¿Es tan difícil desmontar las «noticias falsas»?

En efecto, no se puede culpar al pavimento de las zancadillas, ni a la carretera de que los conductores infrinjan las normas o circulen en sentido contrario. Lo que propone el gobierno alemán para evitar la circulación de bulos que influyan en el resultado de las elecciones de ese país -o en otros aspectos de su vida social- es una barbaridad. Los buscadores y las redes sociales serán lo que son, pero no se les puede responsabilizar ni penalizar por lo que perpetren ciertos usuarios.

Las autoridades, entidades públicas y políticas que se presumen garantes de la civilización y la integridad, y los medios de comunicación que se suponen serios, viven escandalizados ante la proliferación de “noticias falsas”, posverdades -como lo queramos llamar-, en fin, sub contenidos al servicio del engaño, a veces muy bien dirigidos, lanzados con la finalidad de generar estados de opinión favorables a una determinada corriente, tendencia o interés. No se plantean si no han sido esos mismos medios -algunos, no todos- o esas mimas autoridades y entidades -, algunas, no todas- los que, alguna vez, han practicado la táctica goebeliana de difundir mentiras insistentemente hasta que se asuman como verdades. Y ahora se rebelan, cuando parece que las lanzas emponzoñadas se vuelven y se lanzan contra ellos. Ejemplos tendríamos en muchos países y cada uno sería capaz de recordar no pocos. No me tiren de la lengua…

Pero, en fin, hoy tratemos de ser constructivos. ¿Qué es lo mejor que podríamos hacer para desfacer estos entuertos, para combatir este fenómeno que hoy nos tiene tan preocupados, tan confundidos, en definitiva, tan desinformados? En mi opinión, no es tan difícil de desmontar, y modestamente propondría, a unos y otros:

A los usuarios:

–          Cuando veas una supuesta noticia, chocante pero que pudiera tener visos de realidad -que son las que verdaderamente engañan, en eso se basan los timos…-, no te quedes en el enlace. Pínchalo, mira qué medio o web es, qué otras noticias o contenidos publica, en definitiva, qué pinta tiene, si parece de fiar o no. La mayoría de las veces se descubre al mentiroso a la primera.

–          Haz una búsqueda rápida, a ver si esa “noticia” aparece publicada en más sitios. Ayer, sin ir más lejos, trasteando por una red social móvil, me sobresaltó un fugaz titular que anunciaba que el presidente de Cuba, Raúl Castro, había fallecido de un infarto fulminante. Rápidamente fui a otras fuentes, consulté la última hora de los medios, busqué en esa misma red, en otras… y no salía nada. Evidentemente no había sucedido.

–          En general, no caigas en la tentación de creerte algo a la primera, simplemente porque te gusta, te complace o te reafirma en tus ideas o simpatías. La verdad no siempre es como nosotros queremos.

A los medios de comunicación:

–          En general, que contrasten bien las informaciones antes de publicarlas. Ya sé que ese valor debería suponerse a los medios de comunicación y a sus profesionales, pero a veces conviene recordar lo obvio. Hoy día no hay horas ni fechas de cierre, la presión por publicar antes que la competencia es tremenda, y en la mayoría de las redacciones los medios y las condiciones de trabajo son precarias. El periodista, a veces, en cuanto tiene una historia medianamente construida y que parece coherente, la lanza y se pone a trabajar en lo siguiente. Cuando se pretende rectificar o ampliar la información con más datos, muchas veces ya es tarde porque el público ha visto la primera, se la ha creído y ya no ha reparado en más. Tiene que haber alguien -empezando por el redactor jefe-, que resista a todas las presiones y no permita la publicación de una información hasta que no esté debidamente verificada. Y dado el “directo” en el que hoy los medios digitales han de informar, aclarar en todo caso que están basándose en la información de que disponen en ese momento. Como han hecho toda la vida la televisión y, sobre todo, la radio.

–          De una vez, y como está escrito en los libros, que presenten claramente diferenciado lo que es información, lo que es interpretación y lo que es opinión. Que no lo tenga que discernir el lector. Los géneros periodísticos tienen su sentido y se crearon para contar los hechos, para ofrecer pistas que ayuden a entenderlos y para comparar las opiniones de unos y de otros. El objetivo último es informar, formar, entretener y, no se olvide, fomentar la opinión libre de cada ciudadano. No la que interesa al medio, y principalmente a quien está detrás. Otra obviedad que, desgraciadamente, tenemos que recordar.

–          Del mismo modo, que separen claramente el contenido informativo de la publicidad. A veces, y sobre todo desde el auge que están cobrando subgéneros tan rentables como el branded content -esto es, publicidad encubierta pero muy cucamente presentada-, la frontera entre un concepto y otro queda muy peligrosamente diluida.

A los buscadores, plataformas y redes sociales:

–          Poco se les puede pedir, a decir verdad. Si consiguiéramos asumir lo anterior, quizás no haría falta nada más. En todo caso, que se autorregulen sin caer en la censura. Que cuiden y vigilen la calidad de los contenidos que en ellas se vierten, lo que a la larga irá en su beneficio. Sus algoritmos y sus “demiurgos” tienen la capacidad de subir unos enlaces al inicio de la lista y sepultar otros en el fondo. Asimismo, saben muy bien quién reincide en determinado tipo de publicaciones. Podrían crear algo así como la figura del “defensor del usuario”, un gestor o equipo de gestores -periodistas podrían muy bien ser- a los que se pueda en todo momento consultar, por ejemplo en modo chat, sobre tal o cual publicación. No tendrían que juzgar si algo es verdadero o no, pero si podrían, con rigor y honestidad, aconsejar y ofrecer pistas que ayuden al internauta en su viaje por la Red. ¿Pido algo inviable? Por si acaso, lo planteo. ¿No tienen todas las organizaciones departamentos o asesores legales, por qué no un asesor de información? Si se puede, ya lo desarrollaremos más.

Y a todos: nadie tiene la potestad de decidir lo que es verdad y lo que es mentira. Los hechos se definen por sí solos, y toca a las sociedades maduras aplicar su sentido crítico, que no es otra cosa que un primo hermano del sentido común.

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