No pertenezco…

Ni al invierno ni a la noche,

A dinastías ni fronteras.

No pertenezco a ningún cuerpo ni ser.

Ni a las dunas ni a los lagos,

A himnos ni a tribus.

No pertenezco a ninguna idea ni entidad física o acaso supuesta.

No me verán con un sello, signo ni emblema marcado a hierro.

Es posible que a mí algo me pertenezca, poco la verdad, tendría que mirarlo. Pero, desde luego, nadie me pertenece. De eso estoy seguro.

Sí, me pertenecen mi vida, mis carreras y mis caminos sin dirección determinada.

Me pertenecen las lecturas que hicieron de mí más persona de lo que quizás merecí ser. Me enseñaron a contar la vida, me mostraron formas de entenderla para intentar al menos vivirla a mi manera. Pero no me pertenecen los libros ni sus autores, nunca me pertenecieron Stendhal ni Byron.

Me pertenecen mis sueños, no las habitaciones en las que despierto.

Me pertenece la ilusión.

Me pertenecen mis recuerdos, mis fantasías y también mis fantasmas.

Me pertenecen el sonido y las voces de aquellas canciones con las que crecí, las que me aprendí de memoria y aún hoy creo volar cuando las vuelvo a escuchar. Pero no me pertenecen las partituras ni los Beatles, tampoco Neil Diamond.

Me pertenece la esperanza.

La temeridad.

Me pertenecen los viajes, los parajes por los que me perdí, las rutas equivocadas o acertadas que tomé, las conversaciones de esos bares en lenguas que no conocía pero llegaba a comprender perfectamente, me sonaba aquel rumor a conquista y a libertad. Pero no me pertenecen ni esos bares ni las ciudades que visité. No me pertenecerán Ámsterdam ni Nueva York.

Me pertenecen mis amistades, pero no mis amigos y amigas.

Me pertenecen mis amores, pero no mis amadas o amados.

Allá donde hubo, hubiera o habrá.

Me pertenecen el vacío y la soledad cuando la busco.

Me pertenecen estas líneas, pero no lo que lean en ellas.

De familia no voy a hablar, la siento dentro, me rescata cuando me abandono y me duele cuando me tiene que doler, pero no me consta relación de pertenencia más allá de la inmensa gratitud y fraternidad.

No pertenezco a sus brazos ni a sus abrazos.

Aunque los quiera y los necesite.

Ni a los valles ni a las simas,

A las caricias ni a los desdenes.

No pertenezco a clase ni categoría alguna, al BOE o al registro civil, aunque es posible que hablen de mí.

No pertenezco a sociedad ni empresa, incluidas aquellas para las que trabajé.

A veces con mucho gusto.

Pero no pertenezco.

No me cuenten cuentos, las personas son, no pertenecen. Y allá el que se resigne a pertenecer, luego lo reconozca o no. El que encima presuma y saque pecho, pobre, de ser una mera pertenencia.

Una herencia, una posesión, un cortijo… y ya decidirán.

Insisto, no pertenezco a las luchas que no elijo.

Ni a las guerras ni a las paces que me tratan de imponer.

En ningún lugar, en ningún momento de la historia que me toca vivir.

Ni siquiera a este mundo, simplemente habito, sobrevivo por ahora en él.

Padezco, pero no pertenezco.

Disfruto,

Ansío,

Busco,

Espero…

Vivo, no pertenezco.

Yo tampoco. A ver si se enteran…

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