Cuento de octubre

Este cuento de octubre va a ser más difícil de contar que otros años. Entre las entrañas que arden por una costa y los puentes que se hielan sin remedio por la otra, queda poco margen para ciertas creatividades. De un tiempo a esta parte, las historias se escriben más deprisa de lo que una mente agarrotada es capaz de recrear, las realidades desbordan toda posibilidad de anticiparse a ellas o inventarlas. Llevo días pensando qué voy a contar hoy. Y tengo la sensación de que todo ha sucedido ya.

Un cuento de octubre podría tener paisajes normales de la época, colores, aromas propios, vientos húmedos que usaron venir por aquí. Calles estrechas y vacías por las que impone cierto respeto adentrarse, paseos íntimos por silencios expresamente buscados, pisadas dudosas sobre alfombras crujientes. Podría hablar de cielos azul oscuro, luces tenues que irradian los objetos, palabras muy cuidadas para no hacer ruido ni daño. Pero hoy no encuentro ni los colores ni los vientos ni los cielos.

Se quedan los corazones pero ya no se detiene el tiempo. En octubre los cuentos hablaban de almas solitarias que buscaban caminos por los que salir de la suya propia. Huidas furtivas en busca de un refugio acogedor que aliviara la noche, de un brebaje reparador que ventilara los recuerdos, de una caricia prestada que apaciguara los temblores. Secretos, pendencias y boleros, vidas ocultas que parecían así más vividas, susurros caseros que quedaban grabados a fuego debajo de las mesas. Pero hoy no tengo ni alma ni brebajes ni susurros.

Podríamos escribir una canción en prosa. Líneas graves sobre lluvias mansas y bien fundamentadas, sonidos concretos y constantes, como un fondo permanente, insobornable, que caracterizase la escena y le diera empaque. Un hombre que busca su sombra, la nube negra a su espalda y el temporal en su memoria. Figurantes que bailan a su alrededor y se hacen los encontradizos, amores resbaladizos, promesas en hojas arrancadas que caen y se depositan delicadamente sobre el suelo mojado, allí se borrarán para siempre. Pero para este cuento de octubre no se me ocurren lluvias ni hombres ni promesas.

Un cuento de octubre podría ser gris, verde o marrón, empezar cantarín y terminar sombrío, o viceversa. Podría tener 50 páginas ilegibles y después empezar a tomar forma, culminar en un libro glorioso. Empezar por el final, o mejor, contar sólo el desenlace, que el lector fuera capaz de imaginar, idear, elucubrar por qué el personaje llegó hasta donde llegó. Dejar dudas, descartar las certezas, difuminar las figuras y los paisajes. Sembrar los renglones de trampas para que resulte imposible avanzar en el bosque. Pero no me quedan páginas ni personajes ni bosque.

Se anuncia la estación, pero los trenes no paran ya. En octubre los cuentos sobrevenían en tardes pesadas y lluviosas, se pergeñaban en hojas robadas al negocio, salía el guion como si siempre hubiera estado ahí y sólo hiciera falta quitarle la piel. Y sí, olía el papel a castaña asada, la tinta a hogares hace tantos años visitados. Al releerlo en voz baja sobrecogía, tan confortable la estancia y tan indómita la historia. A veces, en cambio, daba vértigo sentirse de vuelta a lugares donde era ya imposible regresar ni revivir. Esos que el autor creía revisitar cuando miraba por la ventana desde el último vagón, y sólo estaba soñando. Hoy no tengo hojas ni tinta ni sueños.

Podríamos escribir leyendas de héroes irreductibles que salían de noche, no se sabe de qué antros, a contar sus batallas al adoquinado, y volvían a casa muy empapados y muy solos. O que salieron muy temprano a trabajar, sobre la mesilla quedó una cajetilla a medias, una mujer preguntó y no le quisieron responder. Pudiera ser un libro de poemas siquiera esbozado, a la espera de un buen motivo para terminarlo y buscarse un editor. Y en fin, horas plomizas y minutos crueles, amor recorrido a conciencia y sin dejar un mínimo pliegue sin apurar. Esto son los cuentos de octubre, los más bonitos y codiciados, aunque no queden antros ni libros ni conciencia.

No iba a ser fácil, pero hasta aquí he llegado. Escrito está de un tirón, sin apenas mirar ni repasar, y algo habrá salido. Porque el cuento de octubre siempre eres tú.

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