¿No es una pena?

Me hiciste llorar cuando me dijiste adiós. ¿No es una pena? Mis lágrimas empezaron a caer como lluvia. ¿No es una pena? Y tú eres la única a quien puedo echar la culpa. Esto no es más que la letra de la canción posiblemente más célebre de Fast Domino, leyenda de la música y uno de los precursores del rock and roll, que ha dejado este mundo hace tres días.

Pero claro, vale para estos momentos. ¿No es una pena? El 47% de los votos emitidos por los ciudadanos de Cataluña fue a parar a dos formaciones políticas, de ideologías diametralmente opuestas, que han aprovechado la exigua mayoría aritmética que esa minoría les otorgaba en el parlamento para decidir y dirigir el destino de todos sus conciudadanos. Un proceso independentista ilegítimo, sustentado en una premisa arbitraria, sin base ni masa crítica que lo justificara. Consentido en buena medida, hay que decirlo, por la pasividad de un Gobierno de la nación que durante mucho tiempo no se lo tomó en serio, y hasta vio el desafío más como una oportunidad que como una amenaza: a más tensión en Cataluña, mejores expectativas electorales en el resto de España.

¿No es una pena? El espectáculo de estos días, de todo este mes. Tras la opereta de la sesión en la que se aprobó la ley del referéndum, la chapuza de un sufragio falso, sin censo ni la menor garantía de credibilidad, que no se sostiene ni en la república más bananera, y que sin embargo se obstinan sus promotores en exhibir como el mandato del pueblo. Si al menos hubieran argumentado toda la gente salió a la calle ese día, hubieran por lo menos llamado la atención sobre que algo está pasando en Cataluña y hay que sentarse a hablar. Pero no, se empeñaron en hacer oficiales unos resultados que no son tales, y de esa burra no se han querido bajar. Luego, el sainete de la declaración en suspenso, los juegos semánticos, el tembleque del president, la patética veleta de ayer…

Todo culminado con el infame episodio presenciado hoy en el Parlament, retransmitido en directo para más crudeza. ¿No es una pena? Una afrenta a la democracia sí, pero también a la propia inteligencia. Que no sólo indigna, apena y frustra a todos los que no están de acuerdo con esta deriva, en Cataluña y fuera de ella. Es que debería sonrojar a los propios partidarios del proceso y de la independencia. Con la mitad del hemiciclo vacío, variando las reglas según lo que se fuera a votar, camuflado lo que realmente se votaba en una especie de letra pequeña, y votándolo finalmente en secreto para que no se les viera la cara… ¿Era ese el acto heroico y épico que esperaban para un momento se supone tan histórico y largamente anhelado por esa gente? En el caso imposible de que esto llegue a servir para instaurar una Cataluña independiente, ¿sería ese el episodio que les gustaría evocar y rememorar por las décadas y los siglos? Más allá, ¿son líderes de esa catadura profesional y moral los que podrían llegar a ser inmortalizados como los egregios padres de la república catalana?

Pero estamos aquí, ahora sí que no hay más vuelta de hoja. La independencia, aunque falsa, está declarada, y el Estado listo para actuar. Es decir, los trenes están montados, preparados y puestos en marcha para chocar a toda velocidad. Nadie ha querido o ha sabido pararlos. En medio, lo que queda, lo que tenemos en Cataluña y en España, es una gran parte de población deprimida y ofendida, y otra gran parte, no hay que olvidarla, eufórica pero engañada. De lo que venga de ahora en adelante no sabemos, pero cabe temer, sí, que lágrimas pueden caer como lluvia. ¿No es una pena…?

Prefiero, por un rato aunque sea, quedarme con el recuerdo de Fast Domino.

Fast Domino, Ain`t that a Shame, YouTube

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