Mucha, tal vez la mayoría de nuestra clase política se parece al de la canción de Chenoa: “Cuando tú vas yo vengo de allí, cuando yo voy todavía estás aquí”. Van a destiempo, los acontecimientos de la vida real les pillan siempre con el pie cambiado. Cuando se convocó la huelga feminista del 8 de marzo, la primera reacción del Gobierno y de otros grandes partidos fue ningunearla. Al comprobar que no iba en broma, trataron de contrarrestarla, descalificarla y politizarla todo lo posible, a fin de convertirla en otro de esos asuntos que polarizan y dividen. Cuando ya vieron lo que se venía encima y que el ruido igualitario lo tenían hasta en sus casas, recularon, hicieron modular sus discursos y hasta alguno se puso el lacito violeta. Tras la marabunta del jueves, el clamor unísono, rotundo, y las históricas manifestaciones por toda España, pretenden reaccionar y hacer ver que toman el mando de la situación. Ya van para allá. Cuando ellas, y todos los que sentimos como ellas, venimos de allí.
Ahora, visto el éxito incontestable del 8-M, desde las antesalas del Poder se anuncian, y las portadas de los diarios corean, políticas de cambio, planes para la mujer, medidas de choque contra la desigualdad. ¿Qué ha cambiado? Dicen haber entendido el mensaje. Pero, poniéndonos todo lo escépticos que nos hacen ser, se han dado cuenta de que esos millones de mujeres que firmaron los manifiestos, que secundaron la huelga -las que pudieron- y que por la tarde coparon las calles y los telediarios, en realidad no son de izquierdas o de derechas, católicas, ateas, anticapitalistas… sino, al fin y al cabo, y para ellos, potenciales votantes. Como lo son los cientos de miles de pensionistas que se han hartado de que les tomen el pelo y han levantado la voz. Para los estrategas de la política son, ni más ni menos, clientes a ganar o fieles que corren el riesgo de perder.
Entiéndase que el político español, por definición y por deformación electoral -unos, evidentemente más deformados que otros- es de los que, si aciertas a entonarle una canción pegadiza, con una letra que suene bien y enganche a la gente, se la aprende al dedillo, y la repite sistemáticamente en la ducha, en los medios y en los mítines. Aunque no se la crea ni por asomo. Sí, como Frank Sinatra, que odiaba “My Way” porque se la habían impuesto, pero no se iba de un concierto sin cantarla. Porque le hizo millonario. Hablando en político, porque fue la que le dio más votos.
Ya en modo descaradamente electoral, de aquí a 2020, en los debates políticos vamos a oír hablar de igualdad, de pensiones, de clases medias… como nunca. Bien, a lo mejor no estaría mal si ese nuevo repertorio de canciones se tradujera, al fin, en medidas de equiparación salarial, en propiciar el acceso de las mujeres a los centros de decisión y dirección, en asegurar que la conciliación sea algo más que un bonito capítulo de las memorias de responsabilidad social de las empresas, en depurar el sexismo desde la más tierna educación, en fomentar las vocaciones técnicas desde la enseñanza primaria, muy especialmente entre las niñas… Por no recitar todo ese larguísimo etcétera que nos falta para ser un país adulto.
Lo que pasa es que, reincidiendo en nuestro endémico escepticismo, podemos temernos no lo peor, sino lo de siempre. Volviendo a nuestro concepto de político español, tanto gobernante como gobernable, siguen pensando que la retórica lo soluciona todo. Experiencias contrastadas tenemos de que, cuando dicen bien alto que van a hacer algo, una gran mayoría de la gente se cree y se convence de que ya lo han hecho. Y la vida sigue igual, o pasa felizmente si hay amor, elijan el cantante y la corbata. Para millones de personas, y no sólo mujeres, todo esto que se ha reclamado estos días, con firmeza y con suma corrección, supone una gran y fundada esperanza de cambio. Para muchos de nuestros políticos, un estribillo.
Por lo demás, y otra vez atendiendo a los antecedentes, ¿qué podemos esperar? ¿Qué imaginación, qué capacidad de maniobra, qué decima de lucidez le cabe a un partido gobernante como este cuando se trata de dar un verdadero giro político? Lo hemos visto cuando han tenido que cambiar un ministro, cuando se le han pedido políticas de regeneración y transparencia, cuando han tenido que abordar el cambio de modelo económico e industrial que necesita España, o mismamente hacer frente a un movimiento independentista que se sabe minoritario. Por lo general, y la sensación es extensible a otros partidos, carecen absolutamente de cintura y de brillantez para acometer cualquier acción que requiera una mínima audacia. Y cuando alguien se ha querido mover -si lo ha habido- no le han dejado. “No hija, no” le han avisado seriamente de arriba -vamos a llamarles los supertacañones conservadores- y le han hecho volver al redil. Anunciarán un gran “plan a favor de la mujer” (sic El Mundo hoy) y veremos en qué queda al final. No descartemos que en una sentida carta a todas y cada una de las féminas del censo. Ojalá me equivoque, pero…
Sí, el jueves fue un día histórico y feliz, y hoy seguimos de juerga, pero la resaca va a ser larga. Esperemos, al menos, que a más de uno el fin de semana le siente fatal. Cuando ellas van… estos ni se han movido de ahí.