15M: ¿diez años no fueron nada?

Diez años después de aquel esplendor en la Puerta del Sol y en otras plazas de España, una de las noticias del día es esta CaixaBank saca adelante por mayoría los salarios de la cúpula con el rechazo del Frob – elEconomista.es. Es decir, básicamente la esencia de aquello contra lo que acampaba aquella gente y dejaba oír su voz, sus canciones, sus consignas. Podría ser ilustrativo de la derrota de aquel movimiento que, más allá de ideologías con las que pudieran comulgar o que se les pudiera asignar, pedía más justicia social y un mínimo de decencia política y empresarial.

Pero hablando de derrotas, recordemos que la primera les llegó bien pronto. Sólo diez días después del 15-M, el Partido Popular arrasaba en las elecciones municipales y autonómicas. Sí, también y rotundamente en Madrid. Seis meses después, más de lo mismo en las generales ¿Dónde estaban los votos de toda esa gente indignada, ilusionada y por fin atrevida? Quedaba bien claro que nadie en las urnas les representaba. Bien lo decían.

Pero todo habría de llegar. Una formación política y un líder fueron capaces de encarnar una buena parte -no todo- de aquel espíritu. Cuatro años más tarde, Podemos, ya convertido en partido político -o en agrupación de partidos-, conseguía 70 escaños en el Congreso de los Diputados, lo que nunca imaginó llegar a tener la izquierda más allá del PSOE desde la reinstauración de la democracia en 1977. Es más, grupos tutelados por esta formación se hicieron con las alcaldías de Madrid y Barcelona, además de cobrar una presencia muy relevante en casi todas las instituciones electas del país.

Pero a su líder, Pablo Iglesias, aquello no le pareció suficiente. Forzó la repetición de aquellas elecciones generales, llevado por la ambición de ser más, de conquistar más, de ‘sorpasar’. Se le fueron un millón de votos por la alcantarilla, de 70 diputados pasó a 60. A día de hoy, tiene 30 y bajando. Por el camino, marginó a disidentes, entorpeció y finalmente trucó la reelección en la alcaldía de una de sus figuras icónicas, Manuela Carmena, forzó otra repetición electoral en 2019 -junto con Albert Rivera, una historia muy paralela- de la que salió otra vez peor parado. Llegó a vicepresidente del Gobierno y un año después se lio la manta a la cabeza para conseguir movilizar aún más -si no lo estaban ya- a los que se sabía que iban a votar derecha en Madrid. Y ahí lo ha dejado.

Uno piensa que algún día, por ejemplo cuando inaugure su nueva sede, el PP debería dedicarle al ex líder de Unidas Podemos un espacio, una placa, el nombre de un salón de actos… Porque desde su primera e histórica irrupción en el Parlamento, cada movimiento “estratégico” que emprendió no hizo más que beneficiar al partido al que puso más énfasis en combatir. Y para colmo se corta la coleta justo ahora, lo que ha propiciado ingeniosos y previsibles memes a su costa y, es lo peor, a costa de mucho de lo que él dio en representar.

Pero una vez que la principal figura política surgida del 15-M ya es historia y todo indica que pronto lo será su partido, ¿lo es el propio movimiento? A la vista de los acontecimientos, las noticias de este tiempo, un somero paseo por el distrito centro de la capital, podría pensarse que sí. Que de aquello no queda nada más que un nostálgico, romántico recuerdo. Se diría que, en este estado ya casi post pandémico, la mayor preocupación de la gente -y la joven, principalmente- es que les abran los bares y poder salir hasta las tantas, hasta que les dé la gana. Pero ese es un paisaje superficial. Que a no pocos es el que le gusta poner en los cuadros de la entrada.

