Pedradas de nieve (tras la nevada de nuestras vidas)

La nieve es una bendición cuando cae, al menos para los que la vemos de años en años. Pero una vez que ha caído, es un verdadero asco. Que se lo digan al argentino que se fue a vivir a Toronto, de recobrada vigencia estos días. En Madrid, teníamos tantas ganas de una buena nevada, después de 11 años de la última importante, que a lo mejor pusimos tanto empeño que se nos terminó yendo de las manos. ¿Queríamos nieve? Pues toma 30 horas sin parar. Y al cabo de los días, el polvo de algodón inmaculado se vuelve una masa dura, sucia y traicionera. La que queda amontonada a los lados de las calzadas se convierte en piedras de nieve helada. Y una vez amortizados el gozoso asombro y el buen rollo, la emprendemos, como de costumbre, a pedradas.

Como le tenemos tan poco apego a la perspectiva, y tan entregada afición a superponer los relatos a los datos, en seguida nos olvidamos de lo básico. Es cierto, y quien lo niegue miente o no se entera, que la nevada histórica sobre Madrid estaba sobradamente avisada. Desde diez días antes se venía anunciando, y la previsión se fue afinando según se aproximaba la borrasca. Sí es verdad que muchos de a pie no se lo terminaban de creer, tantas veces se anunció el fenómeno en Madrid y terminó pasando de largo. Los mismos meteorólogos reconocen que estaban asombrados ante lo que se venía encima. Pero lo predijeron, porque se fiaron de los datos y no de las sensaciones. El sábado, los titulares rimbombantes hablaban de la mayor nevada en la capital en 50 años, y era mucho más que eso, porque la famosa de 1971, que uno recuerda de niño, fue enorme, sí, pero no de esta dimensión, los datos rescatados hablan de entre 20 y 30 cm. En 1904 cayó un metro, puede que ese sea el último antecedente.

Entonces, las primeras pedradas van en la dirección de si se hizo o no lo suficiente para prevenir las consecuencias. Puede que sí o que no, que unas cosas se hicieran y otras se dejaran de hacer, por parte de todas las administraciones, con más o menos antelación o acierto. Uno sí vio, el 6 de enero, las calles de su barrio embadurnadas de sal. ¿Y de qué servía eso para la avalancha que se venía? Madrid no es Moscú ni Nueva York ni Estocolmo, y esta nevada ha sido descomunal, inusitada y tardará en repetirse mucho tiempo (con permiso del cambio climático). Por muchos medios que se pusieran y mucha prevención que se aplicara, no es ésta una ciudad preparada para estos fenómenos, por insólitos. No hay máquinas quitanieves, equipos de limpieza ni personal suficientes. Ni siquiera legislación al uso. Tampoco cultura invernal: en otros países y ciudades, salen a la calle el primer día y después se tiran un mes en casa. Prepararnos para el calor se nos da mejor, claro, y en cambio, son los nórdicos los que sufren lo indecible cuando les sobreviene una canícula despiadada. Solo que ellos no son de tirarse piedras.

He citado Estocolmo. Un colega de trabajo que vivió allí seis meses se quedó muy sorprendido cuando una gran nevada colapsó la ciudad, los niños no pudieron ir al colegio ni la gente a sus trabajos. ¿Pero cómo puede pasar esto en Suecia?, pensó. Pero es que había caído en septiembre, y resulta que allí las nevadas se esperan a partir de octubre. Así que les pilló desprevenidos. Entonces, español como es mi colega, esperó asistir al carrusel de reproches al que él estaba acostumbrado. Y nadie dijo ni culpó a nadie de nada. La nieve ese año se había adelantado, y no había más que debatir.

Pero estamos en España, y muy particularmente, en Madrid. Uno salió la tarde del viernes con sus botas de montaña a celebrar la nevada, como mucha gente a la que vio hacer lo mismo. Al caer la noche, ya se dio cuenta de que aquello se estaba pasando cuatro pueblos. Llegado a casa, enciende la radio y la primera cadena española había pasado a emitir una programación nocturna especial sobre la crisis que se cernía sobre Madrid. Nada que objetar al magnífico trabajo de los dos excepcionales profesionales que condujeron el programa, que muy bien podrán hacerse acreedores a un premio Ondas cuando se concedan. Pero mirando más arriba, me pregunto: ¿no había algo de sobreactuación informativa en la decisión tomada por los responsables de la emisora? Insisto, es sólo una pregunta.

Cuando me levanto por la mañana, veo el medio metro y constato la barbaridad. Sí, se nos había ido de las manos el conjuro que tal vez tantos y a la vez habíamos hecho. Cuando salgo a la calle, el espectáculo es digno de verse, pero evidentes los problemas que va a acarrear. Hay una doble cara que va de los comercios cerrados a familias enteras que no quieren perdérselo, los árboles derribados y las batallas a bolazos, los coches varados y los esquís, las calles que parecían un escenario de guerra y el gusto de pisar la nieve fresca, la precaución ante los mini aludes que se precipitaban de los balcones y la sinfonía de copos que no hacía por remitir. Razones podría y puede haber para solicitar la declaración del estado equivalente al catastrófico, pero difícil también justificarlo en ese momento, a la vista del jolgorio ciudadano que se respiraba esa mañana. Sin embargo, era evidente que, una vez amortizada la euforia inicial y con los desplomes de temperaturas que se anunciaban, la vertiente negra del hecho vendría a sustituir a la blanca.

