A todos nos preocupa la desinformación, pero a veces, los mismos que la condenan son los que la practican. De 17 cabalgatas que se celebran hoy en Madrid y sus distritos, en la carroza de una de ellas se ha decidido que vaya una drag queen disfrazada de pantera rosa, en una decisión que, desde luego, podrá ser opinable, habrá a quien le guste y a quien no. Pero que no hubiera tenido mayor trascendencia si no fuera porque un diario nacional, a su debido tiempo, decidió dar la noticia en portada, desvirtuarla -se daba a entender que los Reyes Magos serían sustituidos por drag queens– y además dedicarle un editorial. Con ello han conseguido instaurar una vez más en Madrid, y por extensión en España, un desproporcionado debate en torno al sentido y razón de ser de las cabalgatas y, en general, de las fiestas navideñas. Todo ello, evidentemente, con una marcada intención política.
Durante esta primera semana del año, mientras hemos estado entretenidos hablando de “La Prohibida” y a propósito de la “desnaturalización” de la Navidad, se ha sabido, por ejemplo, que la inversión pública en España se redujo en 2017 a mínimos de hace 50 años. Que la cifra de muertos en nuestras carreteras vuelve a crecer mientras los controles de alcoholemia se han reducido un 21% en cuatro años por los recortes presupuestarios y, sin embargo, los ingresos de Dirección General de Tráfico en concepto de multas se mantienen intactos. Que durante el año la Seguridad Social ha ganado más de 600.000 afiliados, pero los salarios han crecido cuatro veces menos que en la Unión Europea. O que el número de efectivos de la Policía Nacional ha caído un 10% desde 2011. Estos, y otros hechos, se han sabido porque andan publicados por ahí. Pero casi nadie se ha enterado. Sí, la ocultación de la realidad mediante espesas cortinas de humo es una de las tácticas más efectivas para desinformar.
Hablamos de esta semana, pero podríamos referirnos a cualquiera. Las cosas pasan en el mundo y nosotros andamos enzarzados en batallas improductivas, pero no es por casualidad. La desinformación es un fenómeno de siempre y amplificado en nuestros días, pero evidentemente y, ante todo, es un arma. Hoy mismo, El País dedica un editorial al asunto, a propósito de las medidas que Emanuel Macron estudia promover en Francia para combatir la intoxicación informativa. Pero en realidad, no concreta más allá de que tenemos un problema y hay que verlo con cuidado. Sí apunta que estas estrategias de confusión no necesariamente tienen que venir de siniestros agentes externos, léase Rusia, China o la CIA -que también- sino que muy a menudo los tenemos en casa, y a la vista está.
Muchos argumentos, medidas y estrategias podrían adoptarse para luchar contra el arte de desinformar con mala fe, que eso y no otra cosa son las fake news o noticias falsas. Unas caerán en el vicio de cercenar la libertad de expresión y de información, otras no serán más que meras puertas al campo. Lo que nunca conseguiremos, porque no ha sucedido nunca en la historia, es que dejen de existir entes ávidamente interesados en manipular la información a fin de generar estados de opinión y comportamientos proclives a sus intereses -empresariales, electorales, ideológicos… El único antídoto que podría resultar efectivo para defenderse ante la contaminación interesada es, precisamente, uno de los que menos sale en la baraja: la educación.
Una audiencia culta y crítica, compuesta de lectores, televidentes, radioescuchas y tuiteros bien formados en la idiosincrasia y funcionamiento de los medios de comunicación, sería, sin duda, mucho más impermeable al engaño. Sabría discernir mejor entre información y pura opinión, distinguir un contenido supuestamente informativo que en realidad va patrocinado, extrañarse de encontrar una “noticia bomba” en una web y no verla en ningún otro sitio, demandar más contraste y documentación a informaciones que se dicen de primera mano, despreciar aquellos contenidos carentes de la mínima calidad y, por supuesto, detectar los tratamientos informativos sospechosos y, en general, el olor a basura en lo que fluye por las redes, las ondas y los papeles.
Esa educación debería empezar por la misma enseñanza primaria, y por lo tanto hablamos de resultados comprobables a largo plazo. Pero en el corto y medio, los propios medios y las empresas de comunicación, más que nadie, tendrían mucho que aportar. Si quisieran, si pudieran y si, además de condenar la desinformación, no se prestaran a ejercerla.