Ave Beckenbauer, el Kaiser campaba por sus dominios, que eran cualquier pradera verde de Europa, aunque en tal caso se llamara estadio Santiago Bernabéu. El Torpedo Müller, hoy con Alzheimer, se encargaría de ejecutar la sentencia con proverbial y sistemática eficacia. Se desmelenaban Santillana y un flaco Del Bosque, todo pasión y sudor contra la fortaleza bávara, pero Roberto Martínez se deshizo la cara contra la estructura de Maier. La sangre que embadurnaba la camiseta blanca no era un antecedente, sino una profecía. El primer Real Madrid vs Bayern de Múnich en Copa de Europa data de 1976.
41 años y diez batallas a doble vuelta les contemplan, y hoy se citan otra vez. Nunca fueron batallas de llegar, ver y vencer. En 1987, bajo su portería, el belga Jean Marie Pfaff asestó tres cortes de manga al fondo Sur y acalló todo viso de rebelión, que por aquí llamábamos remontada. Juanito se había dejado su carrera en la ida, llevado por esos cinco segundos de ira que le traicionaron por última vez. Los dos primeros choques contra el gigante muniqués le dejaron al Madrid serias heridas, sendas suspensiones del campo y dos “sietes” finiquitados (el otro, en la primera, fue Amancio). Matthaus y Augenthaler miraban soberbios y caminaban hacia una nueva final, el Bayern se erigía por entonces en la bestia negra. Un año después, Butragueño y Hugo Sánchez evitarían in extremis una nueva hecatombe en aquellas infaustas tierras, y ya en casa, Míchel les pondría el lazo por primera vez. A partir de entonces, ya solo serían la bestia parda.
Cinco eliminatorias victoriosas se reparten uno y otro, pero siempre se han retado y temido las cuadrigas blancas y las cuadrigas rojas, han saltado chipas y han quedado girones de tela -de paño barato o de Adidas– sobre la hierba. Además, la historia de los Madrid-Bayern se entiende también con sus amistosos: de la primera cita dolorosa en un Villa de Bilbao al humillante 9-1 de un 5 de agosto, pasando por los encarnizados duelos en el Trofeo Bernabéu. Allí acudían los madrileños con su moreno recién traído de Benidorm, a negarle todo el respeto que pudieran al imperial Rummenigge, al que no se fichó por 70 millones de pesetas; al transformado Breitner, que aquí ejerciera como un honrado trabajador y allí, de vuelta a su camiseta y estado original, parecía el ogro de las montañas, Stevenson lo hubiera contado como nadie. Sólo un tal Pes Pérez fue capaz de echarles una tarde infame en la que sentí sincera vergüenza.
Los rancios libros y la castigada memoria hablan de afrentas de Anelka o de Élder, remates traidores como puñales de Bruto, que dejaron furiosos estadios en silencio. En 2004 el Madrid sacó su primer empate en Múnich, pero jugadores y algún directivo ex jugador se marcharon tristes. Sabían que ya nunca ganarían en el Olímpico. A la vuelta, el 10-M de ese año, se echaron sapos negros y se repartieron pendencias Zidane, Raúl, Figo, Lizarazu, Ballack, Salihamidzic… A la mañana siguiente, llegadas las primeras noticias, se perdonaron todo y se prometieron amistad para siempre, no se sabe si lo cumplieron. Hablando del viejo olympiastadion, tres años después pasaría por allí un ciudadano normal de visita, y recibió un ataque de pánico por su voladizo. Que andaba jubilado, pero no muerto, y no perdonaba.
Pero la historia seguía, el Allianz Arena no dio por ser más simpático, y el Bernabéu siguió rugiendo en esas noches que recibía la especial visita. Van Bommel agradeció el timorato perdón de Capello con otra butifarra, aunque en holandés no tiene el mismo significado, y otro dutch, MaKaay, la enchufó a los 10 segundos de partido, así recibía al Real Madrid el nuevo y flamante estadio. Cinco años de frustraciones después, los madridistas asistirían con impotencia a un aspirante a finalista condenado a defender 180 de 210 minutos, frente a un equipo que sólo sabía atacar. Visto lo que luego pasó, dijo el caudillo Mourinho que él no tiraba los penaltis. Ni Casillas ni el bueno de Heynckes tampoco. En 2014 llegaría la redención, y quien más y quien menos en el viejo Madrid se frotaba los ojos cuando vio colarse el segundo testarazo de Sergio Ramos en las entrañas de Neuer, y así hasta cuatro soles en el corazón de Múnich, la primera noche blanca allí (sin contar, claro, la de Miguel Bosé). No la olvidaremos, pero es de temer que ellos tampoco la olvidan.
Antes por Semana Santa daban una de romanos. Esta noche dan un Bayern-Madrid. Toda esta historia queda ahí, escrita o memorizada, en imágenes borrosas y en crónicas amarillentas. Pero está todo muy vivo. Este nuevo capítulo tendrá otros nombres –Cristiano, Robben, Modric, Lewandowski…-, curiosos reencuentros –Kross, Alonso, Ancelotti…-, pero el fragor será el de siempre. Tanto allí como aquí, en Cibeles o en la Marienplatz, todos sentimos hoy esa “presencia especial”. No todas las temporadas nos depara este clásico, de hecho “sólo” han sido diez enfrentamientos en cuatro décadas, 22 partidos si sumamos dos de una fase de grupos. Pero por un Madrid-Bayern siempre merece la pena esperar. Ave…
Y para hacer boca, quien se lo quiera ver, aquí completo el primer Bayern – Real Madrid en Múnich.