No hay noticias permanentes, sino intereses permanentes. Sí, la mítica frase de Lord Palmerston que definió el pragmatismo inglés en su esplendor imperial, es perfectamente trasladable a los imperios de hoy. Que se valen de grandes medios de comunicación, como aquellos de los grandes navíos, para ejercer y ostentar su poder. No es necesario conquistar a base de cañonazos ni disuadir al enemigo con un imponente arsenal. Basta con favorecer determinados estados de opinión y mantener en todo lo alto los debates que convienen.
El lector común es ingenuo por defecto, y tiende a guiarse por las portadas para constatar lo que está de actualidad o rabiosamente de moda. Cuáles son los temas candentes sobre los que comentar o discutir en sus tertulias cotidianas, en casa, en la oficina o muy particularmente en el cuartel general, llámese el bar de al lado. Alguien que llegue hablando de otro tema será tachado de snob, de friqui o simplemente ni le harán caso. Algunos entienden, lamentablemente cada vez menos, lo que es información y lo que es opinión, y que hay que saber distinguir una de la otra. Pero la gran mayoría no saben, tampoco tendrían por qué saberlo, que la propia selección de la información es ya una forma de opinión.
Y los imperios saben determinar qué noticias y qué conversaciones deben estar en boca del pueblo. Ya no hace falta poner una guerra donde no la hay, como hiciera el magnate Hearst en Cuba. Los hechos ocurren, y simplemente se trata de determinar cuáles van a primera página y cuáles en un breve en la 37. Y, si cabe más efectivo todavía, cuáles siguen vivas a lo largo de los días y las semanas, y cuáles se diluyen en la marea de noticias que sobrevienen y pugnan por salir a la superficie. Por eso hay noticias permanentes y otras que son efímeras. Y no necesariamente porque unas sean más relevantes que otras. Más bien en absoluto. La caducidad de unas y otras está muy bien calculada, casi tanto como la obsolescencia programada.
Según varíen esos intereses o evolucionen las prioridades, cambiará la índole de esas noticias, como los amigos o enemigos del Imperio Británico. Si ahora interesa alimentar el debate sobre una ley que no tiene mayor incidencia en la vida de los ciudadanos, pero que viene bien para distraer de otros temas que sí les afectan y no van ni siquiera regular, se aprovecha un hecho especialmente sensible para tener en vilo a la gente. Los hechos son los que son, y muy dolorosos -claro, me refiero a lo del pobre Gabriel. Pero más allá del desenlace, en lugar de olvidar en lo posible y mirar hacia delante, se procura que la herida siga rezumando, se recrea la información en todos los ángulos y episodios colaterales. Ha tomado el relevo de otro conocido hecho terrible ocurrido hace tres meses, y se hará por prolongar el serial hasta la próxima tragedia que ocurra tres meses después.
Se trata, simplemente, de que perviva en el imaginario del pueblo, y ese opio morboso evite fijar la vista en otras cosas. Añadamos -daría para una reflexión aparte- que lo que llamamos Interés Humano es como la energía nuclear, un gran invento del periodismo pero que mal usado puede tener efectos devastadores en términos de manipulación. Y lo sabe bien quien lo tiene que saber. Así, la agenda política es más fácil de diseñar.
Lo mismo podría decirse de otros temas de actualidad que no se bajan de las portadas. Si pasan las semanas sin que se produzcan grandes novedades, ya se aportarán datos supuestamente nuevos, revelaciones que reexplican lo explicado, vueltas de tuerca a lo ya contado por activa y por pasiva… Son actualidades que no pueden dormirse porque podrían abrir paso a otras menos manejables. ¿No había hoy convocadas manifestaciones de pensionistas? Pues vean El Mundo, por ejemplo. O si, por ejemplo, la Comisión Europea emite un informe que nos saca los colores por nuestro fracaso como país innovador, destaca el nulo apoyo público y la inexistente iniciativa privada, apunta a nuestra pobre productividad en gran parte por nuestro deficiente sistema educativo, avisa de la precaria preparación de nuestros trabajadores o de la baja digitalización de nuestras empresas… sobre eso conviene pasar página rápidamente. Se informa vuelta y vuelta, y pase la siguiente. El que lo encuentre en Google ya se enterará.
En fin, yo también creí un día -pero hace ya mucho tiempo- que las noticias eran ni más ni menos el reflejo de lo que pasaba en el mundo, en mi país o en mi ciudad. Y que cuanto más trascendentales, más cobertura y seguimiento recibían. Incluso que el titular había sido elegido porque era el que mejor recogía lo esencial de la información, y no porque era el único posible que entraba a dos columnas. También fui ingenuo…