¿Por qué perverso y por qué canalla?

A lo mejor, quizás, ni debería ser perverso manifestarse republicano ni canalla pronunciarse monárquico. Pero quizás, a lo mejor, nuestros pensantes y algunos medios de comunicación podrían explicarlo mejor, aplicar el rigor, o tal vez poner más interés en que la gente entienda lo que significa cada cosa y sus variantes. Cualquier opinión e idea de país puede ser legítima, pero conviene evitar malentendidos. No estamos condenados a elegir entre María Antonieta o Robespierre. Quizás alguien podría pensar que la república sería el régimen ideal y necesario para una España moderna, y no ser ese alguien, ni mucho menos, de izquierdas. O quizás, otro podría entender que la monarquía es el único sistema beneficioso y estabilizador para el país, y desde luego, no ser ese otro un ultraconservador. Y habrá quien pueda albergar dudas respecto a lo uno y lo otro. Con todo el derecho.

Pero todos deberíamos entender mejor lo que significa cada concepto. Ni tal vez traducir república como el caos en que se convirtieron las dos que se instauraron aquí, ni acaso suponer que monarquía es el Dios, Patria y Rey de otra época -que, posiblemente, haya quien eche de menos. Quizás pueda pensarse que la monarquía parlamentaria instaurada en España en 1975 era la más moderna y democrática que ha regido en este país. Pero, a lo mejor, cabría recordar que esa modernidad implicaba que el monarca ya no estaba libre de rendir cuentas -como libres habían estado todos los reyes españoles hasta entonces- y que, en este nuevo tiempo, la Casa Real debía gobernarse y gestionarse a través de los Presupuestos Generales del Estado. Y alguien podría entender, quién sabe, que mecanismos, instituciones, medios de comunicación y sociedad civil había para tal vez recordarlo, advertirlo, avisar y, llegado el caso, denunciar. Y no taparlo todo, en aras de preservar la paz institucional. El viejo régimen se había renovado, sí, pero a saber si terminó olvidándose de lo esencial: que ya ni el mismísimo rey es infalible.

También podríamos pensar que aún nos queda por aprender. Quizás, a lo mejor, todo tendría más sentido si aplicáramos algo de perspectiva. Y relativizar. Por ejemplo, podríamos abrir los ojos y mirar alrededor. A naciones de nuestro entorno como Francia, Italia o Alemania, orgullosamente republicanas hoy, a pesar de un pasado orgullosamente monárquico. O a Países Bajos, Suecia o Reino Unido, monarquías de larga tradición que entienden que no va reñida con la modernidad. Ni unas son revolucionarias bolcheviques ni las otras el Leviatán de Hobbes. Ah, pero todas han tenido sus episodios y sus escándalos, con sus familias reales y con sus presidentes, y en general, con sus respectivas clases políticas. De eso no está libre nadie, ningún modelo, ningún régimen. Porque al final, reyes y príncipes, presidentes y cancilleres, todos son, para lo bueno y para lo malo, personas que gobiernan países formados por personas.

Lo que seguramente no ayuda es la falacia, el ruido, los titulares groseros. Podría pensarse que quizás, con evidente interés, se cruzan afirmaciones y declaraciones que distorsionan el conocimiento y el sano juicio. Desde luego, de todo se puede opinar, pero a lo mejor, la opinión debería fundamentarse en unas bases sólidas. Y puede que no sea muy sólido salir diciendo, por ejemplo, que el rey emérito ha salido huyendo por patas; o que las revelaciones que han puesto en duda su honestidad responden a una maniobra frentepopulista para derribar la monarquía en España; que “España tiene un horizonte republicano clarísimo” (¿en qué estudios sociológicos se basa ese diagnóstico?); que nuestros cuatro reinados gloriosos han sido los de Carlos I, Felipe II, Carlos III y Juan Carlos I (¿pero qué libros de historia hemos consultado?); que la izquierda usa lo del Rey para tapar otras cosas; o que nos pretendan explicar que Francia funciona de facto como una monarquía cuyo rey es Macron (que se sepa, no es hijo de Hollande ni éste de Sarkozy, lo que pasa es que la república francesa, como la estadounidense, otorga a su presidente un poder ejecutivo del que no gozan los jefes de Estado alemanes o italianos, por ejemplo). Y otras floridas sandeces -perdón, opiniones escasamente maduradas- que se leen y escuchan estos días, y que salen de boca de personas a las que, por su prestigio o posición, se supone un conocimiento, una cultura, y por su capacidad de influencia, una responsabilidad. Porque uno podría pensar, ya ven, que ni ellos se creen lo que están diciendo. Pero tal vez es lo que les interesa decir.

Podría, ¿quién dice que no?, plantearse el debate, con seriedad y altura de miras. Y no debería costarnos nada, ni dinero ni girones en la piel o en la garganta. Simplemente, se trataría de aplicar criterio y sentido común. A lo mejor, esa reflexión sobre si preferimos monarquía o preferimos república, podría comenzar con una pregunta simple: por qué. Pero no vale el tan hispano y socorrido “porque sí”. Que cada uno, según su consideración, ponga en su balanza los pros y contras de uno y otro modelo de Estado. Que de forma documentada y honesta se exponga a la sociedad. Que, desde una postura razonada y preferiblemente didáctica, partidarios de ambas fórmulas –o incluso de terceras o cuartas vías- argumenten lo que según ellos sería más justo, más democrático o más provechoso para el país. Que los medios de comunicación se esfuercen, por favor, por dar visibilidad a ideas y opiniones que aporten, no que confundan, o todavía peor, que exalten. Porque cuanto más descarguemos ese debate de ideología, vísceras y servidumbres clientelares, mejor nos saldrá.

Luego, cada uno puede pensar y hasta entrar en detalle. Por ejemplo, que quizás sería muy injusto, como parece que él mismo ha reconocido, que a Juan Carlos I se le termine recordando por Corinna, el elefante y el maletín. Pero que él también, a lo mejor, podría haber pensado eso mismo. Valorar que tal vez los logros de su reinado son infinitamente más significativos que sus miserias, y la Historia terminará poniéndolo todo en su sitio. Admitir, pudiera ser, que mucho pacto constitucional y concordia democrática, pero al frente de nuestra modélica transición estaba un Borbón, y le salió la vena familiar. Imaginar, como hicieron algunos, que en sus buenos años hubiera sido un gran presidente de la república española. Entender que la Corona, quizás, une en ciertos sectores de la sociedad española más que ninguna otra institución. Todo pensamiento es lícito, no tiene por qué ser ni revolucionario ni reaccionario, y simplemente se podrá estar de acuerdo o no.

O decidir que, al final, se trata de ser pragmáticos: si sirve, adelante. Puede haber entonces quien piense que, a pesar de todo, la etapa juancarlista ha sido útil para España por diversas razones; que posiblemente, el reinado de Felipe VI tenga visos de serlo también y ello le concedería su oportunidad a Leonor. Pero que cuando nos llegue una de esas bestias pardas que nos deparó la historia -léase Fernando VII, Isabel II o, sin ir más lejos, Alfonso XIII-, se terminó. Carpetazo y a ponerle la banda morada a la bandera. Eso no tendría que dar miedo, pero, cuidado, tampoco nos garantizaría que las cosas nos fueran a ir mejor. Como siempre, dependerá de nosotros, las personas de España.

En fin, todo se puede pensar, quizás, a lo mejor… Pero debería explicarse bien.

P.D. Y hablando de pensamientos y reflexiones, ¿qué hago escribiendo estas cosas serias a las alturas que estamos de agosto?

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s