… Estoy desayunando en la cafetería del magnífico pero casi vacío Sheraton Colony Square, hoy se llama W Midtown, 11,95 dólares el buffet, serán las 8.30h, viendo las noticias en un alto televisor. La del día, prevén, será que Michael Jordan va a anunciar a media mañana su vuelta a las canchas, con los Washington Wizards. Es martes y mi segundo día en Atlanta… El día más largo – Byenrique
Así empezaba, hace exactamente diez años, el relato de mi día más largo, del que a su vez se cumplen hoy 20. Claro, imposible olvidarse, no ya de lo que aconteció, sino de todos, hasta el mínimo detalle de lo vivido ese día. En Atlanta, a cientos de kilómetros de los epicentros, a dos días de mi último paseo por Nueva York, pero en el mismo país y lejos, mucho más, de mi casa, mi gente, mis zonas de confort. Por lo demás, no presencié más de lo que todo el mundo vio por televisión, bueno sí, a toda esa gente impactada, desconcertada, espantada y finalmente conmocionada. Y la incertidumbre de llegar a saber en un momento dado lo que había empezado a ocurrir, pero no saber cómo ni cuándo iba a terminar.
Porque, ¿ha terminado? Esa podría ser una buena reflexión. ¿Qué ha cambiado, en el mundo y en la vida de cada uno desde ese histórico día? ¿Y qué hemos aprendido…? Los ataques dieron en terminar propiamente sobre las 11.30h de aquella mañana, cuando los ciento y pico aviones que todavía sobrevolaban Estados Unidos estaban perfectamente controlados, la tripulación contactada y en normalidad. Pero un largo proceso no había hecho más que empezar.
Y sí, podemos constatar que hoy sigue en marcha. Esa misma tarde, noche en España, ya se informó de un recrudecimiento de la ofensiva de las tropas estadounidenses que ya estaban destacadas en Afganistán. Luego vendría la misión auspiciada por la OTAN… y en fin, ahí tenemos el desenlace 20 años después, que será fácil prever, y esperemos, que tampoco será definitivo.
A 20 años vista del 11S que, en efecto, cambió el mundo y marcó nuestras vidas -como muy certeramente tituló El Mundo en su editorial del día siguiente-, podríamos enumerar muchos aspectos que, en efecto, demuestran que el mundo ha cambiado y que nuestra vida se ha visto afectada o alterada. Pero, también, que otras muchas cosas siguen igual.
Los días posteriores al 11 de septiembre de 2001, mis afectados amigos atlanteses -tan tranquilos y tan buena gente- me preguntaban por qué pensaba que les habían hecho aquello, cómo podía haber quien odiara tanto a América… Uno usó toda su diplomacia y condescendencia. Aparte de ni mostrarles los chistes y memes que ya me llegaban de mi tierra, les decía que no era un ataque sólo a Estados Unidos, que yo también me sentía atacado, porque en realidad su objetivo éramos todos los que pertenecemos al mundo llamado occidental. Y no mentía, porque así era en realidad y se demostraría en los años siguientes.
El entonces neófito presidente George W. Bush, ni un año todavía en el cargo, concitó, al minuto siguiente de los atentados, posiblemente el mayor apoyo global que un presidente norteamericano haya recibido en la historia de ese país, o desde luego, después de la Segunda Guerra Mundial. Y lo malgastó. Pretendió aprovecharlo, por ejemplo, para promover la invasión de Irak, una misión que en nada respondía al objetivo de combatir o siquiera prevenir el terrorismo islámico. Al contrario, contribuyo a instaurarlo también en suelo iraquí.
En cambio, la misión de Afganistán nadie la cuestionó, porque allí sí había constancia de que el régimen talibán perpetraba, auspiciaba o apoyaba la lucha contra la civilización occidental, aparte de sembrar el terror, la opresión y su analfabetismo entre su gente. Pero ya sabemos cómo ha terminado… o en qué punto se encuentra en este momento. Digamos que exactamente en el mismo que en 2001.
