En vísperas de un clásico, hoy vamos a hablar de fútbol, sí, pero no quizás de lo que los muy futboleros esperarían. Es una reflexión. No sé cuántos niños verán el Barça-Madrid. Lo que es seguro es que en las gradas del Camp Nou se verán, muy mayoritariamente, semblantes de gente mayor. Lo mismo en las barras reconquistadas de los bares de Madrid y Barcelona. En las casas, probablemente estarán viendo una serie.
Los autoproclamados defensores del fútbol global, la infancia y los valores humanos -léase presidentes y dueños de grandes clubs, federaciones y emporios televisivos- se declaran preocupados porque los niños están dando la espalda a su deporte -quiero decir, el más universal, pero que ellos consideran suyo. Así se lo hemos escuchado, por ejemplo, a Florentino Pérez. Lo falaz es que esgrimen este argumento a la hora de defender una Superliga cerrada al estilo NBA jugada sólo por los “mejores” o que los mundiales se jueguen cada dos años. Porque ellos saben mejor que nadie que estos ambiciosos proyectos que defienden con tanto fervor no se proponen cuidar a los aficionados del futuro, sino engrosar su negocio del presente. ¿Acaso los niños están dejando el fútbol porque no echan un Madrid-Bayern o un Barça-Liverpool todas las semanas? ¿O simplemente porque no pueden ver ni un Elche-Cádiz?
Que me digan de otros países, pero si nos ceñimos a España, hoy todo el fútbol es de pago. Y caro. No vamos a hablar de lo que cuesta hoy una entrada para un partido digamos normal -más que sexo telefónico, que denunció un hincha alemán en Bilbao. Para una familia, incluido transporte, parking y qué menos que una merienda cerca del estadio, total, poco menos que un fin de semana en Disney World. Pero ya saben que para verlo por televisión también hay que pagar. Ya no hay más partidos gratis que los de la selección española. Si tienes suerte de que los derechos de un Mundial o Eurocopa los compre una televisión generalista, puedes ver a Brasil, a Inglaterra, Francia… Pero eso sucede, como mucho, cada dos años. El fútbol de cada día, que es el que engancha –Liga, Champions League…- se retransmite exclusivamente en cerrado. Y ese abono se lo pueden permitir algunas familias, pero muchas no. Un adulto puede irse al bar y el partido le costará tres cervezas, un vino o seis cubatas, eso ya dependerá de él. Pero no se va a llevar a sus hijos al bar. Tampoco éstos se van a internar en uno, solos o en grupo, además de que no les van a poner una Coca-Cola para seis.
Voy a ponerme nostálgico. ¿Qué fútbol veía yo de niño? Para empezar, en España sólo había una televisión, la de toda la vida con sus dos canales. Cada semana echaban un partido de Liga, los domingos a las 20h, que luego pasó a retransmitirse los sábados (y los clubs se quejaban de que ese partido televisado les quitaba público, claro, porque entonces TVE no les pagaba un duro). También, claro, veíamos todos los partidos de la selección nacional. Los de competiciones europeas sólo se veían de vez en cuando, eso sí, todas las finales, aunque no las jugaran equipos españoles. Cuando llegaban los Mundiales, no echaban todos los partidos aparte de los de España, pero sí bastantes, en teoría los más destacados. Y la final de Copa, algún partido de eliminatorias… Y muchos torneos veraniegos, de esos que se jugaban por todo el país en agosto y venían buenos equipos de Europa y Sudamérica. De ligas internacionales, tenía que conformarme con los tres o cuatro minutos que daban los domingos en el programa resumen de la jornada. Ahí estaba yo, clavado delante del televisor, para no perderme ese instante glorioso que debía llenarme para toda la semana.
Bien, pues yo veía más fútbol que la mayoría de los niños de hoy. Porque hoy se pueden ver todos los partidos de Liga, de Segunda División, de las principales ligas internacionales, todos los partidos de Champions League, de la Europa League… en teoría. Porque lo tienes que pagar. Y si a sus padres no les da el presupuesto, el niño no lo ve. Tendrá que dedicar los sábados y domingos por la tarde a hacer otra cosa. Por ejemplo, a darle al móvil.
En cuanto a ir al estadio, en mi adolescencia, una entrada de tercer de anfiteatro de pie en el Bernabéu para un buen partido -un Madrid-Barça, mismamente- costaba unas 500 pesetas, 3 euros, -¿pongamos 12 euros en una progresión razonable de aquel tiempo a hoy? Suponía un esfuercillo para un chico que todavía vivía de la generosidad familiar, pero no era algo absolutamente inalcanzable, como es ahora. Y durante bastante tiempo hubo entradas para menores de 15 años a 50 pesetas -30 céntimos.
Cada vez más, el fútbol es un producto para adultos. Pero no, los grandes mandatarios del fútbol -y los medios de comunicación que informan y comentan sobre lo que dicen y hacen esos mandatarios- ni nos hablan de eso. La solución para reenganchar al público infantil, según ellos, pasa por programar sólo “partidazos” entre los clubs ricos de Inglaterra, Alemania, España, Italia y Francia, que básicamente son los que quedan. Porque esos grandes clubs de esos países llevan años descapitalizando las otras ligas europeas -y no digamos sudamericanas-, que en su día fueron más que relevantes, con equipos de prestigio -de Bélgica, Países Bajos, Hungría, Suecia…- que hoy, salvo excepciones, son meras comparsas. ¿No dan buenos futbolistas? Ya lo creo que sí, pero se les van apenas les crecen los dientes, en su mayoría para nutrir el fondo de armario en clubs de la Premier, la Bundesliga… Y ahora, encima, proponen los que gobiernan este juego echar a esos pobres equipos de aquellos países… por malos. ¿Qué hará un niño húngaro, sueco…? Pues jugar a otra cosa.
Y tendremos partidazos, sí, que veremos los de siempre, y cada vez más viejos. O ni eso. Porque hasta el caviar empacha y lo sublime repetido hasta la saciedad deja de ser tal y se convierte en rutina. “¿Con quién jugamos hoy, otra vez con el Manchester United…?” Eso sí, a corto plazo, será un gran pelotazo para los dueños de la fiesta. Que es lo único que les importa. Y el que venga después…
Así que, si esto sigue así y con la deriva que lleva, cuando vuelva a ser niño ya no volveré a coleccionar cromos ni rescataré mis grandes ligas, copas y mundiales de chapas… Qué sé yo lo que voy a hacer.