Ya sabemos que el silencio habla y dice a veces más que el ruido, pero hoy hablamos de un silencio que además sabe demasiado. La prensa cumple la función principal, y además es su deber, de contar lo que pasa y, si puede, explicarlo. Es decir, referir lo que ve con sus ojos en primer lugar. Luego, aportar todo el conocimiento que tenga para que la gente pueda entender lo que hay detrás de los hechos referidos. Si no tiene o no dispone en ese momento de dicho conocimiento, debe limitarse a reflejar lo que hay. Pero ¿y si tiene datos pertinentes y relevantes que añadir a la información y, por la razón que sea, opta por obviarlos? ¿Qué pasa cuando la prensa se calla?
Los silencios de la prensa forman parte de la toma de postura ante la realidad de la que informa. Es muy obvio que determinados medios otorgan más espacio -portadas, aperturas, grandes titulares…- a los acontecimientos o situaciones que reafirman su línea editorial que a aquellas que la refutan. Éstas últimas, en algunos casos, hasta desaparecen, lo que implica renunciar al deber básico y fundacional de la prensa. Parecerá hoy una quimera, pero todos los medios, sean de la naturaleza, ideología, empresa o accionariado que sean, han de dar cuenta de todo lo relevante que sucede en el mundo, en el país, en la ciudad, en el mundo de la cultura o de los deportes; darle a cada noticia el tratamiento informativo que entiendan apropiado en aras del interés de sus lectores; aportar los elementos valorativos que sus cronistas y expertos consideren necesarios; aprovechar su propio archivo editorial para poner los hechos en contexto; y finalmente, opinar lo que les parezca, bien el propio medio a través del editorial, bien los diferentes articulistas y columnistas según su prisma y forma de ver. Pero ya digo, este manual quedó en desuso hace tiempo.
La prensa calla según convenga, y a veces sabe hacerlo de forma muy sibilina. Por ejemplo, hace dos semanas, cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid compareció en un partido de fútbol que jugaban dos equipos madrileños en Arabia Saudí, todos los medios se hicieron eco y, como mínimo, dieron la foto en la que aparecía sin velo junto a los jerarcas de aquel país. Según el medio en cuestión, se le dio más o menos relevancia al gesto. Pero los hubo que, mientas dedicaban generoso espacio a las felicitaciones que su “intrépido” gesto había merecido entre diferentes figuras de la escena política -la gran mayoría de su propio partido o de ideologías afines- no tuvieron el detalle de reseñar que, antes que la política madrileña, figuras como Angela Merkel, Margaret Thatcher, Michelle Obama, la reina Sofía, Carme Chacón o la exministra Ana Pastor (y un largo etcétera) ya habían estado allí y salido en esa pose. Simplemente porque a políticos en viaje oficial no se les obliga a observar reglas como la del velo. Es más, desde septiembre del año pasado, cualquier mujer extranjera tiene permitido campar por ese país a cabeza descubierta. Esos medios disponían, sin duda, de esos datos, y lo riguroso hubiera sido reflejarlos -como sí hicieron otros-, lo mismo que los tuits entusiastas. Pero prefirieron callárselos.
El silencio de la prensa, por lo general, no es un lapsus. Es claramente intencionado. Una forma de informar, o más concretamente, de opinar. Si de un mismo hecho se ponen ciertos detalles en primer plano y se obvian otros, se consigue ofrecer una determinada visión e interpretación de ese hecho. Que suele ser la que interesa al medio difundir. No hay ninguna necesidad de esconder nada si se trata de un tigre que se ha escapado del zoo o un atropello en el centro de una ciudad. Pero si se trata de la actual política de trincheras, de un delicado asunto que perturba a una empresa del IBEX o que afecta a la reputación de una personalidad relevante, ya se entra a valorar lo que conviene exponer o, por el contrario, silenciar en la medida de lo posible.
Los silencios hablan por si mismos. Hace unos cuatro años, un adjunto a la dirección general de un importante grupo editorial -hoy director del principal diario de ese grupo-, moderaba un acto que tenía como protagonista al presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. Todas las preguntas que le formulaban los asistentes versaban acerca del caso de los EREs en Andalucía, ya que esa misma mañana se había conocido la imputación de dos expresidentes de la Junta, hoy ya condenados. En un momento dado, el citado moderador intervino para recordar que no era el gobierno andaluz el único autonómico del que se juzgaban casos de corrupción, e instó a la audiencia a pensar también… en Cataluña. Con eso, ya lo dijo todo. Que la audiencia al acto, muy distinguida por cierto, tuviera muy claro qué corrupciones eran las que para ese grupo editorial existían y había que poner el foco en ellas.
