La primera dosis la recibí por sorpresa. Claro, no hablo de vacunas.
Lo virtual tiene estas trampas, se reúnen muchas pantallas y entonces conoces caras, no personas. Hasta que insospechadamente te paras, te quedas absorto en una.
¿Y si además fuera persona…?
Mientras, fluían conversaciones difusas, a ratos obtusas. Pero esta vez no me evadía buscando otras noticias que me alimentaran.
¿Era real esa visión que no parecía de este mundo ni de este negocio?
De aquello me quedó un leve mareo momentáneo, cierto cosquilleo que luego fue sano picor y duró unos días, pero poco más.
La segunda dosis sí tenía fecha y hora fijadas. A esta acudí con interés, si a eso se puede llamar una curiosidad subida de tono.
De nuevo online, los cromos bien dispuestos y organizados en el álbum, algún espacio vacío, estampas ilustres por pegar como si no hubieran querido salir del sobre.
Y en todo el centro, el marco luminoso que buscaba. No se escondió nunca ni se movió de su posición privilegiada, ya fuera que el inefable algoritmo la había puesto ahí expresamente…
No sé por qué; él, decididamente, sí.
La mirada serena, los labios en señal de peligro…
Que sin duda era cierto.
Esta vez la reacción fue inmediata, pálpito acelerado, amago de disnea y en cuanto al brote febril, bueno, así estoy aquí escribiendo esto.
Ahora espero que haya una tercera dosis… Claro, no hablo de vacunas.
Pensé que eran los idus de mayo. No, la primera fue aún en abril.
Aquella fue revelación; la segunda, inspiración. Una me inoculó brillo en los ojos, la otra me inyectó paz. El tren detrás, a punto de arrollarla. Y ella, segura, dominadora de la situación, sin perder un segundo la sonrisa.
Ni el centro de la escena.
He intentado distraerme con otras reflexiones, ilusiones o indignaciones. Con los abrazos sinceros que algunos -¿es posible que tantos?- pretenden vender como perversos.
Con discursos vacíos y otras estrategias disuasorias.
Las proclamas miopes y los largos plazos denostados.
Pero no hago más que recular y volver a esa ventana al cielo, los hombros mullidos de seda negra que sé que nunca llegaré a abrazar. Demasiado divina para materializarse en un plano real. No llegará el trance en el que la pantalla se haga vida y no sean puntos sino poros, respiración por toda conexión.
Aguardo esa tercera dosis, aunque sé que es la que me podría matar.
Y yo que me creía inmunizado…
Claro, no hablo de vacunas.
Pero ya tenía ganas de escribir algo divertido.