Año nuevo, mismo panorama en los medios de comunicación. Hace tiempo que el motor no anda, la suspensión falla y los neumáticos se eligen a cuál peor. Y entramos en boxes. Hemos inaugurado 2019 con la decisión de Mediaset de suprimir los telediarios de Cuatro, cuya velocidad, hay que decirlo, no se correspondía con la talla de sus pilotos, y si está claro que algo fallaba, no sería la precisión en las trazadas, esto es, la calidad informativa. Se anuncian curvas peligrosas para los trabajadores de La Voz de Galicia, El Economista y La Razón, y la tónica general sigue siendo la economía de mínimos. Se observa que 2017 y 2018 no han sido tan profusos en EREs como los inmediatamente anteriores, pero en realidad han vuelto a ser años de recortes salariales, bajas incentivadas y no sustituidas, todavía mayor precariedad y, consecuencia de todo ello, peor información. Ni un equipo de uno solitario puede hacerse las 24 horas de LeMans, ni con un monoplaza se puede llegar lejos en el Dakar.
Mientras tanto, los canales de desinformación no pinchan ni parecen dar signos de fallos en la dirección. Total, no necesitan mucho chasis para arrancar y dar vueltas. Y el combustible que precisan no les falta, porque existe el interés permanente en que sus emisiones contaminantes alcancen difusión. Siempre hay inversores para estas pseudo escuderías, porque el retorno que buscan para su inversión lo obtienen de la intoxicación. En cambio, los que invierten en medios entendidos como serios miran con lupa cada euro que depositan. Y al hacer cuentas, caen los patrones, los ingenieros y los patrocinadores de las grandes escuderías en una realidad que nos está matando: hoy por hoy, la información seria, rigurosa y bien tratada no se considera rentable.
Y los ferraris de la parrilla informativa dan en parecerse a utilitarios tuneados. En estructura y en estrategias de carrera. Ayer mismo tuve que renunciar a reportar una noticia interesante para un cliente, bien construida y rica en contenido, porque el titular que la encabezaba era técnicamente falso, no se correspondía con el cuerpo de la información. Y claro, confundía. De manera que hube de optar por un aséptico pero honesto despacho de agencia para dar testimonio del hecho informado. Ya se sabe, pero para quien no lo conozca, que el texto de una noticia o crónica es responsabilidad del redactor y del medio, pero el titular sólo lo es del medio. Esto significa que tú puedes escribir un artículo para un periódico y, sin cambiarte una línea, el director (o un redactor jefe en su nombre) puede colocarle un titular que no tenga nada que ver con lo que has escrito, incluso que dé a entender lo contrario. Total, es lo único que se va a leer la mayoría de la gente, piensan (y suelen acertar, desgraciadamente). Y ahí instalan el mensaje que al medio y a sus constructores les interesa difundir.
Hablamos, y las grandes marcas informativas se llenan la boca, de combatir los contenidos falsos y la desinformación. Y se postulan como el mejor antídoto. Sería cierto, pero el problema es que esas mismas marcas no dudan en saltarse las chicanes para adelantar puestos. Antes, un editor de un diario en papel no era exactamente consciente de qué noticias o qué reportajes y secciones se leían más cada día. Tenía las referencias generales de audiencia y de ingresos por publicidad, y a veces era consciente de la reacción que había suscitado un determinado artículo o reportaje, o del éxito o no de cierto cronista o columnista.
Pero ahora, en las ediciones digitales, está contabilizado al detalle cada clic, cada vez que alguien pincha en un titular. Y cuantos más clics, mejores argumentos para vender el producto. Por eso hay que acelerar en los titulares, aunque se pasen de frenada. Ya no se informa de una borrasca o que viene tiempo frío, para que “funcione” tiene que ser el mayor temporal del siglo; no es un partido importante o decisivo, sino la madre de todos los partidos. Pero la hipérbole es apenas un mal menor. Cuando más que vender, lo que prima es un interés político o económico que defender, se titula la noticia que se quiere dar, aunque a veces no se corresponda con la que de verdad es. Si en aquel tiempo fue “tú haz los dibujos, que yo pondré la guerra”, ahora es “haz la crónica, que yo pondré el titular”.
Se politiza el titular cuando no es posible politizar la información. Por otro lado, la polarización gana terreno en los países, en las sociedades, y también en las empresas informativas, que en algunos, demasiados casos ya, tratan de sacar partido de los charcos en la pista. Hoy, leer o escuchar varios diarios o emisoras diferentes puede confundir más que enriquecer, cuando lo normal debería ser lo contrario. Por ejemplo, si nos fijamos en la actualidad política andaluza que unos y otros nos han contado esta semana, no sabemos si uno se ha “envainado” sus propuestas o si el otro las ha “asumido” de buen grado; si uno se ha movido con “inteligencia” para ganarse apoyos sin ceder, o si ese mismo se ha “plegado” a descabelladas exigencias con tal de gobernar. Alguien con cierto sentido crítico y no llevado por incondicionalidades políticas, podría sacar una mediana conclusión. Pero no olvidemos que hay una importante base de la población que carece de ese sentido. O más bien, en estas sociedades polarizadas, se prescinde de él. Lo mismo si en vez de Andalucía hablamos de Cataluña, de los presupuestos, de las pensiones, en fin… Y aquí vivimos, cada uno con su verdad única e incontestable, que sus medios de cabecera no hacen más que refrendar y alimentar.
Que los políticos nos priven de ver la carrera y nos la cuenten como les interesa, ya estamos acostumbrados. Pero que la prensa haga lo mismo… Si seguimos así, y ya llevamos tiempo, corremos el peligro de que nuestros medios dejen de cumplir su función, no ya informativa sino además formativa, generadora de opinión libre, madura y sustentada en hechos verdaderos. Y el público preferirá visitar otros circuitos, probablemente peor pavimentados y minados de baches. De ello, claro, no tienen culpa los periodistas ni los bólidos que les hacen conducir. Pero la inanición financiera, la dependencia económica, hacen muy difícilmente viables los proyectos serios. Y cuantos menos seamos, más fáciles seremos de dividir. Que cierren cabeceras, que se supriman espacios informativos en televisión, que se anuncien despidos o que se recorten salarios y medios de trabajo, no es sólo una mala noticia para nuestro periodismo, como industria y como profesión. Es una garantía menos de información bien hecha y útil para la sociedad. Y una magnífica noticia para los que viven de adoctrinar y manipular a la población. Pero cuánta gente sigue sin darse cuenta de ello… Y en cambio, qué perfectamente lo saben algunos.
Sí, el motor no deja de echar humo y la información de calidad vuelve a entrar en boxes. Con “b” hemos dicho… ¿o se podría decir también…?