Demasiada lluvia

Demasiada lluvia en tus ojos cuando te asalta la mañana. Cuando sales al mundo y sobreviene la luz delatora. No para, no da tregua, cae a destajo por las venas y los párpados, inunda los recuerdos y hasta los descansos. No esperabas que este viaje por el invierno se te hiciera tan largo, tal que ya no sabes ni cómo volver por donde solías ser tú misma. No te deja la cortina de agua ver más allá de los nubarrones que encadenan desdicha y hastío, y estás por dejar que el torrente te arrastre hasta dejarte en no más que un charco de tantos que remansan en el parque. No hay derecho a una vida con tanta lluvia.

Demasiada lluvia en mis pasos que avanzan con desgana. Anegados, agarrotados, los días que se consumen en este vago deambular por calles a las que borraron el nombre, por miradas opacas y espacios vacíos. Cae a plomo sobre los fracasos y las incertidumbres, empapa el ánimo y hasta los sentidos. No queda más proyecto que seguir caminando, llevado por la inercia, ciertamente a ninguna parte, cada vez más lento y más torpe, la vista al suelo para que las gotas no duelan en la frente. No hay noticia y mejor quizás que no la haya, tensa espera para no saber ni qué esperar. No hay derecho a que haya vidas con tanta lluvia.

Demasiada lluvia en las tardes que agonizan sin nada que decir ni contar. Se eternizan los pensamientos, fijos en la misma piedra del camino, ni avance ni marcha atrás, ideas atascadas y vidas abandonadas a estas horas que transitan con desesperante pesadez. Arrecia el temporal, las oportunidades que pasaron, jarrea sin contemplación, las caricias soleadas que no volverán. No hace la borrasca sino su trabajo, y por los canalones y desagües se oye el rumor de esperanzas e ilusiones que se escapan a chorros. El pronóstico apunta a peor, y no queda más alivio que la resignación. No hay derecho a tanta angustia desbordada.

Demasiado tiempo perdido en sueños que quedaron empantanados. Las decepciones y las tristezas han ido acumulándose hasta formar tapones de lodo que hacen intransitables las vías de escape. No es la solución quedarse en casa, pero cada vez se hace más y más duro salir. Te dicen que los chaparrones no son eternos, y sin embargo, no ves el momento en que deje de llover. Y lo sientes en los huesos y en el alma, en el rictus sobrecogido que te observa en el espejo y en cada palabra que aciertas a pronunciar. No hay derecho a vivir con tanta pena vivida y agolpada a las espaldas.

Demasiada tormenta en un cielo tan joven. Mares de nubes impenetrables que vienen inexorables y descartan cualquier atisbo de luz. Descargan a conciencia, como un desahogo o una forma de liberar tanta tensión concentrada. Y resuenan en las ventanas, en los suelos, en los rincones y resortes de la vida. También en las celebraciones. Cometimos el error de pararnos a pensar cuando se suponía que la fiesta estaba en su apogeo. Y lágrimas furtivas dieron por asomar bajo el gorro de Papa Noel. Es demasiada lluvia, y no hay derecho a tener que padecerla un día sí y otro también.

No podemos cambiar este tiempo. Tendremos que aprender a vivir con él… y a sonreír.

 

P.D. O como, a su manera, lo decía Paul McCartney – Too Much Rain

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