No ha sido fácil, la verdad. Es cierto que el Mundial de Fútbol femenino que mañana termina va a suponer un antes y después para este deporte en nuestro país. Por la difusión televisiva, por el seguimiento mediático y el interés que ha demostrado mucha gente. Nada que ver todavía con lo que mueve el mismo evento en su versión masculina. Pero es un gran paso, un significativo avance. Tengamos en cuenta que unos mundiales se celebran desde 1930, los otros desde 1991, y en España empezamos a enterarnos hace cuatro años, cuando la selección participó por primera vez en los de Canadá. Hablamos además de una temporada en la que la Liga Iberdrola ha llenado estadios como el Metropolitano o San Mamés. El FC Barcelona ha llegado por primera vez a la final de Champions. Y hasta el Real Madrid ha dado su primer paso para sumarse a este negocio, quiero decir, a la competición nacional.
Pero digo que no ha sido fácil. “Qué malas son, qué malas son…” escucho cada dos por tres a uno que asiste a mi lado a la semifinal entre Holanda y Suecia. “Es que son flojitas…” justifica un amigo al confesarme que al final no vio uno de los partidos de España. Y no faltan los comentarios, normalmente cuando no hay personal femenino presente, del tipo “pero esa es un tío…”, “menuda sargento la defensa central”, “vaya cara de caballo tiene la portera”… Por no mencionar alguna que otra grosería, pocas la verdad, pero es que siempre los hay incapaces de contenerse. Sí, he hecho por seguir este mundial, ver los partidos que más me interesaban, disfrutar y admirar las grandes jugadas y a las grandes jugadoras. Pero he tenido que gastar más energías de la cuenta en convencer de que pusieran el partido en el bar de turno, y ya conseguido, en hacer ver que el partido en cuestión estaba realmente interesante y bonito, generalmente contra la opinión mayoritaria. “¿y la pelona esa holandesa…? Pues se llama Van de Sanden y juega de extremo derecha (o extrema derecho, no sé…).
El gran tópico machista del fútbol femenino en este país era que “ni es fútbol ni es femenino”. No creo que nadie que haya seguido con atención este Mundial, o las últimas competiciones nacionales e internacionales, pueda seguir diciéndolo. Aunque, como vemos, seguirá habiendo recalcitrantes que se negarán a admitirlo. Claro, partidos excelentes y paupérrimos los habrá siempre porque es un sino de este juego. Por ejemplo, ¿a alguien le pareció excepcional la última final de Champions masculina entre el Liverpool y el Tottenham?
Sí es cierto que, en lo que se refiere al fútbol, a las mujeres les ha costado avanzar más que en otros deportes. Ignoro la razón, si quizás cultural, tal vez física o es que no terminaban de creérselo ellas mismas. Pero en atletismo, baloncesto, tenis, balonmano, voleibol… hace ya tiempo que se han conseguido niveles espectaculares. En fútbol se ha tardado, en el mundo y algo más en España. Pero ya están aquí. En realidad, lo que empuja el nivel hacia arriba es que salgan buenas jugadoras, luego muy buenas, y que las pequeñas que vengan se fijen. Hubo una balonmanista danesa, Anja Andersen, que hace 25 años dejó atónito al mundo haciendo cosas como estas, ¿reservadas a los hombres? Pues no sé exactamente si éstos eran capaces. A partir de ella, salieron muchas más. Aquí sucede lo mismo. En cuanto han visto y están viendo a Marta, a Rapinoe, Martens, Hegerberg o nuestra Jenni Hermoso, ya no dudamos -y sobre todo, ellas no lo dudan- de que pueden hacer y llegar a lo mismo. Por eso sabemos que llegarán futbolistas increíbles.
Al fútbol femenino empieza a hacerle caso el público español. Esperemos que también los medios de comunicación, sin necesidad de que las informaciones vayan patrocinadas. Y confiemos en que se den cuenta de su dimensión los dirigentes, los federativos y sobre todo los de los clubs. Esto es, que se les reconozca su trabajo y lo que generan. Sí, vamos a hablar de dinero. La futbolista mejor pagada del mundo, hoy por hoy, es la noruega Ada Hegerberg, última Balón de Oro, cuya ficha en el Olympique de Lyon es de 400.000 euros al año. Sideral diferencia con los 130 millones que dicen que gana Messi, por ejemplo. Pero ahí ya tenemos que entrar en lo que genera cada uno, y hoy por hoy no se puede comparar. Se dijo en su día que todo lo que ganó Michael Jordan, que está claro que fue muchísimo, no llegó al 10% de lo que él produjo. Ignoro si con otras grandes estrellas se ha dado el mismo ratio, pero demos por hecho que lo que ganan, por escandaloso que nos parezca -y lo es-, se supone que es menos de la riqueza que generan para sus clubs, para las marcas a las que representan y, en definitiva, para el PIB… eso sí, no me pregunten de qué país.
