Sonrisa de noviembre

Noviembre tiene una sonrisa, aunque nadie la vea o siquiera pueda imaginar. Por mucho que en un día como hoy parezca imposible adivinar gestos o movimientos que no sean de tormento o abatimiento. Arrecia el otoño en los mapas del tiempo y en la geografía íntima de los recuerdos, en el latido alterado de las mañanas apresuradas y en la lenta agonía de tardes negras que se consumen en pensamientos abismales. ¿Quién cree advertir una gota de alivio o de esperanza en estos paisajes devastados por tanta tormenta programada?

¿Quién cree posible soñar o sonreír? Por esas avenidas arrebatadas por el viento, hojas que vuelan y azotan la frente, lluvia intempestiva que cala los tuétanos y anega el alma. Ni una mirada que cruzarse, cada una tiene bastante o demasiado con no ver más allá de lo suyo, capear los temporales anunciados en las noticias y los que sobrevienen en la cama propia. Perlas se agolpan en el cristal y dibujan figuras corredizas, tristezas circulares que resbalan y abstraen del presente. No puede quedar atisbo de luz ni lucidez en estos días pesados.

No puede quedar resquicio. Y sin embargo hay quien sigue buscando. Las noches se alargan sin solución en la ciudad que ya olvidó cómo se vive a oscuras, aquellos ríos de risas agitadas que bajaban a deshora y a tumba abierta ya duermen su quimera canalla y no se conocerían por los pasillos sin humo. Ni ciertas calles se parecen ya a sí mismas. Quedan los paseos desolados, las arboledas mustias, y divisar una figura a lo lejos quizás ya sobresalte más que disponga. Caen a plomo cortinas de agua y de soledad. Pobre mío, ¿qué es lo que has ido a buscar?

Pobre mío, saldrá con furtiva nocturnidad creyendo distinguir destellos entre los girones de la bruma, reflejos en los brillos del suelo mojado. Recorrerá los parques embriagados de humedad, ahogará el aliento en la frondosidad empapada, embadurnada de desconsuelo a chorros, por la que creerá oler regueros de algún reconocible licor. Correrá hasta no sentir los pies, beberá hasta no ser consciente, mirará al cielo opaco que parece se le vaya a venir encima. Creerá ver las torres y los tejados de su niñez difuminados al fondo y celebrará una noche más, un noviembre más, su asumida y adorada locura.

Un noviembre más, las horas de memoria contadas caen desesperadamente lentas, las ideas brotan con dificultad, la mano embotada no es capaz de atinar con las teclas. Pesa infinitamente la tarde y la vista se obceca en la página invariable en blanco. Llueve ahora mansamente y el ritmo monótono va plasmándose en los pasos, los lapsos, las latencias del corazón. Las horas de memoria sabidas se hacen eternas y siempre retornan al mismo instante y lugar. Pesa aquella tarde y la voz trémula de entonces es la misma que oigo ahora detrás de mí contar historias de navidades viejas. Hace frío y los versos se encogen, pero aún quedarán palabras sin encontrar.

Hace frío y no se espera que la niebla vaya a levantar. Sistemática e implacable, la dictadura del tiempo ha ido dejando capas de aceite y sustratos sólidos para condenar el recuerdo y dejarlo en silencio. Pero la demencia es tozuda y no se va a resignar. Si una vez fue capaz de contar siete mil ciento y pico días, sin duda volvería a contarlos, uno por uno si fuera necesario. Aunque polvorientas y roncas, ciertas canciones, de cuando en cuando, vuelven a sonar. Vienen a sentarse a la mesa, como solíamos, calientes las rodillas, pelados los dedos, encendida la piel. Un viento afilado silba en la azotea, y dentro, los aprendices de gigante ríen a buen cobijo. Aún quedan días por contar, aunque sean más los días de dormitar.

Aún quedan días por contar, en este otoño de este año volátil e incierto. Rugen las borrascas por los cuatro caminos que llevan a las plazas deshumanizadas que llaman futuro, desfilan marciales todas las falacias recitadas de carrerilla, las mentiras repetidas hasta que sean verdad. No son tiempos para andar libre y despreocupado, viene el temporal de cara y las previsiones apuntan a un empeoramiento general. No habría lugar para la tregua en este mes infame, un reducto clandestino para un abrazo o una caricia, un sendero para pasear tranquilamente de la mano. El mundo está cambiando, nuevos nubarrones acechan y no hay minuto que perder. Pero, aunque nadie lo crea, aunque le tilden de insensato o trasnochado, hay quien piensa que en algún lugar de noviembre todavía hay una sonrisa. La cuestión es encontrarla.

Todavía hay una sonrisa en noviembre, y algunos sabemos dónde está.

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