«Lo mío, primero» y Barcelona después

Una cosa son los hechos y otra la interpretación. Es muy distinto contar lo que ha pasado que explicarlo. Las noticias no tienen vuelta de hoja, por lo general dejan poco margen a la especulación. Pero cuando se trata analizar los aspectos que las rodean, las causas y las posibles consecuencias, ya entran en juego puntos de vista, ángulos y valoraciones. Esto no es nuevo en Periodismo, es práctica habitual y necesaria del oficio. Pero luego vienen las particularidades… y las perversiones.

Cuando se trata de un acontecimiento de impacto como los atentados de la semana pasada en Barcelona y Cambrils, ocurre en la España de hoy y además en un enclave, Cataluña, objeto de un caldeado y calenturiento enfrentamiento político, la secuencia es, lamentablemente, muy previsible. A la conmoción inicial, a la que todos asistimos juntos y de la mano, sigue el frío cálculo de intereses. Apenas ha pasado un día, no nos hemos recuperado del mal cuerpo, y ya se están desperezando las voces destempladas. La interpretación, sí, pero no basada en el análisis y en el ánimo de descubrir y saber más, sino en la agenda de lo que conviene decir, de lo que a cada cual le interesa que se sepa, se crea o se perciba.

El político de esta zona del planeta -meridional, mediterránea, como la queramos llamar- se caracteriza por anteponer su lista de intereses al interés general. “Lo mío, primero”. Y lo primero es fidelizar a su masa electoral. A su servicio, y es lo que tenemos en este país, cuenta con un engranaje bien organizado -empresas periodísticas, líderes de opinión, asesores en contacto directo con éstos…- atentos a desplegar el mensaje. El presidente del Gobierno español y el del Govern catalán pueden comparecer juntos, solemnes y con gesto grave, en los actos inmediatamente posteriores a los hechos que a todos nos han impactado, dando a entender que a ellos también. Pero sus respectivas baterías propagandísticas ya están trabajando. Desde el minuto uno, y sus cañonazos ya suenan desde el minuto dos.

Casi una semana después, tenemos el campo de batalla política organizado… desde hace una semana. Primero fue si los discursos habían de ser en catalán o en español, luego que por qué no había bolardos en Las Ramblas y de quién era culpa. Después, si los Mossos d’Esquadra habían estado brillantes en la desarticulación de la célula o si, por el contrario, habían incurrido en serias lagunas en la prevención, con la figura del mayor Trapero en primer plano, para unos ejemplar, para otros nefasto. Entonces vienen las quejas de los cuerpos de seguridad estatales, acusando a la policía autonómica de capitalizar las operaciones al servicio de un hipotético estado catalán, y al hilo vuelan las críticas a una posible descoordinación que ha agravado los hechos. Y entran en escena los inevitables palmeros de cada causa, desde el curita reaccionario que culpabiliza al comunismo, a los que reclaman vetar a la máxima representación del Estado en los actos de homenaje a las víctimas, o el ex político desfasado al que un medio nacional online decide que hay que dar cancha justo en un momento como este. Y bueno, como cada uno va a lo suyo, los medios de Cuenca se han hecho eco de que una mosso herida tiene orígenes de allí. Lo mío, primero.

Esto es sólo el primer fuego cruzado, al que seguirán llamaradas más gruesas a medida que transcurran las semanas y prosiga el interminable “proceso” en Cataluña -porque los políticos de un lado y de otro son los que no quieren que se termine. Pero la peor conclusión es que da igual lo que suceda en este país, por enorme y grave que sea. Cada uno saldrá a defender su rancho, les secundarán sus legiones de fieles, y, al final, hablaremos de sus temas. Lo de menos serán las víctimas, los familiares, los heridos, el dolor. Dijo alguien -yo creía que era Ortega- que quien no se preocupa por la política es un insensato, pero el que todo lo convierte en política es un imbécil. Yo prefiero quedarme con los insensatos, y como tal, sólo me interesa toda esa gente. Es lo único verdaderamente importante, trágico, humano, que ha sucedido el 17 de agosto.

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