«El Gobierno sube un 4,1% el presupuesto para I+D+i». Era un titular que podía leerse en varios medios el pasado martes, cuando se informaba del proyecto de Presupuestos Generales del Estado presentado por el Gobierno. El miércoles 5 ya se podían encontrar otros como La ‘cara b’ de la subida en I+D+i: tres datos que el Gobierno no cuenta o El Gobierno presume de aumentar la inversión en I+D mientras vuelve a meter la tijera.
En efecto, cuando el ministro de Hacienda presentaba el libro amarillo con los presupuestos, anunciaba que suponían “un significativo avance de la inversión pública”. Y, en concreto, calificaba de “notable” el incremento del gasto público en I+D+i, que “nos acerca a la media europea”. El montante destinado pasa de 5.793 millones de euros a 6.029 millones para el presente ejercicio. Efectivamente, si se toma al pie de la letra el enunciado y la gran cifra, si no se contrasta y no se lee el documento con detalle, se lanza al aire el titular y la gente se queda con él: España gasta más en innovación. Al día siguiente vendrían las rebajas.
En efecto, los medios que dedicaron más tiempo a analizar los citados presupuestos, empezaron a ver cosas y letras pequeñas que no cuadraban con el enunciado principal. Concretamente, que la partida que en realidad crecía, un 9,2%, era la destinada a créditos financieros. Aparte de que esos fondos han de ser devueltos -por lo que no son propiamente una dotación de recursos públicos-, la realidad constatada es que esos créditos normalmente no se piden, luego ese dinero se queda sin utilizar y no sirve para innovar. En cambio, la partida de créditos no financieros (los que realmente constituyen ayudas) disminuye un 2,6%. Y también menguan las aportaciones públicas al CSIC y a los distintos organismos nacionales de investigación en Salud, Energía, Tecnología, Agroalimentaria, Aeroespacial, etc. En definitiva, todo un recorte encubierto, como medios y analistas se han encargado de desentrañar… pero tarde.
Dos lecturas rápidas del entuerto. La primera: en España seguimos sin espabilar. Somos de los pocos países europeos que entre 2008 y 2015 han recortado su inversión en innovación. Eran los años más duros de la crisis, y mientras las principales economías decidieron que había que seguir invirtiendo e investigando porque era más necesario que nunca, la nuestra decidió que ese era un asunto accesorio. Nos hemos quedado en el puesto 37 a nivel mundial, lo que no se corresponde en absoluto con nuestro potencial económico. La inversión en I+D+i en España representa menos del 1,3% del PIB, y la UE nos está pidiendo que en 2020 llegue al menos al 2%, que no es más que la media europea, que para entonces se propone crecer al 3%. El principal componente de esa inversión debe venir del sector privado, las empresas; pero la que debe impulsarla y crear las bases es la inversión pública. Si se siguen escatimando recursos, no se cumplirán los objetivos y perderemos una vez más el tren. Si además se pretende hacer creer que estamos invirtiendo más, no solo nos están engañado. El país se está engañando a sí mismo.
Y la segunda lectura: cuidado con los titulares. Hablamos mucho de “noticias falsas”, de bulos y de mentiras intencionadas que se difunden por ahí. Pero a veces son los propios titulares de las informaciones supuestamente serias las que engañan. A menudo ofrecen una visión distorsionada o parcial de lo que en realidad hay. Antes, la prensa sensacionalista se caracterizaba precisamente por eso: enganchaba al lector con titulares espectaculares y, cuando se leía la noticia completa, poco tenía que ver con lo que se anunciaba. Ahora es peor: poca gente se lee las informaciones completas, la mayoría se quedan en la letra grande. Y ahí es donde se abona la desinformación. Un detalle, para quien no conozca esta norma de la profesión: el periodista es responsable de la información que publica y firma, y también lo es el medio para el que escribe; pero el responsable del titular es sólo el medio. Por eso a veces no coinciden. Y por alguna razón, ahora, sucede tantas veces.