Inteligencia artificial vs artificio intelectual

Vivimos en los tiempos previos a la era de la inteligencia artificial, eso que muchos no saben muy bien lo que es, pero que se asegura que va a cambiar el mundo y nuestra forma de vivir. Hasta un ex presidente de este país dice que ahora se dedica a eso y, por supuesto, no le cabe la menor duda de que sabe muy bien lo que es. Dicen los sabelotodo contemporáneos que muy pronto las máquinas empezarán a hacer buena parte de nuestro trabajo, luego todo, después nos echarán de las empresas y, según Stephen Hawking, de este mundo.

La realidad es que por ahora, y por mucho que se augure y vaticine, la facultad de comprensión y aprendizaje de la más lista de las máquinas es inmensamente inferior a la de un niño de dos años. Claro, que la capacidad de superación de la tecnología es brutal y proverbial. También los primeros ordenadores tardaban horas en procesar operaciones básicas, y ocupaban el sitio de dos armarios. La ventaja que sí tienen los artilugios de hoy es la capacidad de acceso a ingentes cantidades de datos y de calcular a mucha más velocidad y con mayor precisión que el cerebro humano. Por lo tanto, a repetir millones de veces sin fallo lo que a nosotros nos cuesta horrores y sudores hacer una vez. Pero de idearlo o hacerlo la primera vez, de momento, nada.

Luego están los ingenieros de efectos especiales. Nos condicionan mucho el cine y la literatura de ciencia ficción, y rápidamente nos imaginamos que HAL se nos va a rebelar en nuestra propia casa. Pero todavía no ha dejado de ser su inofensivo primo IBM -o si se prefiere Lenovo, HP, Dell, Apple…. En realidad, los Asimov o Kubrick de estos días no son otros que Facebook, Google y compañía, que nos anuncian y nos llenan los oídos de ese futuro prometedor -enormemente peligroso, según otros-, aunque a lo mejor lo hagan más que nada para rentabilizar, en términos de imagen y cotización bursátil, las millonarias inversiones que vienen realizando.

No sabemos realmente, por mucho que nos esforcemos en levantar la vista y mirar más allá, si la inteligencia artificial nos solucionará la vida o nos la arruinará definitivamente. Pero, de momento, y ante la duda, no haríamos mal en cultivar o quizás intentar recuperar algo de la “inteligencia” a secas. Que parece que tendemos a dejarla un poco de lado. “Lo mismo que el hierro se oxida por falta de uso y el agua estacada se vuelve putrefacta, también la inactividad destruye el intelecto”, dijo Leonardo da Vinci. Pues viendo lo que vemos a diario, lo que nos cuenta la prensa, lo que vomitan las redes, da qué pensar si no tenemos las neuronas colectivas oxidadas, putrefactas y ciertamente destruidas.

Cabe pensar si, por artificial que sea, esa nueva inteligencia que la ciencia está creando no será la que, en realidad, venga a salvarnos de la mediocridad intelectual. O que se haga fuerte a partir de ella. Cuesta imaginar si resultará más penoso ser esclavo de un robot o subordinado de un inepto, sometido por un ejército de algoritmos o gobernado por una pandilla de indecentes, entregado a la maquinaria o abnegado ante la pura demagogia, vivir insoportablemente automatizado o sistemáticamente engañado. Que un tipo que ha sido denunciado cuatro veces por su mujer y detenido el domingo, pueda el miércoles ir libremente a “visitarla” a la puerta del colegio de su hijo, pistola en mano, ¿qué clase de inteligencia es? O que celebremos el aniversario de la caída del Muro de la Vergüenza, y no nos dé más vergüenza todavía que, desde entonces, se hayan levantado en el mundo 40.000 km de muros, vallas y alambradas… ¿Lo llamamos miseria artificial o descarnadamente real? Por citar sólo dos hechos que nos vienen a la cabeza hoy…

No podemos predecir el futuro, pero sí observar el presente. Y no hay que rasgar mucho para constatar que, más allá de que, como siempre a lo largo de todas las historias, convivan mentes inteligentes, perspicaces, pendencieras y atontadas, hoy la ignorancia se impone demasiadas veces a la sabiduría. Andan más camino las mentiras y las medias verdades que las verdades completas y rigurosas. Sí, vivimos en la era del artificio intelectual. Leo, de un estudio ya un poco antiguo, que “los robots tienen una gran capacidad lógica y de gestión del big data, pero la inspiración, la intuición y la creatividad quedan lejos de su alcance”. Ese sería nuestro gran valor diferencial. Pero como no espabilemos…

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