Prometimos una nueva entrega de microrrelatos y aquí está. Nos quedaban seis en la recámara y hemos añadido uno nuevo, escrito, como corresponde, a quemarropa. Estos son:
Incidentes telúricos
A las 22:00, se produjo la erupción.A las 21:00, ignorábamos el peligro y nos abrazábamos sin fin. A las 20:00, nos acabábamos de conocer, tú salías a buscar aventuras arriesgadas y yo venía de terminar mis vulgares deberes cotidianos.
Parece ser que, horas antes, los vulcanólogos locales ya predijeron insólitos fenómenos telúricos en la zona, solo que no fueron capaces de precisar el epicentro.
A las 23:00, yacía abrasado en la lava, mientras tú te negabas a correr ladera abajo.
El volcán nos había encontrado a la intemperie, el grueso humo nos delataba y yo sabía que la explosión fatal estaba todavía por venir.
A solas con él
Hablando todo el día con el loro del vecino por la ventana, la verdad es que he empezado a conocerme mejor. Ahora me doy cuenta de tres aspectos reveladores de mi existencia: uno, que muy solo tienes que estar en la vida para pasarla parloteando con una dócil criaturita; dos, que cada vez siento más necesidad de que me den siempre la razón; y tres, que desde que mi mujer se mudó al piso de al lado, soy yo el que se fija más en él. Entonces, no soporto que se haga el interesante cuando le llamo a silbiditos por las noches.
Palmaria minoría
La rata sonrió en aquel momento. Hasta a ella le satisfacía la resolución, que incrementaría su cuota. El buitre aprobó, la hiena asintió… Nada como las decisiones por mayoría cualificada, pensó el zorro gris, que se aprestó a pasarle al coyote la minuta por sus servicios de consultoría, mejor antes de someter el dictamen oficial a la junta de córvidos, de reportar a la cámara de depredadores y del banquete al fin, no vinieran los cafres de siempre a reventar el festín. Porque los únicos que quedaron en palmaria minoría fueron los terneros, los pobres. Y eso que eran más…
Yo no me llamo…
Te quiero, Pilar, te quiero, te decía. Y tú, ni caso. Te adoro, Teresa, te adoro. Y mirabas a otro lado. Te deseo, Verónica, te deseo. Y me dabas con la puerta en las narices. ¿Qué culpa tenía yo de no recordar tu nombre? Al final conseguía enternecerte, daba igual como te llamaras, tus ojos eran los más tentadores que había visto en mi vida. Entonces, ya me abrías tu dormitorio. Al día siguiente, el mismo ritual: Isabel, bonita; Clara, mi amor; Virginia, tesoro… Era como un juego. En realidad, tú siempre supiste el inmenso apuro que me daba llamarte Javier.
Transrutina
El ruido de un tiroteo consiguió animarlos de nuevo.El tren proseguía imperturbable su perpetuo trayecto. Las viejas películas del Oeste que programaba la compañía despertaban por momentos al anodino personal. Saliendo de Novosibirsk, el revisor se rehízo en su cubículo y comenzó su pesado desfile por los vagones. Tambaleante, pero de memoria hasta el 14, en el que estaba el bar. Le preguntaron si había visto algo en el 9, encogió los hombros. Estricto profesional, ni la sangre ni los cuerpos habían conseguido alterarle. Todos llevaban su billete en regla. En Moscú cambiarían la cinta por una de muertos vivientes.
Tocando a Beethoven
“Por si me pasa algo”, le dijo esa noche al vecino que le haría de enlace. Mientras, esperaría tocando a Beethoven. Sabía que vendrían a por él, no tardarían. El Claro de Luna sería la señal. En cuanto sonara, se activaría la alarma y acudiría el comando liberador. Así procedió, según llamaron y supo que era la policía patriótica. Apenas arrancaba el primer movimiento, echaron la puerta abajo, le leyeron la orden sin atender al do sostenido, lo esposaron… Cuando ya se lo llevaban, preguntándose qué pudo fallar, pasó bajo la ventana del enlace. Pudo oír un piano. Tocaba la Patética, el muy malnacido.
Y este es el nuevo:
A un clic
El mundo siempre a un clic. No hace falta más trayecto ni esfuerzo. A un clic de las noticias, a un clic de la solución. De un viaje, de un premio, del paraíso… Al final del día, ¿cuántos clics hiciste? Cerraste un trato, compraste vino, aireaste tu vida… y las horas que esperaste a que pasara o hubiera algo detrás del penúltimo clic. Hastiado, piensas que ya no sabemos hablar ni caminar, pretendemos abrir las ventanas, respirar el aire o enamorarnos a golpe de clic. Y la vida se nos pasa, se apagará con un clic.
Y hasta aquí los que teníamos. Ahora nos toca escribir más, y cuando tengamos suficientes, volveremos a publicarlos. Si queréis ver las anteriores entregas, todas están aquí Microrrelatos a quemarropa – Byenrique