resistió y se mantuvo romántico a contracorriente en pleno imperio del realismo. En España tuvimos un romanticismo tardío, pero mucho más tarde aún fue cuando José Zorrilla estrenó el Don Juan Tenorio en 1844 y fue un sonoro fracaso. Cierto es que, reestrenada 16 años después un 2 de noviembre y con los derechos ya en poder de otro, el éxito fue absoluto y quedó para la posteridad, hasta nuestros días, como representación tradicional de estas fechas.
Pero ahora, visto con esta perspectiva, ¿por qué fuimos new romantic? Y sobre todo, ¿por qué los seguimos evocando? Si fue tan leve, tan etéreo, si casi se podría concluir que realmente no existió, que fue, ya digo, un cruce casual, puntual y glorioso entre talentos muy distintos. Porque, quizás, lo que les unió y nos une a ellos, como a los inspiradores de ellos, es la vocación de evadirnos, de viajar a otros mundos y a otros tiempos, de transformarnos, vivir otras vidas y no ser descubiertos en esta. O, dicho de otra forma, porque románticos como los del XIX no hemos podido ser… y a lo mejor es lo que nos hubiera gustado.
Por eso, cuando vienen estas fechas, más allá de tradiciones y modas -nada que ver una cosa con la otra-, lo que nos gusta es escuchar esa música. Y de paso, recuperar esos libros.