Echarle la culpa al empedrado, a los elementos o al árbitro, es el recurso fácil cuando las cosas no han salido como uno esperaba. Bueno, es más bien la excusa del mal perdedor. Del que, en el fondo, sabe que no lo ha hecho todo lo bien que hubiera deseado, pero no tiene la dignidad ni la entereza para reconocerlo. Y así van por la vida, justificando siempre sus errores, negando sus miserias, haciendo a otros responsables de sus fracasos. Los hay de todos los equipos, quizás de unos más que de otros; los hay de todos los partidos políticos, pero alguno se está significando por encima de los demás.
Una entrevista es siempre un reto, y siempre una gran oportunidad. En cualquier medio. Pero si es la televisión pública la que llama a alguien a comparecer en uno de sus espacios de referencia y a una hora estelar, puede decirse que esa persona, y la entidad a la que representa, están ante uno de los partidos de su vida. Por cierto, un inciso: habrá que reconocer que esta vilipendiada TVE -acusada insistentemente desde algunos sectores de sectarismo, manipulación, pésima gestión…- está haciendo en estos tiempos lo que ni se les ocurrió hacer ni a ella misma ni a otros canales públicos, ni nacionales ni autonómicos: entrevistar a los principales líderes políticos del país, en el mismo formato y con el mismo entrevistador. Por orden de representación parlamentaria, Carlos Franganillo entrevistó primero Pedro Sánchez, seguidamente a Pablo Casado y anteayer a Santiago Abascal. Es una forma de demostrar que las teles públicas no “se tienen” -en alusión a la expresión que recientemente se le ha escapado a la presidenta de la Comunidad de Madrid- sino que son de todos, y su obligación es dar espacio y voz a todas la ideas y tendencias que conforman el espectro social de un país. En realidad, lo que está haciendo ahora TVE debería ser simplemente lo normal, pero es que nos tienen tan poco acostumbrados… Ah, y se equivocan mucho, y esta vez ha sido Comisiones Obreras, los que reclaman que se vete a políticos tanto de un signo como del contrario.
Pero en el caso que nos trae, parece que al entrevistado del pasado jueves no le han salido las cosas demasiado bien, y los de Vox no han quedado precisamente contentos con el resultado. Y se quejan. Del entrevistador, de las preguntas, del maquillaje, la luz… del empedrado y del árbitro. Quizás, digamos que por su bisoñez en la escena política, y sobre todo en las plataformas de comunicación que no son las suyas, no manejan bien todavía algunas técnicas y conceptos. Y quizás les vendría bien entender algunas nociones básicas a las que parece que no han prestado debida atención. Vamos a intentar ayudarles, con todo el debido respeto, y si se dejan. Y si no, pues que quede para los demás.
Como todo en la vida, una entrevista hay que prepararla bien. A un plató, a una emisora o a citarse con el periodista en el café, no se puede ir a verlas venir y sin la lección aprendida. Lo mismo que hay que estudiar para un examen o entrenarse antes de un partido importante. Primero, hay que saber perfectamente adónde se va y a lo que se va, esto es, quién es el interlocutor, cuál la audiencia y qué es lo principal que se desea transmitir. Y luego, hay que dotarse de argumentos, datos, historias o ejemplos que ilustren y refuercen el mensaje. Pero no vale cualquier historieta, anécdota o dato tomado con pinzas. Lo aconsejable es llevar poco arsenal, pero bien elegido y, sobre todo, riguroso.
¿Un ejemplo? Josep Borrell se preparó fatal aquella entrevista en una cadena de televisión alemana, y la cosa salió como salió.
El entrevistador no es el contrincante. A quien hay que ganarse -no ganar- es a la audiencia. El periodista es el vehículo, el enlace entre el personaje que responde y el público que asiste y espera esas declaraciones. De hecho, la entrevista a Abascal ha suscitado más expectación que las anteriores a Sánchez y a Casado, posiblemente porque lo que se dijera en éstas era más previsible que lo pudiera contar el líder de Vox. Pues en eso debería haber pensado el entrevistado, en toda esa gente que le estaba viendo y a la que podía tener algo que decir. Y no en aparecer como un héroe que salía a enfrentarse al “abominable” enviado de la comisaria política.
Ejemplo: aquel José María García -o después José Ramón de la Morena– anunciaban algunas de sus entrevistas como si se tratara de un combate. Quien no entraba a ese juego y hablaba exclusivamente para los oyentes, salía ganador.
Pero tampoco está para ponerlo fácil. Puede que algunos o demasiados políticos estén acostumbrados a las entrevistas de cámara, que vienen a ser como si uno se entrevistara a sí mismo. Y claro, se molestan cuando la entrevista es de verdad. Un buen profesional elegirá las preguntas de acuerdo con las cuestiones que interesan a la audiencia, con la única intención de obtener buena información. Y claro, no todas permitirán sentirse cómodo al entrevistado. Cualquier periodista independiente que pregunte con rigor parecerá ponerse del otro lado, a la izquierda del que esté a la derecha o a la derecha del que esté a la izquierda. Y eso es lo que ha parecido Franganillo en sus entrevistas a los tres líderes. Es la mejor forma de que el protagonista se explaye, intente sacar lo mejor de sí mismo y se esfuerce por ser más convincente.
