De esloveno a esloveno, y al final el Tour de Francia cambió de guion. La única contrarreloj valió más que todas las etapas de montaña, las llanas y las de formato clásica. Más que 20 días de dominio de un equipo, el Jumbo-Visma, que apostó por su mejor activo al inicio de la carrera, Primoz Roglic. Y el esloveno mayor, ciclista consagrado, completo, elegante, ganador de la última Vuelta a España, cumplió con su papel. Pero sobrevino un terremoto en Los Vosgos. El esloveno menor, Tadej Pogacar, 21 años, tercero en la última Vuelta en su primer año como profesional, rompió el crono, los pronósticos y los moldes. Pase lo que pase con su incipiente carrera, lo que ha hecho en La Planche des Belles Filles ya queda para la historia. Y grabado queda también que, si Egan Bernal se erigió el año pasado en el más joven ganador de un Tour, Tadej le ha superado por un año. Ya no cabe duda. Los nuevos tiempos han llegado al ciclismo. Una nueva realidad, pero esta, esperanzadora y brillante.
Pero esto iba a ser una crónica de toda la carrera. Extrema previsión, providencial casualidad o como lo quieran llamar. Cuando en octubre del año pasado se presentó el recorrido del Tour de Francia 2020 que ahora termina, nadie imaginábamos cómo iba a ser este dichoso 2020. Pero ahora, inmersos en el estado actual de las cosas, pareciera un itinerario para la ocasión. Ninguna excursión fuera de Francia, con lo que le gusta al Tour visitar otros países, cuando el Giro de Italia pensaba salir de Hungría y la Vuelta a España de Utrecht, en los Países Bajos. Un recorrido muy recogidito, por la mitad sur del país, París lo más al norte. Y cimas emblemáticas de la carrera –Galibier, Tourmalet, Alpe d’Huez…- guardadas para otra ocasión, como si hubieran sido confinadas. Alguien pudiera haber pensado que se rediseñó después del aplazamiento para adaptarlo a las circunstancias. Pero no. Si todo hubiese sido normal, en julio se hubiera disputado este mismo.
Lo que tenemos que celebrar, ante todo, es que se haya celebrado el Tour de Francia, mejor en septiembre que nunca. Pero es verdad es que, los primeros días, algunos lo vimos algo descolocados. En parte, claro, por las fechas. Pero es que las primeras etapas no parecían propiamente del Tour. Onduladas, sinuosas, con sorpresas en el camino. Esa clásica en toda regla que prepararon alrededor de Niza, por los dominios del Rally de Montecarlo y que terminaba como una Milán-San Remo -y, en efecto, la ganó Alaphilippe. No eran esas batidas por los llanos, generalmente del norte, donde se vuela en jauría por el asfalto…. y se rueda de cabeza sobre el asfalto. Eso sí, para que nos enteráramos de dónde estábamos y recordarnos que la ruleta rusa de los primeros días no la habían puesto en cuarentena, las curvas enjabonadas de la etapa inicial propiciaron la primera sesión de masajes óseos, alguno ya salió aviado para el resto y al pobre Pinot le propició su desgracia anual, que se manifestaría días después. Pero algunas caras y maillots que ya desde esas primeras etapas veíamos en primer plano eran Roglic y Pogacar, pero también Supermán López, Valverde, Quintana… ¿nos estaba repitiendo TVE la Vuelta del año pasado?
Sin embargo, pronto quedó claro que era el Tour. Una visita al santuario de Luis Ocaña, si bien Orciéres Merlette no es mítico por sí mismo, sino porque fue el renglón final de la epopeya que el conquense escribió desde la salida de aquella memorable etapa. Que lamentablemente tuvo una vuelta de hoja desgraciada, y precisamente, días después, la carrera subiría y, sobre todo, descendería el fatídico Col de Menté. Porque si bien faltaban los grandes divos montañosos, sí figuraban en el reparto otras cotas ilustres, Peyresourde y Mari Blanche en los Pirineos; Grand Colombier en el Jura; y en los Alpes, La Madeleine y una estrella debutante, el Col de la Loze, una hermosa subida acicalada para la ocasión, que deparó cuatro kilómetros sublimes de ciclismo y los 17 previos para contemplar el paisaje. En esto, uno se fijó en la inusual aridez que mostraban allí las cumbres alpinas, no sé si por tratarse de un año seco o que en septiembre toda la nieve se ha derretido a la espera de las nuevas que vendrán ahora en otoño. El caso es que por momentos tuve la sensación de que estaban subiendo el Calar Alto, en Almería. Otra vez la desubicación propiciada por el calendario.
Tampoco debió faltar el agorero que vaticinara que las verdaderas etapas reinas de este tour llegarían en los días de descanso, cuando los controles PCR provocarían grandes cribas en el pelotón. Afortunadamente, no fue así, y el único descolgado ilustre fue el director de la carrera. El caso es que la montaña sigue copando el protagonismo en las grandes pruebas por etapas frente a las contrarreloj, a diferencia de aquellos años 80 -y en menor medida los 90- caracterizados por la dictadura del crono. Y, sin embargo, la etapa decisiva y la que ha establecido mayores distancias ha sido la crono. Donde, precisamente, el especialista parecía que iba a sentenciar la carrera, y a la hora de la verdad, ha sido devorado por su compatriota.
