Ser generoso y valiente tiene sus riesgos. Usain Bolt podía haber optado por retirarse después de Río’16; o tomarse un año sabático y luego ya vería; limitar su última aparición a los 200 metros, donde su reinado se antojaba si cabe más inexpugnable; viendo los poco convincentes resultados de su temporada, haber renunciado a los Mundiales de Londres y dejar su despedida para otra ocasión. Pero decidió exponerlo todo, ofrecer el último doble o nada a sus rivales. Y el que más cuentas pendientes tenía, Justin Gatlin, esperaba agazapado en la calle 7 para soltarle el zarpazo al menor renuncio. Eso pasó el sábado 4 de agosto. Bolt perdió su última carrera de 100 metros y entregó su reino. Y ya no tenía vuelta de hoja. Lo de ayer en los relevos, incluso de alguna forma le redimió. Aquello no había sido un fallo. Es que este año no estaba. Y, si nada cambia, no va a estar más.
¿Triste y dramática despedida? Para el gran público y para la prensa que busca grandilocuentes titulares, seguramente sí. Pero esta decepción, fruto de su generosidad o de su autoconfianza, no puede ahora menoscabar toda su leyenda. Nadie en la velocidad ha reinado tanto tiempo, con tanta autoridad, ni ha dejado tanto asombro a su paso. Sus récords se batirán algún día, lejano lo fiamos, pero tres oros olímpicos en la prueba más emblemática del atletismo -sin contar los demás conseguidos en Juegos y mundiales- no los volverá a ganar nadie. La impronta que ha dejado es inmensa, incomparable.
Y única. Ese es precisamente el problema del atletismo, que sí tiene motivos para sentirse triste y además preocupado. Después de Bolt, ¿quién? De Pekín a Londres pasando por Berlín, Moscú, Río de Janeiro… el foco siempre ha sido él. Sus casi 10 años iluminando las pistas y poniendo en pie al público han permitido a este deporte disimular una carencia que se venía acrecentando, y que ahora se hará del todo evidente. Falta carisma. Hay nivel, buenos atletas, se siguen viendo excelentes marcas en muchas pruebas -en otras, en cambio, aquellos récords son golondrinas que no volverán. Hay competencia, salen nuevos talentos. Pero se echan en falta verdaderas estrellas, gente que llene los estadios y las pantallas de televisión.
Véase la nómina de campeones de estos mundiales de Londres’ 2017, de los de Pekín’2015 o de los pasados JJOO. Todos extraordinarios atletas, sin duda, si no, no estarían ahí. Pero salvo excepciones contadas, no son nombres que se queden, que la gente se aprenda de memoria, más allá de los ambientes muy especializados. ¿Dónde están Edwin Moses, Sebastian Coe, Marita Koch, Daley Thompson, Javier Sotomayor, Yelena Isinbayeva, Haile Gebrselassie? Quizás los puede haber en potencia, pero no terminan de cuajar ni de quedarse en la retina del espectador.
Una de las razones puede ser la tremenda rotación. Si volvemos a repasar las citadas listas, veremos que, en muchas pruebas, los nombres no se repiten de cita en cita. La causa es que hay una buena competencia, pero la consecuencia es que cuesta mucho familiarizarse con los campeones. Antes, más allá de los campeonatos que se celebran cada año, las reuniones atléticas concitaban un enorme interés y, por ejemplo, en España, se retransmitían casi todas. Eso permitía conocer mejor a los atletas. Hoy la Diamond League no consigue, ni mucho menos, aquellas cuotas de audiencia. Pero seguramente es por el menor tirón de las figuras actuales, luego tenemos entonces la pescadilla que se muerde la cola.
No es que no haya excepcionales atletas sobre el tartán. Van Niekerk pasa por ser la nueva sensación, un cuatrocentista portentoso y está por ver si algo más, pero no se le puede pedir que herede todo el carisma de Usain. El keniano David Rudisha, que no ha estado en Londres, ha hecho cosas prodigiosas en los 800, pero si no progresa al 1.500, posiblemente se quede en un campeón de nicho. Mo Farah ha hecho un tremendo acopio de oros en el fondo durante estos años, pero nunca ha pasado de ser un “killer” de los últimos 200 metros. Asbel Kiprop es de largo el mejor mediofondista de los últimos tiempos, pero no enamora precisamente por su estilo, y además tiende a correr muy mal en las finales tácticas. Por muchos títulos y récords que ostenten, en términos de grandeza, ninguno de ellos soporta la comparación, en sus respectivas disciplinas, con un Michael Johnson, los citados Coe y Gebre, o un Hicham El Guerrouj.
La IAFF sabe que tiene un problema. Necesita actores para su escenario. Campeones que perduren, se hagan reconocibles y se aguarde su presencia, duelos que conciten expectación y levanten pasiones. El atletismo de hoy está muy especializado. Cada vez es más complicado doblar pruebas y ganarlas. Y siempre ha sido muy especial. Es muy difícil es estar finísimo un año para los mundiales, volver a estarlo al siguiente para los Juegos, y por tercero consecutivo para otros mundiales. ¿Y si se plantearan, por ejemplo, volver a celebrarlos cada cuatro años, como era antes? Descartado, eso supondría perder negocio. Qué cosas tenemos…
Usain Bolt ya es leyenda, a esperar otro Mesías.