Con permiso de Milan Kundera, es hoy la del buen periodismo, que a pesar de todo se sigue haciendo en estos tiempos, y sin embargo pasa inadvertido. No me creerán, pero todavía es posible encontrar en las páginas, hojeadas o cliqueadas, excelentes trabajos divulgativos, de investigación bien articulada, reportajes con mayor o menor pretensión, que te ilustran o te dan media hora de placer. Informaciones bien contadas, artículos exquisitamente escritos. Opiniones expertas, ricas en rigor y honestidad. Secciones bien cuidadas, que priman la calidad desde la selección hasta la edición. Simplemente, prensa que informa, forma y entretiene, que es la santa trinidad de su función. Sí, existe. Lo sé porque lo veo.
Lo triste es que para encontrar esos contenidos hay que bucear. Porque no saltan a las primeras planas. Porque apenas alcanzan difusión y relevancia. Porque ni los propios editores de prensa de hoy día -que son y operan como cualquier cosa menos como periodistas– se creen ya esa clase de contenidos. No suman, no dan clics. La prensa siempre fue efímera, porque empieza y termina el día que se publica. Hoy, además, es insignificante. En cambio, la tontería, la falacia y la majadería son perennes. Llegan y se quedan. Artículos de fondo que analizan con precisión, desgranan controversias y aportan posibles rutas para encontrar soluciones a grandes cuestiones, se publican un día y pasan al ostracismo. Mamarrachadas en 280 caracteres que apelan a la emoción, por no decir a la rabia y el odio, trascienden y calan, desde los despachos hasta las tertulias de barra de bar. Insoportable levedad…
Insoportable levedad es el hecho conocido de un partido político que explícitamente veta a determinados medios de comunicación a sus actos y encuentros informativos. Primero a uno, luego a todos los de su grupo, después a otro, la lista negra va engrosando… No sólo no se excusan, además se jactan de ello. No son cabeceras depuradas sino cabezas que exponen como trofeos de caza. Y el caso es que a mucha gente eso le parece muy bien. Por cada uno que se lleva las manos a la cabeza, pareciera que dos las usan para aplaudir. Tres millones y medio de españoles han votado a ese partido. ¿Tantos son los que abolirían la libertad de expresión e información en este país? Las asociaciones profesionales han expresado su protesta, pero su ruido es un trino en medio de un gallinero. Mientras, alguna prensa de la competencia calla, otorga y acude mansa a sus actos. Con la boca pequeña, pero también a veces bien grande, blanquea sus ideas y sus hechos.
Insoportable levedad es contactar con un veterano y acreditado periodista de una prestigiosa revista económica -que hoy se publica como suplemento en un diario nacional-, y enterarte de que le han despedido hace tres meses. Desearle lo mejor, llamar a la redacción en busca de un nuevo interlocutor, y que la voz al otro lado del teléfono te diga “sí, envíamelo todo a mí porque ya quedo yo solo aquí”. La editorial a la que pertenecen ese diario y ese suplemento acaba, no hará ni un mes, de cerrar buena parte de sus contenidos en Internet, entre ellos los de esta publicación económica, de manera que sólo se puede acceder bajo suscripción premium. Argumentan que su estrategia es una apuesta por el periodismo de calidad. ¿Pero qué calidad van a ofrecer con un tío para sacar adelante una revista? Y además pretenden cobrarlo…
Profundizar por motivos profesionales en un tema candente como la España Vacía -como podía haber sido otro- y descubrir el ingente saber y criterio que se ha ido volcando durante estos dos o tres últimos años, a través de innumerables artículos, informes, análisis… Desde propuestas concretas hasta diagnósticos certeros, iniciativas originales, proyectos realistas… Piensa uno que, si todo ese conocimiento se hubiera puesto todo junto y plasmado en actuaciones concretas y decididas, ya estaríamos quizás en la ruta para revertir el fenómeno de la despoblación o al menos paliar sus efectos. El problema es que no son más que artículos, piezas inconexas, invertebradas, que han tenido como mucho su día de gloria si se han publicado en algún gran medio nacional. Los otros, la gran mayoría, habrán tenido un alcance residual, algún lector que pasara por ahí. Dicho de otra manera, se han dicho y escrito cosas importantes, sobre esta y sobre muchas otras cuestiones, y casi nadie se ha enterado. Sabiduría ignorada, insoportable levedad…
En cambio, asistimos a una opereta diaria de calamidades grandiosamente difundidas. A la manipulación grosera no ya de los hechos, también del lenguaje, de los términos. Se ha conseguido que gran parte de la sociedad asuma hechos y conceptos cuyo sentido y significado ha sido rastrera pero hábilmente tergiversado. Se nos vende la soflama como argumento brillante, el artículo a sueldo como opinión autorizada, el contenido patrocinado como información independiente y veraz. Se apela a la memoria de pez, se consigue que el lector pierda la noción de los hechos antecedentes -fundamentales en la construcción de la noticia-, que muchas veces sirven para explicar lo que está sucediendo hoy. Que a menudo revelan que sucede por motivos bien distintos a los que se pretende hacernos ver. Da igual, la mayoría no se lo cuestiona, “esto es así, es por esto y amén”. Insoportable levedad.
Insoportable levedad es la de los periodistas ninguneados en las empresas de comunicación. Casi siempre lo fueron en las plantas nobles, ahora también en la redacción. Imperan criterios estrictamente financieros no ya a la hora de dirigir el negocio, sino a la de diseñar la oferta de contenidos. Una operadora de telecomunicaciones al frente de un canal de televisión, o un gran banco detrás de un periódico global en español, se rigen por su modelo de negocio original. Cuando un nuevo programa o una nueva sección no terminan de producir los dividendos esperados al cabo del primer año, lo cercenan, lo borran del catálogo como harían con un producto de hipotecas para jóvenes o un servicio de ADSL residencial. Si hay que recortar el presupuesto a la mitad, no les tiembla el pulso y que se apañen. Si falla la publicidad, se eliminan redactores y se contrata a comerciales. Si la edición digital no rompe las analíticas web, se prescinde de redactores y se reclutan programadores y expertos en marketing digital. Si luego las coberturas de las noticias son pobres, las informaciones se publican sin contrastar, contienen errores de bulto y no hay quien se las lea de pésimamente redactadas que están, habrá que hablar con el periodista -como en el chiste de Forges– “Rodríguez, estamos seriamente preocupados con su productividad”.
Insoportable levedad es hoy la de la calidad, el rigor, la honestidad, la originalidad, la mesura en el análisis o el conocimiento de los hechos. La del profesional que conoce bien su oficio, su responsabilidad y su función para y con la sociedad. Sí que los hay, créanme, conozco a varios y no son pocos, y su trabajo está ahí. Lo que pasa es que son muy leves, pintan muy poco hoy en un mundo -y en una industria mediática- en la que priman otros principios. Y su situación, la de nuestra profesión, es cada vez más leve e insoportable.
Como leve es este artículo, que, con suerte, dos o tres me dirán que les ha gustado o que no. Y no pasará nada más con él.