Porque las cosas siguen exactamente igual. El presente que hace diez años era futuro es el mismo, y el futuro que hoy vislumbran los que llegan pinta como aquel. El no future que clamaron los Sex Pistols en la Inglaterra de los 70 sigue vigente en la España de medio siglo después. Frente a ellos, los comportamientos de la clase política tampoco han variado mucho ni han terminado de adoptar el principio de ejemplaridad que se les pedía y que dijeron entender. Y la clase empresarial ha seguido a lo suyo, ahora imbuida y engolada de los criterios ASG (ambientales, sociales, gobernanza) que proclaman por doquier, pero a la hora de la verdad, que es la de hacer cuentas, llega lo de Caixabank.

Toca hacer inciso: ya sabemos que 1,6 millones de euros anuales son una minucia, comparado con lo que ganan otros banqueros y la mayoría de los presidentes del IBEX. Tampoco se trata de que la gente -cualquiera, ¿eh?- no pueda ganar dinero, y las entidades privadas pueden pagar lo que consideren oportuno -y rentable- a sus directivos. Ya dijo Olof Palme aquello de que el problema no es que haya ricos, sino que haya pobres, y no era el primer ministro sueco precisamente de derechas. Aquí no se trata de colectivizar el trabajo y los sueldos. Pero no hay que ser muy comunista, ni siquiera un poco rojete o rosado, para entender que poner en la calle a más de 7.000 trabajadores y al mismo tiempo triplicar el sueldo de la cúpula directiva no se sostiene muy bien, ya que hablamos de sostenibilidad. Por cierto, estos son los citados criterios del banco en cuestión.

Recuperando el hilo conductor, resulta que en una década hemos pasado por cinco elecciones generales -contando las dos que hubieron de repetirse-, una moción de censura, sonadas sentencias por casos de corrupción, un proceso independentista, sendas catarsis en los dos grandes partidos, otros dos que emergieron, se hincharon y explotaron como una burbuja, fusiones bancarias, una avalancha de despidos masivos nada más aprobarse la reforma laboral, el auge de la economía gig, el empleo precario, la sociedad low cost y para colmo una pandemia que nos ha paralizado física y anímicamente… Y ahí estamos, en el mismo punto de partida. Creíamos avanzar de oca en oca, y hemos caído en la calavera.

Vueltos a la casilla de salida, el espíritu tiene que seguir vigente mientras la gente tenga las expectativas que tiene y vea alrededor lo que ve. Lo que falta, otra vez, es quien lo canalice, y ahora quizás es más difícil después de la experiencia vivida y del dolor de huesos. Queda el partido resultante de las purgas que llevó a cabo Podemos, que al final parece que va a sobrevivir a los que les purgaron. Pero no es sólo eso. Por más que lo quisieran encasillar en un determinado partido o ideología, había más que política en toda esa puesta en común de aspiraciones. Había ganas de cambiar la sociedad y el mundo. Y como todos los movimientos bienintencionados que pretendieron darle la vuelta a la realidad en la que vivían para no verla siempre por la misma cara, les cayó la realidad encima. A fecha de hoy, no hay ni esas ganas. El espíritu queda, sí, su razón de ser está. Pero vive lánguido, adormecido…

O domesticado. Millones de madrileños de todos los distritos, incluso declarados de izquierdas, han votado supuesta “libertad” y que les dejen abiertos los bares. Cuando en realidad lo que han hecho es refrendar la sistemática, persistente y futura privatización de la sanidad, la educación y todos los servicios públicos a los que a mucha de esa misma gente le importaría, incluso necesitaría acceder. Sí, compraron la campaña de Marketing sensacionalmente urdida por la comunicadora Díaz Ayuso y su plantel de gurús de la comunicación. Pero los que iban a hacerle frente, no fueron capaces de contraponer ni eso. A todo esto, ¿cómo deben sentirse ahora esos sanitarios…? Pues más o menos, como Antonio Muñoz Molina Hay que esconderse | Babelia | EL PAÍS (elpais.com)

Al final, ¿diez años no fueron nada? Sí, fueron, hasta puede que bastante. Pero después de todo este viaje, hemos avanzado tan poco…

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