Se decía, hace tiempo, que una noticia no era tal hasta que no se publicaba en El País. No cabe duda de que ese poder lo aprovechó en su día el principal diario nacional. Pero hoy lo tienen y lo ejercitan prácticamente todos. Si una noticia no interesa que lo sea, no lo es. Un importante banquero de entonces pudo tener algo que ver en el recordado incendio y derrumbe del edificio Windsor, pero sólo durante unos minutos, lo que tardó la información comprometedora en desaparecer. O las visitas a España de un jefe de Estado, personalidad o dignatario internacional pueden ir en primera página o en los breves, depende quién, de qué país y dónde lo leamos. Cualquier hecho anecdótico puede quedar convertido en un escándalo político o un asunto de debate nacional, mientras una decisión o acuerdo de gran calado puede pasar desapercibido. Conflictos bélicos que ni existen en el mapa informativo, mientras de otros se nos da el parte diario ¿Y la prensa deportiva, por ejemplo? Basta fijarse en las portadas, y bien le irá al Madrid cuando no aparezca en las de los diarios deportivos barceloneses, y excelentemente al Barça cuando no se le mencione en los madrileños.
Pero la práctica más al uso es el silencio bien elegido. Cuando la cobertura informativa pisa fuerte en la hierba y pasa de puntillas por los charcos. O viceversa, según. Hoy algunos, demasiados medios, tienen encomendada la generación de estados de opinión bien definidos y dirigidos, no el contraste de posturas para que el público se forme su propia opinión. Por eso son tan habituales hoy las informaciones que se nutren exclusivamente de fuentes de un determinado signo. Ya se sabe que, cuando la Guerra Civil, el ABC publicaba dos ediciones, para cada una de las zonas en conflicto. Y claro, es fácil imaginar la visión del conflicto que ofrecían una y otra. Pero hoy tenemos diferentes diarios, webs, emisoras y cadenas de televisión que nos cuentan una parte del partido. Se llama a los que interesa que nos cuenten lo que está pasando en Venezuela, a los que analizan el devenir de nuestra economía según convenga al Gobierno o a la oposición, o a los que informan de lo que piensa y siente una parte de la sociedad catalana. Claro, del que lo cuenta desde la parte contraria, se dirá que calla y manipula. Pero cada uno mira apenas más allá de su ombligo, e invita a que sus lectores o seguidores miren y vean lo mismo.
Podrá entenderse como normal -aunque tampoco lo sea- que un político, un empresario o el presidente de un club de fútbol cuenten sus verdades según les convenga. Ellos elaboran su discurso y procuran ensalzar sus beldades y soterrar sus miserias. Bien, pero frente a esa táctica fácil y previsible, la de la prensa siempre fue poner en contraste todas las afirmaciones que recibe, preguntar, cuestionar, investigar… Ofrecer al interlocutor la oportunidad de expresarse, para vanagloriarse cuando tenga oportunidad, pero también para defenderse u ofrecer su versión sobre cuestiones controvertidas o que no le hagan sentir tan a gusto. Y si es capaz de responder convincentemente a todas las cuestiones, su credibilidad podrá verse reforzada, y por supuesto, también la del medio. Por el contrario, si lo que suelta es un monólogo sin aristas ni contrapesos, tendrá el efecto de una página de publicidad. Y eso es lo que vemos tan a menudo. Entrevistas mansas, sin una sola pregunta controvertida. O comparecencias sin preguntas que los periodistas siguen aceptando y acudiendo a cubrir, aunque después se quejen ellos y las asociaciones que les representan. Así, las informaciones que llegan al público están llenas de silencios. Y los silencios en la prensa, por lo general, son desinformación. Que es el alimento preferido de la mentira.
Claro, hablamos de periodismo. Pero a quien menos culpa se puede echar de estos silencios y de otras malas prácticas es a los periodistas. Si acaso, la de no unirse, plantarse y hacerse fuertes en el respeto a su profesión. Pero son fundamentalmente sus jefes, los editores y empresarios editoriales, entre los que abundan los que ni estudiaron ni han practicado en su vida el periodismo. Y piensan que la rentabilidad del negocio pasa fundamentalmente por cuidar y tener feliz a su distinguida clientela. Para ello, tienen muy claro a quién deben molestar a quién no incomodar, cuándo clamar a los cuatro vientos y cuándo callar para siempre… o si acaso de momento. En estas, los periodistas celebrábamos ayer San Francisco de Sales, aunque, como bien refleja este artículo de Cuarto Poder, en estos tiempos desapacibles tenemos bien poco que celebrar. Al menos, nos queda pedirle al patrón que nos libre algún día… de estos patrones.
¡Qué interesante! Saludos 🙂
Muchas gracias, compañera. Saludos,