Bajemos un poco más a la tierra. Según las cifras que se han publicado, en Francia, una futbolista gana de media 42.188 euros al año; en Alemania, 37.060 €; en Inglaterra, 37.060€; y en Estados Unidos, 23.301€, ojo, y ésta última es la primera liga del mundo en seguimiento y potencia mediática. En cualquier caso, una vez más, muchísimo menos de lo que puede ganar cualquier medianía que juegue en la Premier League o la Bundesliga masculinas. Lo podríamos explicar -cuidado, no justificar- por lo mismo que decíamos antes. Pero vengámonos a España: el fútbol masculino español se rige por un convenio que establece que el sueldo mínimo de un jugador de primera división es de 6.500 euros al mes en Primera División y 4.000 euros al mes en Segunda. Pues bien, las chicas no sólo no tienen convenio, que ahora se está empezando a negociar. A día de hoy, carecen de derechos laborales, un 49% de las de Primera no perciben ningún sueldo y un 31% cobran menos de 500 euros al mes. Se mire como se mire, esto es impresentable, y creo que todos estaremos de acuerdo. Así es imposible dedicarse profesionalmente a cualquier deporte. De hecho, veamos a qué se dedican las jugadoras que nos han representado en el Mundial de Francia.
Urge solucionarlo y, por lo menos, como primer paso, equipararnos lo más posible a las principales ligas europeas. ¿Que no es suficiente? Está claro, pero como diría Valdano, no podemos pretender meter el segundo gol antes que el primero. Metámoslos en orden, pero sin pausa ni descanso. Parece lógico pensar que, a medida que el fútbol femenino vaya ampliando fronteras, alcance más difusión, seguidores, y sobre todo, ingresos, éstos redundarán en los sueldos de quienes lo hacen, y principalmente en los actores de la función. Claro, si me preguntan si un día se llegará a una verdadera equiparación salarial entre hombres y mujeres, yo no tengo la respuesta. Ni en el fútbol ni en cualquier otro deporte ni orden de la vida. Pero prefiramos pecar de ilusos que de escépticos.
Podríamos fijarnos en el tenis, quizás el deporte en el que las mujeres han llegado más lejos en términos de reconocimiento y remuneración. Hoy, los cuatro grandes torneos del Grand Slam pagan exactamente lo mismo en premios a las y a los tenistas. No es así en torneos de menor rango, y cuanto inferior es la categoría, mayor es la diferencia de premios. Luego está la proyección global y mediática, que es la que genera más ingresos. En los últimos años, salvo Serena Williams, no hemos tenido figuras realmente carismáticas en el panorama femenino, mientras que en el masculino hemos asistido al imperio de Federer, Nadal o Djokovic, que lógicamente se han llevado los grandes contratos de los sponsors. Pero recuerdo que en los años 90 era mucho más atractivo -al menos para quien escribe- ver los partidos de Steffi Graf, Monica Seles, Martina Hingis o Gabriela Sabatini, además de Arantxa y Conchita -y la Navratilova, que aún andaba por ahí-, que los de los hombres que copaban el ranking por entonces. Y no sé exactamente si los sponsors de entonces pensarían lo mismo, pero yo, desde luego, hubiera pagado más por verlas a ellas. Y en otros deportes, según las épocas, también.
De lo que podemos estar seguro es de que todo avanzará y será más fácil para todos a medida que el fútbol femenino llegue a convertirse en un deporte de masas. ¿Cuándo lo conseguirá en España? Cuando gane. Porque así es este país. Aquí se hizo todo el mundo fan de la Fórmula 1 cuando llegó Fernando Alonso. Como del esquí, del golf, del propio tenis… cuando hemos tenido figuras patrias en primera línea. ¿De quién estamos ahora más pendientes cuando llegan los Juegos Olímpicos? De ellas, de Mireia, Carolina Marín o Lidia Valentín, que últimamente son las que nos están dando más medallas. A nuestras chicas del baloncesto, que el otro día le ganaban de 24 puntos a Rusia (¿se imaginan esto hace 20 años?) las seguimos con devoción cada año en el campeonato que jueguen, independientemente de que el basket nunca llegará a los niveles de repercusión social que alcanza el balompié. Pero como el de chicas también es fútbol y ya nadie duda que lo es, cuando un Barça, un Atleti y quién sabe si un Madrid luchen cada año por la Champions, cuando la selección aspire con fundamento a mundiales y eurocopas, aquí vibraremos todos con ellas. “Pero qué malas son”, seguirán diciendo los de siempre. Pero lo dirán con la boca cada vez más pequeña.
Y desde luego, no habrá sido fácil. Pero yo creo que esto ya nadie lo va a parar.
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