Madrileños de Madrid, madrileños del mundo, quién nos ha visto y cómo se ve. Nos queda todavía un rato, el tren ya se mueve, pero vamos en el último vagón. Nosotros, que tan bien tratamos al que viene de fuera, y lo mal que nos tratamos a veces. Esta ciudad en la que nadie es un extraño, pero todos los que vivimos en ella parecemos tan a menudo un tanto extraños. Llevamos 64 días varados. Y no nos reconocemos. Nuestra historia nos dice que Madrid ha sabido mantener la compostura y la resiliencia en los peores asedios, por eso suele salir ganadora, si no a la primera, a la tercera o a la cuarta. Pero se diría que ahora estamos perdiendo la paciencia. O están saliendo primero, hablando más alto, los que nunca la tuvieron.
No se debe ser injusto ni despreciar la perspectiva. Hace un año, al hilo de otros acontecimientos y sin imaginar nada de esto, escribíamos: “la que disuelve sus penas en un cafelito y estalla en vasos espumeantes valga la menor excusa. La que no ha perdido su vitalidad en los tiempos más negros, no se ha asustado con los avisos más desalentadores, las premoniciones más adversas, y le ha soltado un sopapo al enteradillo agorero. La que se lamenta a diario y celebra cada día”. Claro, sobre Madrid. Lo que pasa es que esta vez no tenemos ni cafelito ni vasos espumeantes ni sitio ni con quien celebrar. Ni otras muchas cosas. Como a todos los pueblos de nuestro mundo autosuficiente y creídamente civilizado, nos han dado no un baño, una paliza de realidad que todavía nos parece ciencia ficción. Y con todo esto encima, hay que decirlo, los madrileños han reaccionado admirablemente. Pero miren, parecemos empeñados en demostrarnos que no.
Es que Madrid desconcierta. Sabe comportarse y apretar los dientes cuando se lo ponen difícil. Tiene una dignidad callada, como que no le hace falta exhibir, y es lo que siempre le ha permitido seguir viva y latiente, dinámica y envidiable. Pero no se lo cree, no es capaz ni de decírselo a sí misma. Al contrario, parece más dispuesta a escuchar al que le apremia a plantarse desafiante, a servir de estandarte de supuestas grandezas que al final fueron su pequeñez, a la búsqueda de agravios con los que significarse. En esa duda vive por los tiempos, y sigue. Desde el primer día salió espontánea al balcón a aplaudir, pero ya ha llegado quien consiga que se lo piense. Aceptó resignada su situación, pero ya tratan de convencerla de que la están oprimiendo. Expresó y ejercitó su sincera solidaridad, pero ya vacila si abandonarse al sálvese quien pueda. Qué digo, al maricón el último.
Es universal y provinciana Madrid, pero lo primero lo usa con naturalidad, sin alardes, y es lo que la permite llegar y conquistar el mundo. Lo segundo le sale a impulsos. En los días nada lejanos en los que no se veía luz y sólo había túnel, no resultaba tan difícil deducir que sería de las últimas en vislumbrar la salida. Ahora que se percibe cerca, a todos nos vienen las prisas. Si mañana se convocara un referéndum a mano alzada para preguntarnos a los madrileños si queremos saltarnos todas las fases y reabrir la ciudad de par en par, nos quemaría el brazo y votaríamos masivamente que sí. Si nos los preguntan a cada uno, en soledad, ya entraríamos en un debate de pros y contras. Y si la pregunta fuera ¿a qué ciudad de Inglaterra sacarías del confinamiento después que a las demás? ¿A que no responderíamos que Birmingham, Sheffield…? ¿Y por qué? Pues claro, por sentido común. Ese que en esta ciudad no hemos terminado de perder, por más que nos dejen las alcantarillas abiertas para tirarlo por ahí.
Madrid no es quien la representa, o dice representarla, si no quien ha ido labrando su impronta a través de los siglos, de sus trabajos, sus negocios, sus paisanos, sus foráneos, sus ímpetus y sus perdones, sus padecimientos y sus alborozos, sus camaraderías y sus pendencias. No ha necesitado bandera para saber lo que juntos defienden, y al contrario, bien han sabido que los que llegan puestos y abanderados serán los primeros en renegar y apearse, como las ratas que saltan del barco. Cuando más parece esta ciudad ir por libre, más hace causa común, no entiende de filiaciones ni aficiones y es lo que la hace resistente a los tiranos y a las pandemias. Por tanto tiempo, por tantas generaciones, reyes, alcaldes, presidentes, ministros, concejales… con ellos o a pesar de ellos.
Pero cuando juega a querer ser otra cosa, se equivoca. Cuando se cree imperio, intimida. Y la comunicación política oportunista, o dirigida por asesores mal encarados, descoloca. Es entonces cuando los que viven en infra pisos del extrarradio callan y aguantan, mientras en el barrio de Salamanca van y se juntan vecinos bien acomodados al grito de “libertad”. Que sí, que era una escoba y no un palo de golf. Vale, ¿y es menos ridículo? Si el Gobierno hubiera accedido a otorgarnos el pase a la siguiente fase, posiblemente se le criticara el hecho de haber cedido a las presiones políticas. Como no lo ha hecho, es persecución, ensañamiento y represión. “Nos tienen rehenes y amordazados” ha dicho el asesor en boca de su presidenta.
Andamos jodidos y desnaturalizados, y nos queda todavía un rato. Pero no nos confundamos los nuevos. No será este, pese a todo, el peor episodio que haya vivido Madrid en su historia. De los demás salió adelante, por mucho dolor y desgarro que hubo de dejar atrás. Este también lo va a superar, y lo superará el planeta, aun con las debidas reservas ante un virus aún rebelde e imprevisible y ante tanta nebulosa de teorías y vaticinios que aturden más que clarifican. Lo que sí nos convendría a nosotros es no perder la esencia. Madrid es quien es el mundo por lo que es capaz de unir, no por lo que se propone separar. Si lo mantenemos presente, saldremos de esta y de todas las que nos vengan. De la fase 0… al cielo.