Si a alguien le puede parecer que The Beatles son una historia básicamente de hombres, de cuatro músicos, un productor, un empresario y otros personajes colaterales, es evidente que no fue así. Y no sólo por las parejas y la influencia que pudieron ejercer sobre ellos, o por las chicas que les inspiraron o que aparecen en sus canciones. Hubo una Beatle. La vida de Astrid Kirchherr está muy ligada a la del grupo desde su germen, y su impronta fue notoria, en algunos aspectos, decisiva. Una alemana que se metió en la vida de los de Liverpool y, en buena medida, contribuyó a cambiarla.
Hay que irse para atrás en el tiempo y recordar que, allá por 1960, la que sería la banda más universal de todos los tiempos no eran conocidos más allá de su casa, no habían grabado ningún disco, ni siquiera habían actuado todavía en The Cavern… y eran cinco. Los amigos de colegio Paul McCartney y George Harrison se habían juntado con la banda de John Lennon, y después de diferentes idas y venidas de varios chicos proyecto de músicos, se habían unido circunstancialmente Pete Best, presunto batería, y Stuart Sutcliffe, presunto bajista e íntimo amigo de John. Enterrados ya los prehistóricos The Quarry Men, esta nueva formación empezó llamándose The Silver Beetles (los escarabajos de plata) y ya finalmente The Beatles (que no significa escarabajos).
Y se fueron a Hamburgo a buscarse la vida. No es que aquella ciudad fuera precisamente la Meca de la modernidad y las nuevas tendencias, sino más bien un emporio de la mala vida -o buena, según quién lo mire-, pero se movía dinero. Y les hicieron un contrato. Primero en un club de streptease, para tocar siete horas los siete días de la semana. Luego ya fueron mejorando su caché y los locales donde actuaron resultarían algo más dignos, los contratos menos leoninos… Pero fue en ese primer antro donde conocieron a Astrid. Era una estudiante de moda que daba sus primeros pasos como fotógrafa. Cayó por allí con su novio y otro amigo, todos vestidos de negro, iban de existencialistas –Exis se hacían llamar- aunque no conocían a Sartre. Se dice que su estética adelantaba la que 20 años después desplegarían los New Romantic. El caso es que la alemana tenía estilo, sensibilidad y una belleza especial, con su pelo corto peinado a flequillo y sus facciones marcadas. Y ella se quedó entusiasmada al ver a aquellos chicos, que tocaban algo completamente distinto a lo que se acostumbraba a escuchar por allí -el rock and roll no había calado mucho aún en Alemania. Y, sobre todo, se quedó prendada del que, según ella, tenía más clase. Se lio con Sutcliffe. Aunque dicen que, en realidad, los cinco Beatles se enamoraron de ella.
Hay que hacer otro alto para recordar quién era este Stuart Sutcliffe, cuya vida recreó hace años la película Backbeat. Escocés, de Edimburgo, pero su familia se había instalado en Liverpool, donde vivía bien acomodada. Incorporado al grupo por su amistad con John, rompía un poco con los orígenes proletarios de sus compañeros, especialmente de Paul y de George. Era más bien pijo, estudiante de arte y con un prometedor futuro artístico, eso sí, más como pintor que como músico, aunque también contaba con una formación musical quizás más académica que la de sus colegas, esencialmente autodidactas. También era poeta y tocaba el piano. Eso sí, se dice que el bajo no era precisamente lo suyo. Pero fue él quien se compró el mítico Höfner, que posteriormente pasaría a manos de McCartney… y hasta ahora.
Bien, se puede decir que, con todos los avatares y peripecias que les tocó pasar, los Beatles triunfaron en su periplo por el proceloso barrio de San Pauli, en este primero y en los siguientes que vendrían, de locales de mala muerte a salas mejor acondicionadas. Pero, sobre todo, se curtieron. Como músicos en directo, por todo lo que tenían que idear e improvisar en tantas horas sobre el escenario. Como personas y como grupo, por todas las que hubieron de pasar juntos, compartiendo juergas, miserias, noches sin dormir, primeras aventuras sexuales y experiencias con los estimulantes, que necesitaban para aguantar aquel ritmo. Y les abrió la mente. El mundo no era entonces tan global, y de Inglaterra a Alemania terciaba una notable distancia histórica y cultural. Con sus nuevos amigos alemanes compartían los estudios de arte, lo que les deba temas de conversación, y el intercambio enriqueció a unos y a otros. Allí coincidieron con Ringo Starr, que tocaba en el mismo local con otro grupo. Y en su segunda estancia en la ciudad hanseática, tocando con Tony Sheridan, grabarían un insospechado single cantando “My Bonnie”, que lo escucharían dos si acaso, pero dio vueltas como la vida hasta llegar la referencia a un tal Brian Epstein, que fue y se interesó por conocerlos. ¿No fue importante Hamburgo?
