Ese animal…

Lo llaman paraceratherium, perdón por el palabro. Dicen que fue un rinoceronte. A mí se me asemeja más un tapir. Pero gigante. Medía 5 metros de alto, siete si erguía la cabeza -ni la jirafa más alta vista-, ocho de longitud sin contar la cola. Pesaba hasta 24 toneladas, cuatro veces más que un elefante africano actual. Y encima han encontrado ahora en China fósiles del más descomunal de la familia. El mamífero terrestre más enorme conocido hasta ahora. Comía de las copas de árbol más altas, imaginamos que le costaba un mundo moverse. Vivió hasta hace 16 millones de años. Dicen que inspiró los tanques blindados a cuatro patas del Imperio en Star Wars.

Ese animal, ese animal…

Lo han bautizado homo longi, hombre dragón. Lo han encontrado también los chinos. Dicen que podría ser, controversias y disputas aparte, el pariente más próximo de lo que somos hoy. Tenía todavía apariencia primitiva, pero un gran cráneo que albergaba un cerebro como el nuestro, luego se presume que podría tener nuestra misma o parecida capacidad intelectual. El individuo objeto del descubrimiento vivió hace unos 146.000 años. Cada vez hay más teorías que apuntan a que los antecedentes del homo sapiens no fueron especies aisladas, sino que coincidieron, se conocieron, interrelacionaron… y hubo mestizajes que podrían explicar estas variantes que los estudiosos se esfuerzan por catalogar.

Ese hombre, ese hombre…

Lo llaman matador, alimaña, asesino… pero su nombre científico es canis lupus, ya saben, el lobo. Su condición de villano, no sólo de películas y cuentos, justificó en España su cacería indiscriminada, por mucho que Félix Rodríguez de la Fuente se partiera la cara por él… y se la partieron. Llegó a estar prácticamente extinguido en la península, hasta que alguien debió darse cuenta de que los ecosistemas existen por algo, y este canino formaba parte del nuestro. Los esfuerzos de repoblación han conseguido que hoy vivan algo más de 2.000 ejemplares al norte del Duero. Y claro, su presencia incomoda otra vez. Los ganaderos claman por las cabezas perdidas, los ecologistas lo niegan y avisan –“por cada uno que mates, Europa te pondrá dos”-, los cazadores y sus lobbies justifican su caza a destajo, las comunidades autónomas gestionan el tira y afloja, ya se sabe que hay votos de por medio. Nunca una minoría fue tan cuestionada.

Ese animal, ese animal…

Lo llaman… de muchas maneras, según de dónde venga el que los cite. Científicamente, respondería a la definición homo homini lupus, “hombre lobo para el hombre”, acuñada por Plauto y desarrollada por Thomas Hobbes. Una especie perfectamente evolucionada, pero de instintos primitivos. Que no entiende de diálogos ni concordias, de amigos o de socios bien avenidos, todo lo más de aliados ocasionales para las causas que considera irrenunciables. Que despectivamente llama buenismo, y la RAE se lo ha aceptado, a toda conducta que demuestre una altura de miras a la que él sería incapaz de llegar.  Aunque su conceptualización teórica data de hace casi cuatro siglos, en nuestros días viven y abundan, en las estepas y en los despachos, en los consejos y en las portadas. A menudo, demasiado, llegan a ser mayoría.

Ese hombre, ese hombre…

Se llama bison bonasus, más conocido como bisonte europeo, y no se extinguió en España porque nunca habitó aquí. Los que pintaron en Altamira eran de otra especie, esa sí, desaparecida hace 6.000 años. Pero ahora tenemos en nuestro país unos 100 ejemplares traídos de Polonia, repartidos por varias fincas y tratados básicamente como ganado. Dicen los importadores que es para preservar la especie, pero se intuye perfectamente que es por puro negocio. Los “preservados” animalitos sufren en un régimen de existencia y en un clima que no son los suyos, y el resto de las especies tendrán que amoldarse a las costumbres de un nuevo vecino desconocido que a saber por dónde les sale. En el Retiro y otros parques de Madrid siguen organizando batidas para librarlo de las cotorras argentinas que lo invadieron, y no terminan de poder con ellas.

Ese animal, ese animal…

No están extinguidos, pero sí en retirada. No pintan nada, pero se niegan a asumirlo. No tienen nombre científico, aunque seguramente habría que emparentarlos con los paraceratherium, algo más pequeños, pero casi igual de aparatosos. Técnicamente se les llama expresidentes del Gobierno. Y conviene cuidarse de ellos. Como ya no tienen responsabilidades, van por libre, no se encomiendan a nada, piensan que cualquier presente posterior al suyo es inequívocamente peor. Y no comen de las copas, más bien beben de ellas. Ayer habló ese que cae muy bien o muy mal según a quién, pero no se conoce nadie que le caiga bien a él. Su discurso siempre siniestro, tenso, desafiante, como pronunciado desde el lado oscuro, que viene a ser justo el tono que necesitamos hoy día. Y todavía hay quienes piensan que habría que repoblar el país con ejemplares de su especie… sí, para terminar de extinguirnos.

Ese animal, ese animal…

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