Tenía que llegar la factura de la fiesta, esto es, la evaluación de daños y dolores. Empezando por los económicos. Si ya venían los negocios heridos, algunos de muerte, por el año pandémico que han vivido y siguen viviendo, esto ha sido otro torpedo a la línea de flotación. Piénsese en los establecimientos que esperaban las rebajas para arreglar un poco la desdibujada campaña navideña. Hombre, valorar los daños totales ocasionados en más de 1.300 millones de euros se sale totalmente de madre, pero hasta los propios que hicieron esa estimación ya han admitido que tampoco esperan que el Gobierno les dé todo ese dinero.

Por lo demás, leo al director general de Protección Civil que el número de incidentes ha sido mínimo. Y no puedo menos que darle la razón -no puedo decir lo mismo de otras cosas que vierte en la entrevista. Si hablamos de nevadas en Madrid, la famosa de aquel viernes de 2009, mucho menor en dimensión, pero muy rápida y menos prevista, ocasionó un colapso mayor en el día de autos, no así a posteriori, y un terremoto político con tres epicentros, Gallardón, Esperanza Aguirre y el socialista Ministerio de Fomento. Y bien que hubo pedradas. Pero hace sólo tres años tuvimos, aunque no en Madrid capital, el incidente de la AP-6. Si, según las informaciones que he leído, esta portentosa nevada ha dejado unos 1.400 vehículos bloqueados en toda la región, en aquella ocasión fueron unos 3.000 los que se quedaron atrapados en el túnel de Guadarrama y sus inmediaciones. Y, según testigos necesarios de aquello -gente que lo sufrió-, por allí no cayeron más de 6 cm de nieve. Esas pedradas sí que estaban justificadas.

Mucho más serio es el capítulo de daños personales, pero visto el balance, nada comparable entre lo que ha deparado esta y otras catástrofes como las inundaciones en Mallorca de 2018 o algunas de las gotas frías y DANAs que hemos tenido en España en los últimos años, por no hablar del terremoto de Lorca, los incendios de Galicia y otras calamidades que nos han asolado. Pero ninguna de ellas alcanzó la repercusión mediática y social que ha tenido Filomena, las coberturas especiales, la deriva política, las acusaciones y pedradas por doquier. Posiblemente, porque se trata de Madrid, donde todo lo que ocurre tiene mayor repercusión. Y seguramente, porque estamos en un momento en el que el oportunismo político no repara en ningún tipo de sensibilidad. Ya lo hemos visto y lo vemos sobradamente con la pandemia.

Llegan entonces los que acuden prestos a hacer el ridículo. Ese editorial de periódico que defiende que “Almeida y Ayuso estuvieron a pie de calle desde el minuto uno” (por favor, si me dicen el alcalde, vale, pero mira que la presidenta diabólica de la Comunidad… no me vendan esa moto); esos previsibles políticos que no pierden la ocasión de hacerse la foto con una pala frente a un hospital; la oposición del Ayuntamiento saliendo a denunciar la imprevisión del gobierno municipal (esto ya lo he argumentado antes); el reportaje para que aprendamos cómo combaten las nevadas en Nueva York (también está explicado que no se puede comparar); los que aprovechan para destacar la división en el Gobierno; los que aprovechan para ensalzar la gestión del Gobierno; los que critican la “desaparición” del Gobierno, porque deben entender que los ministros de Interior, Transportes y Defensa son unos meros espontáneos; por supuesto, Vox, arremetiendo contra la gestión de todos, menos la de ellos, que, claro, no tenían que hacer nada, más allá de desenterrar sus motos o poner a punto los esquís; la que dice ahora que nadie le había avisado de que iba a nevar; los expertos de tertulia o de mesa camilla que sabían perfectamente todo lo que se tenía que haber hecho… En fin, nada nuevo bajo el sol ni sobre la nieve. Pero ya sabemos que esas ridiculeces gustan según a quién y de quién vengan, se venden bien… y vamos p’alante con ello, con desparpajo y sin complejos.

Claro, que también están los héroes, que siempre emergen en estas situaciones. Los que salieron a la calle pala en mano y riñones en ristre -estos, de verdad-, los de los 4×4 que han ejercido de taxistas desinteresados, los dueños de los negocios que se apresuraron a limpiar al menos sus accesos, los que han ayudado a retirar los árboles caídos… y una vez más, los sanitarios, doblando turnos y haciendo hasta maratones por el blanco elemento para llegar a sus trabajos, todo esto con la que ya llevan encima. No nos olvidemos, y volvemos a invocar a la perspectiva, que España, como otros países de Europa, lleva años con sus servicios en precario. Tiene menos sanitarios, menos equipos y con menos mantenimiento, menos bomberos y fuerzas de seguridad, menos personal de limpieza, menos técnicos en cualquier materia… en fin, menos servicios necesarios. Todo ello a cuenta de unos recortes salvajes, que algunos de sus impulsores más decididos -señora Merkel entre ellos- reconocen ahora que fue un grave e injusto error. Esas carencias, y lo venimos viendo con la crisis sanitaria, se hacen evidentes cada día y sangrantes cuando que nos sucede algo fuera de lo normal. Y lo que ha caído, no es nada comparado con lo que cae…

En fin, larga, como la nevada, es la reflexión. Un mensaje principal a trasladar podría ser que, cuando llueven piedras, haríamos mejor en ponernos juntos a cubierto, luego ayudarnos todos a retirarlas y, después, ya hablaremos sobre por qué llovieron. Pero es inútil, porque siempre preferimos tirárnoslas a la cara, antes que cualquier cosa. Como eso no lo vamos a arreglar, vamos a quedarnos al menos con que de aquel viernes a aquel sábado pudimos sosegarnos con un espectáculo que a lo mejor sirvió para aliviarnos un poco, por esas horas, la interminable letanía que nos viene agobiando a diario. Luego ya vimos la solución convertida en problema. Pero, con todo, a ver si un día damos en recordar 2021 como el año en el que los madrileños vivimos la nevada de nuestras vidas. No sería mala señal.

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