Astrid los acompañó siempre. Su papel abarcó mucho más que ser la novia de Stu. Fue la consejera de todos en aquel ambiente alemán, su amiga fiel y su mentora. Mucho se ha hablado del peinado, historias y leyendas. Desde que les convenció para peinarse con el pelo hacia delante un día que llegaban tarde para la actuación y no les daba tiempo a hacerse el tupé. A que fue ella la que le cortó el pelo a su chico, y los otros primero se rieron de él, y luego le imitaron. Ella lo negó todo. Que es una estupidez, que muchos chicos de Hamburgo llevaban el pelo así, y que ella lo había copiado de una película de Jean Cocteau. Lo cierto, fuera como fuera, es que los cuatro Beatles -todos menos Best- terminaron peinados como Astrid, y así por los tiempos de los tiempos, los grupos de los grupos, y toda la gente que sigue yendo así. Pero no fue sólo el pelo. La vestimenta, las chaquetas sin solapas, los tonos oscuros… la imagen que hoy conocemos de los Beatles ya famosos de la primera mitad de los sesenta, tiene mucho de aquella chica alemana. Suyas fueron las fotos de la primera sesión que puede llamarse profesional, todavía con planta de rockers. Y les haría muchas más.
Cuando The Beatles terminaron precipitadamente su contrato –Harrison fue deportado por menor de edad, y a los pocos días Paul y Pete por una gamberrada casera-, volvieron a casa. Pero no todos. Stu decidió quedarse en Hamburgo y abandonar el grupo. Veía una oportunidad de desarrollar allí su carrera en las artes plásticas. Y, sobre todo, quería quedarse con Astrid, con quien se prometió. Un año después, cuando los Beatles estaban a punto de grabar su primer disco -y ya Ringo había sustituido a Best como batería- y volvían a la ciudad hanseática, conocieron la noticia de la muerte de Stu. Un 10 de abril de 1962, qué destino, la misma que sería la fecha de su separación oficial, ocho años después que parecerían ocho vidas. La causa del fallecimiento fue un derrame cerebral, pero se dice que pudo deberse a los golpes en la cabeza que sufrió durante una paliza que recibieron años antes, todavía en Liverpool, a la salida de un concierto. Para la historia quedó como El Beatle perdido.
Pero Astrid, que sufrió el duro golpe, no se desligó del grupo. Siguió siendo su amiga, su confidente y la fotógrafa que mejor los retrataba. Ellos le dedicaron Baby’s in black. En verano de 1963, durante unas vacaciones del grupo en España, se llevó a Paul, George y Ringo a Tenerife, y dejó unas entrañables fotos en el puerto, en las Cañadas del Teide… También las imágenes del backstage de A hard day’s night fueron suyas. La ilustración de la portada de Revolver, de su amigo y ex novio Klaus Voorman. Ya separados, los cuatro ex Beatles siguieron colaborando con ella en diferentes proyectos. De todos, y después de su romance con Stu, su preferido siempre fue George Harrison, quien dijo “con las fotos de Astrid nos vimos guapos, poderosos; podíamos enfrentarnos con el mundo y, tal vez, ganar”.
Lo cierto es que su generosidad y su vinculación con el grupo perjudicaron en cierto modo su carrera profesional. Sólo la tenían en cuenta para proyectos relacionados con lo mismo, con ellos. Y como nunca tuvo vista para los negocios, como bien reconoció, descuidaba los negativos de sus trabajos y no fue celosa en reclamar sus derechos, con lo que dejó de ganar mucho dinero. No obstante, con el tiempo pudo hacer valer su colaboración con el grupo, expuso por todo el mundo, escribió libros, fue consejera en la citada película Backbeat… En definitiva, como en cierto modo les sucedió a sus amigos, volvió a ser Beatle. Hoy hubiera cumplido 82 años, pero no ha llegado. Murió la semana pasada por una “corta enfermedad” de la que no se han dado más referencias.
Sí, ha habido varias mujeres influyentes en la vida y en la creación colectiva e individual de The Beatles. Pero, sin duda, Astrid Kirchherr fue la mejor. Gracias, Beatle.
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