La reflexión suele hablar con más aplomo y perspectiva que el dolor. La repentina e inesperada desaparición de Carme Chacón ha impactado a todos, pero además ha frustrado, quién sabe, un magnífico plan. ¿Podría haber llegado a ser la primera presidenta del Gobierno de este país? No parece descabellado pensar que sí. Por trayectoria, por empaque personal e intelectual, por madera de liderazgo sereno y creíble. Baste ver la repercusión instantánea de la cruel noticia, el reconocimiento, respeto y hasta simpatía -también hay que decirlo- que su figura irradiaba en tan amplias y variadas esferas de nuestra vida pública y social. Y creo que no se ha tratado sólo de la tradicional veneración al difunto. Si comparamos la reacción con otras en situaciones dramáticamente similares, esta ha ido mucho más allá. De verdad era una figura apreciada, y no solo en su entorno político e ideológico. Truncado ya, lo que da qué pensar es si en realidad este proyecto ya estaba condenado a fracasar.
No sabemos, o yo no lo sé, si Carme esperaba una ocasión más propicia para volver a saltar a la primera línea, o si su toma de distancia en la carrera política era definitiva. Razones tenía para sentirse decepcionada, para no tener ganas. En su momento se perfiló para liderar el PSOE y convertirse en candidata, pero no gozó de los suficientes apoyos. Otros -y fundamentalmente, en este caso, Rubalcaba– controlaban el aparato del partido mejor que ella. Y esta es la reflexión. Se elijan a dedo o mediante procesos electorales internos, los líderes de los actuales partidos políticos necesitan contar con el beneplácito de los arbotantes superiores, o léase de las familias influyentes en los resortes clave de la organización. En el PSOE, en el PP, y da la sensación de que también en Podemos, en Ciudadanos y en cualquier formación. ¿Y no sucede muchas, demasiadas veces, que lo que deciden, prefieren y determinan esas cabezas pensantes no tiene nada que ver con lo que preferiría el grueso de la ciudadanía, que es la que finalmente acude a las urnas a votar? Dicho de otra manera, y refiriéndonos ahora exclusivamente al PSOE, ¿Cuántas veces han tenido la habilidad de designar al peor candidato posible o han despreciado a otro claramente mejor?
Lo lógico sería que, aparte de edificar un proyecto político sólido y reconocible -que esa es otra-, una formación política, la que sea, designe al candidato que mejor represente ese proyecto, y con el que más posibilidades piense que tiene de ganar unas elecciones. Pero no siempre sucede así, y últimamente casi nunca. A la hora de elegirlo, entran en juego otras estrategias y otros intereses. Hay grupos de poder dentro de los mismos partidos, hay recelos personales, hay necesidades imperiosas de contentar a unos o de quitarles el trozo de queso a otros. Y al final, da la sensación de que se opta no por el idóneo, sino por el que menos incomode. Esto es así no sólo en política, podríamos extenderlo a otros ámbitos, qué decir del empresarial. El caso es que el PSOE se ha especializado en los últimos tiempos en presentar -a Gobierno, autonomías, alcaldías…- candidatos anodinos, desconocidos o mediocres. Pero que contentaban más al aparato o disgustaban lo justo. Y que indefectiblemente han perdido.
Otra cuestión es si a menudo -por no decir generalmente-, los partidos políticos tienden a mirarse mucho por dentro, y a no tener ni idea de lo que ocurre fuera. A veces pasa que los que no son ni simpatizan con un determinado partido, tienen más claro quién sería su mejor líder -o el más peligroso, el contrincante más difícil de vencer. Pero dentro de la propia organización no lo ven ni sienten igual, o no hacen más que ponerle zancadillas. A lo mejor, porque ellos tienen el mismo miedo que de que gane. ¿Cuántas veces el primer enemigo a eliminar es el que vive en la propia casa de uno? El resultado es que vemos tantas veces cómo los más brillantes, los más respetados y los más apreciados -y ahora vuelvo a hablar de todos los partidos- terminan aburriéndose y dedicándose a otras cosas. No me pregunten nombres, cualquiera puede tener en la cabeza los suyos.
Lo que sí opino es que, tal como se desarrollaron las elecciones generales de diciembre de 2015, y luego las repetidas en junio de 2016, con Carme Chacón de cabeza de lista, posiblemente el PSOE habría ganado, y sin necesidad de repeticiones. Pero ellos no lo vieron. Y ya nunca lo sabremos.