No se debe confundir, aunque hay quien lo hace conscientemente y sin rubor, “operación propagandística” con estrategia de comunicación. Sin entrar en credos ni afectos políticos, es cierto que el anuncio de la composición del nuevo Gobierno ha generado ilusión en distintos sectores de la opinión pública. Pero, aparte de la calidad de sus figuras, que unos advertirán o no y por sus hechos se les valorará, posiblemente haya tenido bastante que ver la forma de anunciarlos. Diferente a como se había hecho hasta ahora.
En efecto, en los 40 años que llevamos de democracia, con siete presidentes y sus respectivos gobiernos, han podido variar los formatos a la hora de presentarlos, se ha podido hacer en comparecencia pública, mediante un comunicado, colgándolos en la web… o como el primero de Felipe González, por sorpresa, micrófono y lista en mano, en plena sesión de investidura. Pero siempre, que uno recuerde, se ha anunciado toda la ristra de ministros a la vez. Podía haberse filtrado alguno, o que estuviera cantado, pero en general, la lista entera ha salido de golpe. Ha sido la norma. Entonces, los titulares y la atención del público se fijaban en dos o tres, los más conocidos, los que ocuparían ministerios más relevantes… o los más polémicos o que concitaran más morbo. Y otros pasaban desapercibidos, algunos incluso transcurridos meses desde su nombramiento.
Esta vez, Pedro Sánchez, y entendemos que sus asesores, han procedido de manera distinta, sin duda innovadora. Y parece que han acertado. Han anunciado a las ministras y ministros por entregas. Desde el lunes hasta el miércoles por la tarde en que se hizo oficial el poster final, han ido lanzando un goteo. Primero la vicepresidenta, seguidamente Josep Borrell… y así iban saliendo los nominados, debidamente espaciados. Hasta la traca final, que resultaron ser la esperada Margarita Robles y el insospechado ministro de Cultura, que ya se presumía que iba a ser una sorpresa. Todo ello con impactos intermedios bien calculados.
Sí, porque la sucesión de ministros (perdón por emplear el género neutro en castellano) no ha sido en absoluto casual ni aleatoria. Sánchez y su equipo de comunicación han sabido manejar los tiempos y el impacto. Cuando lo que se anunciaba era el titular de un ministerio de los considerados angulares, cuando se presentaba a una figura ciertamente reconocida o mediática -que por cierto, llamarlos “celebrities” se antoja una despectiva frivolidad- o cuando se trataba de dejar un mensaje latente sobre las intenciones del nuevo ejecutivo -con una por encima de todas: mujeres al poder. Así consiguieron mantener la atención, hasta el punto de generar expectación. Y al mismo tiempo, ir dibujando la personalidad del que iba a ser el próximo Gobierno de España.
Pero la estrategia tenía otro fin, no menos importante que el tempo mediático. Precisamente, que se conociera a la nueva ministra o ministro. Si el “nominado” era un ilustre, poco más que decir que el cargo que iba a ocupar, y las reacciones que su nombramiento pudiera suscitar. Pero si se trataba por ejemplo de la nueva ministra de Economía, mayoritariamente desconocida hasta ese momento, los medios tenían tiempo de recabar información sobre Nadia Calviño, contar quién es, qué puesto ocupaba, qué trayectoria profesional ha desarrollado. Cuando ha tomado posesión y ha posado en la foto oficial, ya la conocíamos al menos suficientemente. En el caso de Pedro Duque, la noticia era doble: para el gran público, por su nombre; para los “entendidos”, por la creación -o recuperación- de un Ministerio de Ciencia e Innovación.
Seguramente, los que han dirigido la comunicación de este nuevo Gobierno no hubieran elegido esta táctica si no hubieran estado seguros de lo que anunciaban. De que, en general, los elegidos iban a gustar, y por una razón o por otra, iban a resultar bien aceptados. Y merecía la pena aprovechar ese activo. Comunicar bien significa, básicamente, tener buen contenido y saber contarlo. Y habrán pensado que anunciarlos todos al mismo tiempo hubiera supuesto malgastar gran parte del, según ellos, estupendo material de que disponían.
Pero de esto a una operación propagandística va un abismo. Y tildar de tal la estrategia seguida por Sánchez y los suyos se antoja mezquino, como por otro lado no podía ser de otra manera en esta determinada manera de hacer política -y cierto periodismo- a la que estamos acostumbrados. Propaganda, en su acepción peyorativa -que es la que más se usa hoy- es ofrecer información sesgada, contar medias verdades, manipular el contenido para presentarlo más bonito de lo que es. Y lo que aquí hemos visto es, simplemente, Comunicación. Podía haber salido bien o mal, y todo indica que la operación ha funcionado.
Bueno, por decir algo que les salió regular, la colocación para la foto de la familia en Zarzuela, con un presidente tan alto “eclipsando” a la pobre ministra de Industria (más alto es el Rey y no tapaba a nadie). Un detalle nimio, que no obstante hay que cuidar. Y por citar algo que salió inusitadamente bien: la primera rueda de prensa de la nueva portavoz, toda empaque y seguridad, cuando seguro que en su vida se habrá visto en una así (¿Cuántos periodistas cubrían las que daba como consejera del gobierno vasco?)
En fin, otra cuestión bien distinta será la valoración política que cada uno pueda hacer del nuevo Gobierno. Aquí solo estamos opinando que la comunicación, esta vez, ha estado bien hecha, y eso ya es noticia. La política, habrá que verlo…