Cuidado, como este era un Tour esloveno, la penúltima etapa tenía un antecedente reciente, y era precisamente el Campeonato de Eslovenia contrarreloj, también con final en alto, y Pogacar le había ganado a Roglic. Recordamos entonces el minuto y medio que el viento se le llevó a Tadej camino de Lavaur. Como a Mikel Landa, solo que él sí que recuperó el tiempo perdido en la montaña. Parecía que a todos menos a su compatriota, pero al final, a su compatriota también. Por cierto, ¿serían capaces de citar a algún otro ciclista de ese país? Pues miren, Andrej Hauptman, medalla de bronce en el Mundial en Ruta de 2001 que se disputó en Lisboa, donde ganó Óscar Freire y fue segundo Paolo Bettini. En 2002 hizo cuarto, y aparte de eso, no tiene mucho más de relevancia en su palmarés. Y no me crean tan listo, me lo he tenido que mirar. De la lista que encontré en Wikipedia no me suena ninguno más.
Pero bueno, ¿nos ha gustado este Tour? Visto el desenlace, parece evidente que sí, porque ha sido vibrante. ¿Y hasta hoy? Los que no son muy de ciclismo, o sólo les apasiona cuando hay pericos, contadores o induraines, me decían hasta ayer que ha sido aburrido. Pero los que amamos este deporte, siempre sacamos pepitas de oro. Si echábamos de menos episodios épicos y ciclistas que levanten del asiento, este año hemos encontrado a uno. Es verdad que con estos trazados grandiosos que monta la organización francesa, a los enclaves decisivos siguen llegando los gallos con el gancho. Y que las grandes diferencias se producen cuando algún favorito cae como fruta madura, más que por ataques demoledores. Pero siempre nos queda ciclismo del bueno. A lo estratosférico de hoy y al citado etapón de Niza, podemos sumar la de La Roche-sur-Foron, la última etapa alpina, la más bonita para el que escribe, con ese otro puertaco sorpresa y su meseta de tierra. El ascenso y descenso de la Mari Blanche. El martirio final del Puy Mary. Las exhibiciones de poderío y valentía de Marc Hirschi, que al final obtuvo el merecido premio. El despliegue portentoso de Van Aert. Los destellos de clase de Kuss, Andersen, del resucitado Richie Porte -podio al fin- o de Carapaz, éste en la última semana, cuando su equipo tuvo que cambiar de objetivos.
Claro, que la temporada ciclista, como el año en todos sus aspectos, ha sido rara. Las preparaciones se han visto alteradas. Ni todos están corriendo lo que planificaron en enero ni muchos han llegado en la forma que esperaban a la cita deseada. Y el más descolocado de todos parece haber sido el todopoderoso Ineos. A la decisión sorprendente, pero sin duda valiente, de dejar fuera a Chris Froome y Geraint Thomas, se ha sumado el bajo rendimiento de Egan Bernal, que, una pena, no ha estado en condiciones de defender su histórico triunfo -primero de un colombiano- en el Tour 2019. Otros que no han estado tan finos como suelen han sido Peter Sagan o el mismo Julian Alaphilippe, a pesar de su prometedor comienzo. Y quien ha llegado pleno de poderío al momento cumbre ha sido el Jumbo-Visma, heredero este año del Ineos en cuanto a dominio absoluto de la carrera. Pero no olvidemos que lo que traían era una formación de verdaderos líderes al servicio de una única causa: la de Primoz Roglic. Y al final, no les ha salido. ¿Y si hubieran apostado por Tom Domoulin? Se ha sacrificado por su compañero en todas las etapas, y aun así, termina séptimo y ha sido mejor en la crono de La Planche. Claro, es muy fácil cuestionárselo ahora. En fin, si todo va medianamente normal, queda todavía mucha temporada -inédito y maravilloso que digamos esto en septiembre- y habrá que ver cómo evoluciona cada uno. Los que tienen aún deberes por hacer y los que esperan su momento.
Lo que sí parece confirmarse, y no dejamos de frotarnos las manos como hoy los ojos, es que se anuncia un nuevo orden mundial en el ciclismo. Son muchos los corredores jovencísimos que nos deparan un futuro deslumbrante. Mucha clase la que se vislumbra o que se ve manifiestamente en corredores que no pasan de los 23 años. Unos, como Pogacar y Bernal, ya demuestran que están para lo que sea. A otros los vienen dosificando y van mostrando píldoras de su talento allá adonde los llevan. Habrá que esperar, pero en próximas ediciones de las grandes vueltas podemos tener el lujo de asistir a la confluencia entre los ya consagrados y, por ejemplo, el asombroso belga Remco Evenepoel -esperemos que lo de la pelvis y la escalofriante caída por el puente no le pasen mucha factura física ni anímica-, el suizo Hirschi -ya centrado en objetivos más allá de ganar etapas-, el colombiano Sergio Higuita -esperemos que con más suerte que este año- y en fin, nuevos nombres que afloran continuamente, algunos todavía junior, a los que no podemos dejar de sumar a los simplemente jóvenes, que ya han pasado de los 25, como Wout Van Aert, Sepp Kuss -liberados ambos de las labores de equipo-, Richard Carapaz, Mathieu Van der Poel o el propio Enric Mas -de menos a más en este tour y al final quinto. El futuro es suyo, y nuestro el placer y las ganas de verlo. Para no perdérselo.
Mientras tanto, lo más importante es que el Tour de Francia 2020 se celebró por fin y llegará mañana a los Campos Elíseos de París sin más novedad que las que deja todo tour. Y este, incluso más. Con los años, seguramente también recordaremos que esta edición fue histórica. Primero, por haberse disputado en septiembre; segundo, por haber sido el primer Tour esloveno; y tercero, porque marca la transición hacia un ciclismo nuevo y prometedor. Y bueno, porque me ha obligado a rehacer casi completamente este post, que tenía prácticamente escrito hace un par de horas. Y eso es una faena, sí, pero es una gran noticia. Además, lo pienso terminar igual. A las cinco de la tarde, ahora y siempre, ¡Viva el Tour!