No pensaba escribir sobre la final de Wimbledon, más que nada porque estos días ando en otras cosas. Pero al final voy a tener que hacerlo, aunque sea como terapia. Leo y escucho cosas por ahí sobre el “aura trágica” de Roger Federer, la dolorosa derrota, la última oportunidad perdida… al tiempo que se dedican justos honores al brillante vencedor de esta edición y número mundial, Novak Djokovic. Ya se sabe que the winner takes it all, y en tenis el propio sistema del juego lo dicta así. Vale, pero no creo que Roger se sienta desde el domingo un desgraciado. Un poco triste, eso sí, por haber tenido su 21º grande, su noveno Wimbledon, a un punto con dos servicios para ganarlo. Pero de ahí a considerar un fracasado o un alma en pena al seguramente mejor tenista de siempre, en fin…
Lo primero a resaltar es que el partido fue para la historia, disputado al límite por dos tenistas históricos -con permiso de un tercero que quedó en semifinales. Y luego, que el deporte no es como las películas. El bueno no siempre gana. Entiéndase, buenísimos eran los dos. Pero posiblemente, aparte de la familia de Novak, la inmensa mayoría de los aficionados de Serbia -pero quizás no todos- y algunos incondicionales de otros países, todos los demás del mundo íbamos con Roger. Para todos nosotros, el final iba a ser grandioso y perfecto, colofón a un partido inolvidable, de una intensidad digna de las mejores superproducciones. Además, un 9-7 en el quinto set, el mismo guarismo por el que perdió ante Rafa Nadal en la recordada final de 2008. 40-15, bola de campeonato… Pero como digo, no era una película. El destino dio un giro inesperado y se tornó en cruel. Devastador para los fans. ¿Definitivo para él? No lo creo. No hablamos de un jovencito que aspiraba a su primer torneo grande.
Se dice que el suizo va a tener pocas oportunidades de volver a ganar un Grand Slam. Y puede que sea así, pero recuerdo que eso mismo se decía hace cuatro y cinco años. También se afirmaba que, a sus casi 38 años, no iba a ser capaz de sostener partidos a cinco sets, y el domingo jugó técnicamente seis a un extraordinario nivel. Se vaticina, y también es muy probable, que Djokovic y Nadal superarán un día sus 20 grandes hasta ahora conquistados. Pero se olvidan de un fundamental detalle. A éstos no les ha llegado una generación que les suceda y les eche el freno. Porque se han quedado a medio camino, y es más, la siguiente generación parece llevar el mismo rumbo perdido. En cambio, Federer sí ha tenido sucesores: precisamente Novak y Rafa, además de Murray y otros. Es decir, tanto el serbio como el español han tenido y tienen aún camino libre para sumar torneos y agigantar su palmarés ante la falta de nuevos rivales que les hagan sombra. Roger, en cambio, se topó con esta magnífica generación que le sucedía. Su enorme mérito ha sido reengancharse a ella, competir de tú a tú con dos tenistas increíbles y más jóvenes. Y a veces, vencerles. De vez en cuando, arañar algún título más. Este año lleva tres, más que nadie antes de llegar a Londres.
Pero hay algo más. Es que este Federer es, si cabe, más bonito de ver y apreciar que el que dominó el tenis mundial entre 2003 y 2008 (fíjense los años que hace ya). Sí, aquel corría, pegaba a la bola y además tenía una muñeca extraordinaria. Recomiendo, por ejemplo, buscar imágenes de las finales que ganó a Hewitt y Agassi en el US Open. El de hoy debe economizar esfuerzos, no tiene tanta potencia en sus golpes… Y, por lo tanto, ha de tirar más de su virtuosismo, que se ha convertido en su principal y maravillosa arma. Claro que así, hoy por hoy, es mucho más difícil ganar a los grandes, dotados de más físico. Pero es un lujo apreciar la inmensa variedad de registros que maneja. Sin perder su impronta de campeón, se ha convertido en un tenista de culto, en un maestro que deja lecciones en cada partido que juega, aunque lo pierda. Y encima, todavía gana mucho. El domingo, Roger atacó, arriesgó, propuso, enamoró… y lo hizo durante cinco horas. Ganó más puntos -muchos más- y más juegos que su temible rival. Pero perdió los tie breaks y Djokovic se comió la hierba. Es tenis, y the winner takes it all.
Así, las crónicas planas hablan de uno que venció y otro que salió derrotado. Ensalzan a uno y ahondan en la herida del otro. Luego, es cuestión de aplicar la perspectiva, cada uno la suya. Por mi parte, no sé quién habrá sido el mejor de todos los tiempos, pero tengo claro que Roger Federer es el mejor tenista que he visto. Y no sólo por lo que ha ganado. Llegados a este punto, su figura ya trasciende los conceptos de victoria y derrota, aunque una y otra sigan presentes como parte del juego. Pero seguir viéndole llenar la pista es un milagro, un regalo y nuevos capítulos de una portentosa historia. Eso fue también lo del domingo… y no una pena.