Por ejemplo, Esperanza Aguirre llamó “enemigo” en directo al periodista Germán Yanke, que la estaba entrevistando en “su casa” de Telemadrid, y que a los pocos días fue despedido. Mientras lo fue, la entonces presidenta madrileña sí “tuvo” una televisión.
Una entrevista no es una partida de trivial. Ni un partido de tenis. Aquí no se trata de responder y acertar, de devolver respuestas a las preguntas como quien pasa bolas por encima de la red. El entrevistador te la pone, más certera, con efecto o más esquinada, para que la uses, la juegues y demuestres lo que sabes hacer con ella. Por supuesto que hay que responder oportunamente a lo que se interpela, pero siempre hay que tener en mente el mensaje, la idea principal que se quiere transmitir. Si uno es inteligente y lo ha preparado bien, cualquier pregunta, sin dejar de contestarla, permite enlazar con eso que de verdad quiere decir y a quién se lo quiere decir.
Ejemplo: recuerden a Luis Aragonés, que respondía a las preguntas en las ruedas de prensa entrando al trapo a todo y metiéndose en todos los jardines. Pep Guardiola, en cambio, calcula muy bien siempre el mensaje que quiere dirigir ese día y a quién: si a la plantilla, a la afición, a los árbitros…
No hay que inventarse las cosas. Si no se tiene el dato exacto y preciso, mejor no darlo. Es preferible decir “mire, ahora mismo no lo sé o no lo tengo” y comprometerse a facilitar esa cifra o ese testimonio después, que plataformas hoy existen de sobra para hacerlo y quedar muy bien. Pero pretender decir algo a toda costa para parecer muy listo, implica el riesgo de equivocarse, cuando no de quedar como un mentiroso. Además, el periodista no es una pared, se supone que se ha documentado, y puede rebatir cualquier imprecisión. Claro, que en el que caso que nos ocupa, una cosa es no tener a mano en ese momento el dato preciso, y otra muy diferente basar todo el discurso en datos deliberadamente inexactos o en medias verdades debidamente rebanadas.
¿Ejemplos? los hay a cientos. Cuántos desmentidos se podrían haber ahorrado con un honesto “pues mire, ahora mismo no lo sé…”
Hay que saber jugar fuera de casa. En un medio público no debería suceder -aunque desgraciadamente ha sucedido demasiadas veces-, pero un medio privado sí puede mantener una línea de pensamiento determinada. En cualquier caso, lo usual es que el político sólo acuda a aquellos platós o emisoras afines, pensando que es donde le van a tratar bien y se va a sentir confortable. Y se equivoca. Precisamente, en los partidos fuera de casa es donde uno tiene más que ganar. Porque va a tener la oportunidad de conectar con una audiencia distinta a la que quizás llegue a sorprender y con parte de ella empatizar; y porque ante preguntas insumisas o irreverentes puede demostrar mejor su capacidad de argumentar y convencer. Pero claro, para ganar esos partidos hay que ser buen jugador y además jugar bien. Y desde luego, no salir de víctima y estar más atento a los “robos arbitrales” que a los errores o aciertos propios.
Ejemplo: cuando fue presidente, José María Aznar cometió un gran error no dejándose entrevistar nunca por Iñaki Gabilondo. Él lo sabe, pero nunca lo reconoció ni lo reconocerá.
Hay que jugar en un buen equipo. Preparar bien una entrevista, elaborar buenos mensajes y saber transmitiros, diseñar una acertada estrategia de comunicación… es imposible sin el trabajo de profesionales que sepan de esto. A lo mejor basta con un buen asesor de comunicación, y no con esas legiones de gurús de imagen, reputación, redes sociales… que arropan a la mayoría de los políticos. En cualquier caso, sean muchos o pocos, a éstos lo que se les debe exigir es honestidad, conocimiento y profesionalidad. Y que no se limiten a actuar como fieles escuderos cuya labor a menudo se limita a aplaudir y corear lo que hace y dice su protegido y protector. Al jefe, o al que te paga, también hay que saber decirle de buena manera que no, cuando es no.
También hay innumerables ejemplos, lo que pasa es que generalmente suceden en la trastienda. Sí recordaré la magistral intervención de un asesor de comunicación de un consejero de Castilla La Mancha, en una rueda de prensa que definitivamente se les había ido de las manos, y ante el altercado, le dio el apunte: “consejero, mire que tiene otra salida por aquella puerta de atrás”.
En fin, lo que le ha pasado a Vox en TVE le ha sucedido ya en otras plazas, y por eso es el único partido que veta sistemáticamente a medios de comunicación en sus eventos informativos. Su lista negra no hace más que crecer, porque ellos siempre tienen razón y los que se equivocan son siempre los demás. Por eso mismo, dudo mucho que atiendan cualquier consejo o sugerencia. Simplemente, no tienen nada que aprender de nadie. Así que, sin más pretensión, aquí queda esto. Para que quien lo lea se entretenga, quizás hasta se divierta, y si le parece bien, lo practique cuando tenga la oportunidad. Y si no, pues que le eche la culpa al cha-cha-chá.
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