A Bush hijo lo sustituyó Barack Obama, y un rayo de esperanza pareció alumbrarnos. El desenlace de su mandato fue Donald Trump. El año pasado creímos salir de esa depresión, pero los frentes abiertos siguen siendo los mismos y cada avance se anula con un nuevo retroceso. El panorama mundial no ha cambiado, salvo que ha entrado en escena un nuevo actor esencial: China, que como consumado contendiente de guerras frías, aplica la máxima del “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Volviendo a entonces. Occidente era el enemigo, en efecto, y España, por supuesto. Los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid se llevaron 192 vidas y dejaron mucho dolor y horror en un país mucho más acostumbrado a sobrellevar el terrorismo. Pero, además, las secuelas de aquel acontecimiento instauraron una era de insoportable, miserable confrontación política que perdura en nuestros días, agudizada aun por los sucesivos acontecimientos -económicos, identitarios y hasta sanitarios- que han marcado estos años.
En general, puede decirse que la amenaza del terrorismo islámico era poco más que residual antes del 11S. Hoy es una amenaza generalizada en gran parte del mundo, quizás algo relajada en los últimos años, pero que en cualquier momento puede repuntar. De hecho, hemos adoptado una serie de prácticas preventivas que ya asumimos como normales, desde la bolsa de líquidos para el avión hasta los detectores de metales por doquier o las cámaras de vigilancia, o qué decir de los bolardos en las plazas.
El gran inspirador de los ataques del 11S, que no el autor material, fue Osama Bin Laden, a quien finalmente Estados Unidos encontró y eliminó. Por cierto, era de Arabia Saudí, como otros mecenas de la guerra santa islámica, pero a ese país nadie le pone el cascabel. Hasta gana en influencia, se hace fuerte en la ONU, veta las causas que no le interesan, impide cualquier ayuda al pobre estado y a la gente yemení… Ahora pretende, y conseguirá, llevarse la sede de la Organización Mundial del Turismo. Qué diferente trato merecen las dictaduras, las tiranías, los fundamentalismos… según se sea pobre o rico.
En aquellos consternados días, tal vez por el hecho de que hacía apenas un mes había estado por primera vez en Berlín, me dio por pensar que el espacio donde se levantaron las Torres Gemelas lo dejarían quizás tal cual quedó, a modo de recuerdo o memorial. Una ciudadana argentina residente en Atlanta me quitó esa idea: “no te engañes, son americanos y en cuanto puedan las levantarán otra vez, más altas y más grandes”. En gran medida, acertó.
¿Y Recuerdan cómo eran los viajes en avión antes, en comparación a cómo son ahora? ¿Han volado a Estados Unidos alguna vez desde entonces? ¿Se fijan en los pasajeros en la cola de embarque? O muy injusto, pero ¿qué les pasa por la cabeza cuando entra un señor o señora, o peor, un jovencito tapado hasta la coronilla con un velo en el vagón del metro?
En general, el mundo es y se siente mucho más vulnerable. Aquellos ataques inspiraron otros ataques, aquellas respuestas derivaron en nuevos conflictos y más ataques. El siglo XXI se inició con aquella convulsión, a la que no sucedió, sino que se superpuso una catastrófica recesión económica, de la que las sociedades intentaban recuperase cuando sobrevino una pandemia mundial. Han sido los tres grandes hechos que han marcado estas dos décadas.
En definitiva, cuando conmemoramos 20 años de un hecho histórico que marcaría un antes y un después, ¿cómo es el “después” que conocemos hasta ahora? ¿Es el mundo más libre, más justo, más pacífico, más equitativo, en fin, mejor para vivir…? Me temo que las respuestas están a la vista.
Pero por terminar con algo de humor, aunque sea negro: ¿han vuelto a oír el dicho aquel de “torres más altas…”.
Uno recuerda aquel día, se mira ahora, y la verdad es que se siente el mismo. No sé si es bueno o malo. Unos 10kg menos en el cuerpo, pero 20 años más, las mismas inquietudes, las mismas frustraciones y muchas -no todas- de aquellas ilusiones aún vivas. Todavía sigue mirando hacia delante con optimismo, aunque la realidad se encargue día a día de minar la moral. Piensa que no lo conseguirá nunca, pero la batalla cada vez se hace más dura. Tampoco ha dejado de pensar que cada impacto le va a hacer más fuerte, solo que ya empieza a tener sus dudas. De momento, mientras no se demuestre lo contrario, seguimos…
Ah, y en el relato en cuestión del Día Más Largo se hacía referencia a otro aniversario que se cumplía ese día, y que hoy se cumple exactamente igual. La memoria, esa sí que permanece imbatible.
Pero tan largo fue ese día… que parece que todavía no haya terminado.