¿Y si fuera Uruguay…? Decía Mario Benedetti que el fútbol “es quizás el único nivel de nuestra vida ciudadana en que el acaudalado vicepresidente de directorio no tiene a mal hermanarse en el alarido con el paria social”. Para Eduardo Galeano, “la única religión que no tiene ateos”. Sí, Uruguay es un país de fútbol y literatura. Con sus poco más de tres millones de habitantes, parece mentira la cantidad que ha dado de buenos futbolistas y, claro, de grandes escritores apasionados por el fútbol. Goles y libros en cantidades industriales.
El caso es que ya sabemos a estas alturas, obviedad en unos cuartos de final, qué 24 selecciones de las que fueron de la partida no van a ganar el Mundial de Rusia, y qué ocho lo pueden ganar. Y entre ellas está Uruguay. ¿Y si fuera…? Sobre el papel no es la gran favorita, pero hay quienes apelan a una especie de justicia poética, y nunca mejor dicho. Qué bonito, qué merecido sería ver a “la celeste” coronarse, la friolera de 68 años después de aquella última vez en Maracaná. Ese país donde “las maternidades hacen un ruido infernal porque todos los bebés se asoman al mundo entre las piernas de la madre gritando gol”, según Galeano.
Tan diminuta, encajada entre dos colosales naciones -futbolística y geográficamente hablando- como son Argentina y Brasil. Y la República Oriental del Uruguay fue la primera campeona del mundo de fútbol, y lo fue tres veces seguidas. Porque ganaron los JJOO de París en 1924 y de Amsterdam en 1928, que fueron organizados por la FIFA y considerados entonces campeonatos mundiales oficiales. En 1930, en Montevideo y frente a Argentina, ya conquistaron el primer Mundial celebrado como tal. Y tras dos citas en Europa a las que no asistieron, 20 años después y una guerra mundial por medio, volvieron y se la jugaron a Brasil en su propia casa, el histórico maracanazo. Toda esta gesta les confiere el derecho a llevar cuatro estrellas en la camiseta, las mismas que exhiben Italia y Alemania.
Lo decía Benedetti: «el fútbol hizo feliz a Uruguay, le dio importancia, personalidad. Que un país tan chico tuviera cuatro títulos mundiales era una cosa increíble. Y lo del Maracaná ya fue el colmo». Después han venido vacas algo más flacas -aunque no sea el mejor símil, porque allí las vacas son poderosas y suculentas. Tras defender dignamente su título en Suiza 1954, se sucedieron las citas que se han perdido, las que se les terminaron a las primeras de cambio y también dos meritorias semifinales, en México 1970 y en Sudáfrica 2010. Y aquí están otra vez. Cuidado, que en el continente nunca perdieron su status: Uruguay sigue siendo la que más Copas de América ha ganado. Es más: con 19 títulos internacionales oficiales, puede presumir de ser la selección más laureada del mundo.
Cierto que hablamos de literatura, de poesía… y el fútbol charrúa tiene muy poco de lirismo y floritura. Pierna dura, juego recio, y eso sí, toneladas de oficio sobre la cancha. Claro que también han dado sus orfebres de este juego. ¿Quién no recuerda a Enzo Francescoli? Un dechado de elegancia, inteligencia y trato a la pelota. En una final de la Copa de América frente a Chile, después de la tercera o cuarta patada que recibió, soltó el brazo de harto y el árbitro le mandó a la ducha antes de la media hora de partido. Al locutor de TVE, creo que se le escapó un taco -¿o no es verdad, José Ángel de la Casa? Legendarios son sus defensas por su eficacia y dureza, pero también han dado enormes delanteros, del mítico Ghiggia de Maracaná a Luis Suárez, pasando por Fernando Morena, Rubén Sosa, Diego Forlán… Y claro, Edinson Cabani, por el que todo ese país suspira hoy.
Pero la celeste ha sido y es, posiblemente, la selección sudamericana que ha demostrado más vocación de equipo a lo largo de los tiempos. Sí, incluso cuando las demás eran una reunión de individualidades. Esa es una de las claves de su largo historial de éxitos, unida a su tesón y tenacidad. En Rusia les dirige un seleccionador, el maestro Óscar Washington Tabárez, que lleva 12 años al frente y cuatro mundiales, contando que también les dirigió en Italia 1990. Y el plan lo tienen todos muy claro. Esto es, todo lo contrario que algunas selecciones que han competido en este Mundial. Del portero Muslera al Cebolla Rodríguez, todos saben de memoria a lo que juegan, cómo explotar sus fortalezas y cómo ocultar sus debilidades. Y esa camiseta significa mucho, la visten como su propia piel, debajo sólo el corazón. Saben ganar y saben sufrir. Uruguay es fútbol en estado puro.
Por todo esto, son muchos -y somos- los que nos ilusionamos con la posibilidad de que ese país vuelva a celebrar un Mundial. Eso sí, si sentimos como ellos, pase lo que pase, nos quedaremos “con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido” (Galeano). Puede que hoy a las seis de la tarde, hora española, todo se haya quedado en nada, en juegos florales, porque dicen que Francia es favorita. Pero todo lo que decimos aquí seguirá siendo real y justo. Y no subestimen nunca a Uruguay.
“Somos tristeza, por eso la alegría es una hazaña” (Benedetti)
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