Hay sitios, lugares, ciudades… que son patrimonio de la Humanidad, Artístico, de la Biosfera… Y hay figuras que, sin que exista la denominación oficial, son Patrimonio del Periodismo. Aquella vieja acepción de “el medio es el mensaje”, hoy ya un tanto denostada o sustituida por otros conceptos, sigue teniendo su vigencia. Y se demuestra cuando reparamos en personajes públicos que son noticia por sí mismos. Que, aunque parezca que hayan pasado de moda o ya no están de actualidad, siempre están en disposición de salir a la palestra y copar un titular. O que, más allá de lo que hagan y lo que representen, son requeridos porque se sabe que dirán algo que dará que hablar. Darán titulares, y lo que es más importante hoy: clics.
Escuché una vez de aquel futbolista retirado que hablaba a menudo con un viejo amigo, periodista radiofónico, y un día le suplicó que le llamaran alguna vez para entrar en su programa. Ya no era noticia, y echaba irresistiblemente de menos los días en los que fue protagonista. Lo que pasa es que, seguramente, aquel jugador fue noticia por sus goles o sus paradas. No porque dejara declaraciones sonoras, agudas e incluso estridentes. En cambio, posiblemente, a algún compañero de sus jornadas de gloria, más mordaz o más dicharachero, le seguían llamando los medios cada dos por tres. Para que opinara sobre lo que fuera. Para que dejara su impronta y que subiera el pan.
Sucede con políticos, empresarios, jueces, directores de cine… ¿se acuerdan de aquel escritor gallego? Por supuesto, entrenadores de fútbol vascos, portugueses… Los hay que, mientras están en el ojo del huracán -esto es, desempeñando el cargo- no dejan indiferente nunca, y sus ruedas de prensa o sus apariciones en papeles o platós, son casi siempre foco tormentoso. No decepcionan. Sus intervenciones mediáticas generarán críticas feroces y vehementes adhesiones. La propia prensa, en muchos casos, reniega en público -en antena o en su columna- de las actitudes, declaraciones o desplantes del personaje. Pero en el fondo están deseando volver a tenerle delante. Cuando dejen el puesto, abandonen la primera línea y venga otro menos abrupto, más correcto o decididamente anodino, echarán de menos a su antecesor. No todo el mundo deja diamantes informativos con la misma facilidad.
Y en cuanto pueden, recurren a ellos. Muchas veces, la relación es simbiótica. El periodista echa de menos la sal y pimienta que le daba el personaje en cuestión, y éste añora que se hable de él, salir en la tinta y en las ondas. Esta mañana, sin ir más lejos, hemos sabido de una una ex relevante política española que, años después de su retirada, ha protagonizado un solemne pollo en un programa de televisión. Alegaba encerrona y se ha marchado con cajas destempladas. Pero ella decidió acudir a la llamada, sabía a lo que iba, por qué la llamaban y por qué le apetecía ir. No nos engañemos, la señora no se ha marchado ni triste ni dolida tras la trifulca en directo… todo lo contrario. Ha dejado sus perlas bien colocadas y se ha ido tan a gusto. La cadena, también feliz: se ha hablado del episodio en todos los sitios.
Y así lo vemos a menudo. Las redacciones llaman a menudo a estas celebridades que no siempre tendrán algo relevante que decir, pero siempre tendrán profuso ruido que hacer, y lo que digan “funcionará”. Y estos “ex” se ofrecen a los medios, más explícita o más sibilinamente, no ya porque tengan un mensaje que lanzar o que endosarle a alguien -que también a veces- sino, sobre todo, para demostrar y demostrarse a sí mismos que, con poder o sin poder, “siguen siendo el rey”.
El periodismo necesita impactos, y mucho más en un mercado tan ferozmente competitivo. Pero hoy no es tan fácil conseguir esa declaración rimbombante, ese gol por la escuadra. Los mensajes están habitualmente muy controlados, y lo normal es que los protagonistas acudan a su cita con la prensa con un guion bien aprendido del que no se salen por nada -algunos hasta quedan en evidencia e incluso ridículos por su falta de espontaneidad. Y eso es muy aburrido. Por ello, los medios necesitan recurrir de vez en cuando a esas estrellas que a buen seguro les van a proporcionar, a ellos y a su audiencia, un espectáculo que merezca la pena. Sí, son patrimonio del periodismo. Si algún día se instaura el título, empecemos a contar candidatos, que nos faltarán dedos…