Vivimos días muy tristes, nos acostamos y nos levantamos compungidos y emponzoñados. No sé si es tanto por lo que está pasando, por lo que puede suceder o, simplemente, por la sensación que nos queda. Viene entonces la radio y suena:
España camisa blanca de mi esperanza
reseca historia que nos abraza
con acercarse solo a mirarla
Me deprimo aún más. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué hemos hecho tan mal? Era aquella ilusión, más si cabe que esperanza, de la escribió Víctor Manuel y cantaba Ana Belén en los 80. Ahora parece que hayamos vuelto a la “negra pena” que “nos atenaza”. Hay algo de historia desandada, de un pernicioso camino de vuelta que no sé ni qué día, ni dónde ni cómo empezamos a tomar. Tampoco adónde nos va a llevar, ni siquiera si a este paso, un día no muy lejano, volveremos unos a otros a helarnos el corazón. O si ya, de hecho, lo estamos haciendo… a la manera viral y digitalmente masiva de hoy
Paloma buscando cielos más estrellados
donde entendernos sin destrozarnos
donde sentarnos y conversar
No nos engañemos, no es sólo lo de Cataluña. El conflicto largo y ya muy serio que vivimos a propósito del proceso soberanista no ha hecho más que poner de relieve los mismos signos de degeneración de nuestra convivencia que venimos manifestando en los últimos tiempos. En España, sí, y en todo lo que viene siendo España en estos siglos, me digan lo que me digan, porque está sucediendo igual en Cataluña, en Madrid, en Galicia o en Andalucía. Y duele lo mismo. Alguien ha puesto “el desasosiego en nuestras entrañas”. No somos lo que fuimos, o lo que parecía que por fin íbamos a ser.
Podríamos argumentar que nos viene todo provocado por el nivel de nuestra clase política actual, que ha ido degradándose de partido en partido, de líder en líder. Pero ¿quizás son estos políticos, al fin y al cabo, el reflejo de la calidad de sociedad que tenemos hoy? ¿Hay un profundo problema de Educación, que subyacía desde hace lustros o décadas, pero que se está evidenciando ahora? Lo estudiarán los sociólogos o lo analizarán, quizás algún día, los que puedan aplicar una perspectiva de la que hoy carecemos. Ahora no podemos más que constatar lo que vemos. Y no sólo en los papeles, en las pantallas y en los altos foros. También en nuestra vida diaria, en el taxi, en el bar…
En este país, en todo el país, de fuera o dentro, llevamos ya demasiado tiempo entregados a los mismos vicios, cayendo en las mismas trampas. Una deriva que se manifiesta en signos constantes y repetitivos. Previsibles, pero lamentablemente inevitables, o que nadie hace por evitar, sino más bien por reproducir y amplificar. ¿Cuáles son esos signos? A ver, según mi punto de vista, y con perdón:
Hemos dado en la politización de absolutamente todo lo que sucede a nuestro alrededor, en cualquier ámbito y orden; se aborda cualquier cuestión o debate desde la intransigencia, sin ceder un ápice en las posturas, despreciando cada línea que se salga de los guiones establecidos; se prefiere el simplismo, huyendo de explicaciones complejas y razonadas, y en cambio se compran historias redondas, fáciles de contar y que alimenten la emoción; predomina el gregarismo, la militancia y entrega sumisa a una causa, idea o figura, sin dudar ni cuestionarse nada; aplicamos la inquina para fustigar sin piedad a todo el que no milite, disienta de las posturas asumidas o simplemente pretenda aportar alguna dosis de sentido común; se premia sistemáticamente la confrontación y se castiga la voluntad de buscar acuerdos o puntos de encuentro; y se ejerce la soberbia, el gran pecado tradicional de los españoles, para no reconocer nada, no rectificar, no dar un paso atrás incluso ante la mayor evidencia de estar equivocados.
Repetimos: politización, intransigencia, simplismo, gregarismo, inquina, confrontación y soberbia. Vaya cuadro. Miren alrededor y cuéntenme. O si estoy equivocado, díganmelo también. Serían como los siete nuevos pecados capitales de nuestra vida democrática. Cuidado, seguramente no exclusivos de España y su circunstancia. En el mundo en que vivimos, tal como está, se darán también muchos de estos, y otros distintos que aquí desconocemos o padecemos en menor medida. Pero a ver, nosotros podríamos tal vez parar a mirárnoslo… y mirarnos.
España camisa blanca de mi esperanza
aquí me tienes, nadie me manda
quererte tanto me cuesta nada
nos haces siempre a tu imagen y semejanza
lo bueno y malo que hay en tu estampa
de peregrina a ningún lugar.
Ahora, vamos a escucharla entera. Y lloren conmigo otra vez…