Una palmera en Varsovia

La barroca Iglesia de la Santa Cruz guarda como un tesoro el corazón de Frederic Chopin, lo único de él que pudo volver a su país. Le despidieron con fiesta y alegría cuando salió de gira por Europa, sin sospechar, él tampoco, que jamás regresaría. Murió en París, 19 años después de su partida, y allí quedó enterrado. Pero además de recuperar su músculo vital, esta ciudad le recuerda cada día que sigue siendo suya, museo incluido y audífonos en el mobiliario urbano para quedar y sentarse con él.

Porque, efectivamente, esto es Varsovia. La citada iglesia está al final de Krakowskie Przedmieście, que a los pocos metros pasa a llamarse Nowy Swiat. Una arteria jalonada de palacios y edificios señoriales por la que, como contaba, el día derrocha animación y música, y la noche sólo deja escuchar los pasos de los viandantes. Éstos abandonan el ya vacío centro histórico, bien de retirada o bien en busca de tomarla en uno de esos antros clandestinos, que durante la etapa de dominio soviético estaban prohibidos y ahora, simplemente, escapan a los horarios de cierre nocturno. Así es posible sacar una foto como la que ilustra este post.

Por esa misma vía, pero mejor de día, uno se encuentra a la izquierda el monumento a Nicolás Copérnico. Que según rezan sus biografías es prusiano, pues a esa nación pertenecían en su época las ciudades donde nació y murió. Pero hoy son Polonia de aquí le consideran. Su nombre lleva el impresionante -dicen- museo de ciencias a orillas del río, al que nunca pude entrar porque ni siquiera vendían entradas por tener permanentemente el aforo completo. Y dejábamos caer que el 27% de los españoles o no saben quién fue o poco caso hacen a Copérnico, pues creen que el sol gira alrededor de la tierra, de acuerdo con una encuesta del CIS de hace unos pocos años.

Efectivamente, Nowy Swiat se cruza en un momento dado con la potente Avenida de Jerusalén, que parece ser que en su tiempo fue un camino que llevaba al poblado del mismo nombre. Y ahí, en el cruce, en una rotonda llamada Charles de Gaul, se encuentra nuestra palmera. Que, claro, no es verdadera. Está fabricada de acero y plástico, así bien puede soportar los rigores del invierno.

Se trata de una creación de la artista Joanna Rajkowska, fue instalada en ese enclave en 2002 y su propósito es recordar a la comunidad judía que allí vivió y evocar el vacío que dejó su ausencia. Como en este mundo lo que prima hoy es no ponerse de acuerdo nunca, la obra es objeto de controversia entre los varsovianos por su significado. Al menos, ha quedado como lugar singular y punto de referencia y encuentro. Por cierto, en esa misma plaza estuvo la sede del partido comunista, que después albergó la Bolsa de Varsovia. Paradojas de este mundo cambiante.

En fin, podríamos contar muchas más cosas de Varsovia, una ciudad apasionante que merece la pena visitar. Y por mi parte, volver. A ser posible, más de cuatro días y no coincidiendo con el puente del 15 de agosto.

No tardó nada Jacinto Rodríguez, volviendo por donde solía, en dar en el clavo. Es verdad que también lo ha acertado María José Rudilla, pero más tarde y a la tercera. Así que para Jacinto va el premio prometido. A ver qué le parece… una palmera de chocolate.

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