Déjame verla un poco. No hace noche para salir ahí fuera, no se puede ni respirar, pero tan solo dame un minuto para quizás adivinarla tras la espesa calima, distinguir su silueta difuminada y aún precaria. No tengo esa antena de 2.000 toneladas para comunicarme con ella, pero apenas un atisbo de guiño imaginario me daría aliento. Necesito esa señal para estar algo más seguro. Ni siquiera sé si me está esperando, y un viaje a medias puede ser más frustrante que no viajar.
Primero, no sé por qué me preguntan; segundo, no sé por qué respondo. Es como si llevara la vida entera dándole vueltas, y todavía no he dado con una razón concluyente para saber por qué estoy así. Cuando me dicen y me aseguran que estoy loco, que mis proyectos son irrealizables, no soy ni capaz de rebatirles con un argumento que me convenza a mí mismo. Pero ahí sigo, empeñado en ideas que tampoco sé realmente adónde van ni para qué van a servir. Sí, para decir que lo he conseguido. Pero también, seguramente, para admitir que no.
La Luna en proceso, visible a medias en una velada nocturna que es un horno, dubitativa y creciente sobre un caldo de cielo, insulso su brillo entre el vapor que parece emerger del asfalto, diríase que de lo más profundo de esta Tierra requemada. Ni una brizna de aire y la sensación de ahogo. A veces me pregunto, y en medio de esta escena me vuelvo a preguntar, por qué esta obsesión. Por qué quiero y no dejo de querer salir a estas horas infames. Y pienso y sigo aquí, embelesado hoy también, pese a esta vaga y contaminada estampa.
No puedo dormir. El sudor bordea todas mis sacudidas en una cama estrujada que no da tregua. Me asolan los miedos y las dudas, me aturde el silencio y me confunde la oscuridad. Me asomo a duras penas a un patio interior por el que nunca circularon astros ni satélites. Cierro los ojos e imagino fragmentos de luz. ¿Llegará alguien antes que yo? Tendré que bajar otra vez, alargarme hasta el cruce donde se abren las fachadas incandescentes y asegurarme de que sigue ahí… sola como la dejé todas y también la última vez.
Tampoco quiero recordar. Todos aquellos primeros intentos me costaron fortunas que no tenía y pedazos de vida que definitivamente dejé de tener. Llaman a mi cabeza y me torturan, pero al final siempre consigo ignorarlos. Lo mismo que una media verdad puede ser la mayor de las mentiras, la memoria a medias puede ser peor que la absoluta desmemoria. Y a esa trampa me entrego y me dejo llevar.
Todos los cálculos matemáticos, las trayectorias, los acoples y desacoples, la física aerodinámica del tiempo previsto y perfecto… Miles de teorías leídas durante años en vela. Pero, al fin y al cabo, una empresa así dependerá más de la voluntad innegociable que de la técnica irreprochable. Ni toda la Red del Espacio Profundo, con su arsenal de antenas desplegadas y orientadas, captaría en noches como ésta el menor indicio de ruta practicable a lo largo de los 384.400 km que separan de ese punto hoy deforme. y dudoso.
No me dejes así, perdido en la noche de nadie. No soy esa águila que se elevará vertical sobre la humanidad, romperá las barreras de la atmósfera y, después de 102 horas eternas, se posará majestuosa con una rama de olivo entre sus garras, supuesto símbolo de paz que en realidad será de imperial victoria. Sólo soy un hombre que mira la Luna y se siente pequeño. No lo reconoce, no se lo confesará a nadie, pero sueña con ella y, cuando vuelve a salir dos semanas después de esconderse, no es capaz de vivir sin mirarla.
La Luna a medias y yo parado en mitad de la nada, contemplándola. Dime algo. Si no me estás esperando, no sé qué sentido tiene el viaje hasta allí.